El día en que Rosalinda emprendió viaje a la Academia, todos los habitantes de Lira se reunieron en la entrada del pueblo para despedirse, muchos estaban tristes por la partida de la joven, quien siempre estaba dispuesta a ayudar en las actividades del día a día, ella era la que cuidaba y enseñaba a los niños huérfanos en La Casa de Flores, cuidaba de los huertos y el ganado de los aldeanos y siempre ofrecía consuelo a quien estuviera en soledad, sin ella en aquel pequeño pueblo, muchas cosas dejarían de tener la dulzura y vitalidad que la señorita Foga se había empeñado en poner, era una de las hijas más dulces que Lira había tenido el placer de cuidar y verla irse a tan temprana edad era un verdadero sufrimiento.
El día estaba envuelto en el frío de la época otoñal, el momento perfecto para recibir y cosechar cultivos, el sol brillaba en lo alto mientras que Rosalinda se despedía de cada una de las personas que se encontraban allí, muchas lloraban y otras le hacían prometer que los visitaría de vez en cuando, los niños de La Casa Flores lloraban desconsolados a los pies de la joven, quien hacía todo lo que podía para animarlos.
Fue entonces que Felipe, el héroe de la casa al oeste, se hizo pasó entre las personas para quedar cara a cara con la menor de los Foga.
-diculpen si los interrumpo- comenzó el de cabellos rojizos- pero tengo una duda-.
-siempre tienes una duda- se quejó Gabriel, el héroe de la casa del este.
-¡pero es importante esta vez!-.
-está bien, Feli, ¿qué pasa?- le animó Rosalinda con una suave sonrisa.
Felipe era conocido por ser alguien sin muchos rodeos, siempre que tenía algo que decir, lo decía sin problemas ni tantas palabras de adornos, y esta vez no iba ser la excepción.
-¿segura de que podrás sobrevivir sola?- preguntó, una vez que todos le prestaron atención- el otro continente es muy diferente, sin mencionar que es muchísimo más grande que este pequeño pueblo, las leyes, acuerdos, negocios, lenguas y costumbres de ahí no son iguales a las de nosotros, ¿crees que podrás manejarlo sola, teniendo a penas la mayoría de madurez recién cumplida?-.
Aquello hizo silencio entre las personas presentes, incluso Rosalinda se quedó sin palabras ante aquella declaración, Julián se puso rígido al oír todo eso, sintiendo que había sido muy descuidado al no pensarlo.
-tienes razón- habló a penas el hermano mayor de los Foga- Rosalinda, ¿crees que puedes sobrevivir ante todo eso?-.
La mencionada se quedó callada, su mirada se llenó de dudas y confusión, agachando la cabeza y mirando al suelo, ella pensó por unos largos momentos en su respuesta. Todos a su alrededor se la quedaron viendo.
-yo- comenzó, trantando de ordenar sus ideas revueltas.
-¡pero mira nada más! Y yo que pensé que iba a llegar tarde a la despedida-.
La voz tan molesta y chillona de Ricardo se hizo presente junto a su figura, los demás se fijaron en él de mala gana, viendo a aquel criminal de cuarta sentado en uno de los tejados de una casa cercana, una sonrisa picara se formó en su rostro flácido y grasoso, sus ojos verdes grisaceos miraban con diversión la escena frente a él mientras que sus manos huesudas y sucias sostenían su tan característica arpa.
-¿qué haces aquí?- preguntó Felipe con mala cara- pensé que estarías ocupado volando al ganado por lo aires como siempre haces-.
Ricardo ignoro las palabras del héroe, mirando a Rosalinda con sus ojos huecos, como una lechuza enferma, mostrando sus dientes amarillos en su sonrisa torcida.
-¿te ibas sin avisarme, querida mía?- preguntó con un tono que intentaba sonar dulce, pero que salía sugerente.
Rosalinda, parada entre la multitud y la entrada del pueblo, sonrio levemente mientras miraba al anti-héroe, nunca se podría comprender la amistad tan extraña y sincera que ambos tenían. Incluso el mismo Ricardo se preguntaba a veces cómo habían acabado siendo amigos.
-no es mi culpa que vinieras tarde- le dijo, una sonrisa dulce adorando su rostro.
Ricardo lanzó una carcajada, bajando a la vez del techo y caminando hacia su amiga, su mirada reflejaba cierta nostalgia y tristeza.
-¿en serio debes irte?-.
-sí-.
-entonces, voy contigo- declaró de golpe el joven- el pueblo se volverá aburrido una vez que te hayas ido-.
Aquello sorprendió a más de uno, logrando que los héroes, en especial Julián, miraran a Ricardo con una mezcla entre sorpresa, enojo y preocupación.
-no- contesto con rapidez el hermano mayor- ¡de ninguna manera dejaré que tú arruines la vida de mi hermana fuera de este pueblo!-.
-¡Julián tiene razón!- secundo Felipe- no nos podemos arriesgar a que este sinvergüenza haga lucir mal a Rosalinda y a Lira-.
-además- aportó Gabriel- en el otro continente los anti-héroes, al igual que los villanos, tienen prohibido relacionarse o estar cerca de los buenos ciudadanos-.
Él se encogió de hombros, indiferente ante las palabras de los demás, mirando a la joven frente suyo.
-¿qué me dices, Rosa?- preguntó, un deje de timidez se hizo presente en su voz- ¿me permites acompañarte?-.
Rosalinda lo pensó por unos segundos, observando al contrario con una leve sonrisa, asintió.
-puedes acompañarme-.
Aquellas palabras se quedaron rondando en la mente de Julián por un largo tiempo, consumiendo sus pensamientos de los días siguientes de la partida de su hermana y haciendo que las preguntas se agolparan como remolinos furiosos en su cabeza.
Nadie del pueblo entendió el por qué Rosalinda, la joven más dulce y astuta del pueblo, hubiese aceptado a tal idiota como compañero de viaje.
Incluso después de tantos años, Julián aún se había hecho la misma pregunta.