Cuando Rubí y Marqués despertaron se dieron cuenta que era de tarde, la luz del atardecer se filtraba con lentitud en el cuarto junto con la frescura que traía la puesta del sol. Las personas y animales presentes en las calles se habían disminuido, dejando un suave murmullo.
La niña fue la primera en levantarse de la cama, llendo al baño y dejando a Marqués solo en la habitación, dentro del silencio de la casa que descansaba.
Marqués, lejos de sentirse intimidado por tanta paz, se levantó de la cama también, poniéndose sus botas y caminando hasta la puerta, no le importaba mucho su apariencia en esos momentos, aunque nunca se preocupaba de eso, a fin de cuentas, la marca en el dorso de su mano derecha era lo único importante.
El pasillo lo recibió en silencio, el cantar de los pájaros aún se escuchaba, pero está vez era distante, lejano, casi como una tranquila canción de cuna cantada en susurros. Caminó lo menos ruidoso posible, teniendo deseos de explorar el lugar.
La casa de Julián era grande tanto dentro como por fuera, estaba repleto de varias cosas; como estantes llenos de libros, plantas, cuadros de personas que nunca conoció, de objetos inanimados, de criaturas que desconocía de su existencia, también habían otras veinte habitaciones, más o menos, todas con la misma puerta de color verde. Notó, al llegar al final del pasillo, que habían dos escaleras; la primera llevaba a la planta baja, una escalera como cualquier otra que estuviese en una casa como esa, la segunda, sin embargo, era de esas que se escalaba, esas que se usaban para alcanzar lugares altos, era gruesa y resistente, y estaba puesta de contra la pared de una forma que se debía de estar cerca para notarla.
Usó las escaleras que lo llevaban al piso de abajo, sus pies provocando un sonido hueco y asfixiado, y cuando al fin término de bajar, miró a su alrededor, curioso y en guardia, la entrada principal se encontraba en el medio de la sala, adornada con plantas en macetas, junto a las escaleras se encontraban tres puertas de distintas tonalidades de verdes, al otro lado de la escaleras, se encontraba la cocina, lo sabía gracias a que ya habían almorzado allí.
Se encaminó a una de las puertas, preguntando en su interior si era o no educado explorar en casa ajena, aún le faltaba mucho que aprender sobre las reglas morales y de ética, pero supuso que si no rompía nada, estaría a salvo de un regaño.
Abrió la primera puerta, encontrándose en un cuarto vacío, con paredes desgastadas de un color blanco enfermizo, lo único que se apreciaba era una ventana censurada con varios tablones de madera, se adentró al lugar con la esperanza de encontrar algo más.
Se fijo en las paredes, notando algunos dibujos viejos, borrosos por el tiempo, algunos pedazos de vidrio estaban esparcidos atrás de la puerta junto con una tela que en días mejores había sido blanca, además de eso, entre la ventana y una pared, encontró un pequeño agujero, pero no le dio mucha importancia.
En la otra habitación observó que el cuarto estaba adornado con varias guirnaldas de varios colores, una cama matrimonial estaba en el medio y arriba de la misma se encontraban varias flores, al parecer eran frescas, endulzando el ambiente, arriba de la cama estaba un cuadro de dos personas desconocidas para el niño.
Siguió con la última, que era una pequeña sala de pintura con varios lienzos y cosas que Marqués decidió ignorar, las bellas artes no eran lo suyo.
Volvió a cerrar la puerta.
Caminó hasta el medio de la sala, viendo otra puerta en el extremo contrario de la cocina, era la puerta que lo llevaba al jardín trasero.
El jardín era pequeño, muy diferente a la edificación, estaba rodeado de un alambre metálico que marcaba los límites de la casa y el gran bosque que se extendía a lo largo y ancho de Lira.
Había pequeñas plantas con frutos, un camino de rocas que terminaba en dos simples columpios que colgaban bajo el único árbol que había.
-lindo-.
Marqués sonrió, mirando la simpleza del jardín.
-lo sé, pero prefiero mil veces el gran jardín que tengo en mi cueva-.
El niño se sobresalto ante la voz extraña, volteando hacia la misma y encontrándose con un sonriente hombre de cabellos anaranjados junto a él.
-eso sí- continuó el extraño- he de admitir que me gusta robarme las frambuesas de hielo que tiene el gruñón de Julián, son exquisitas-.
Mientras decía eso, el hombre comía pequeños frutos de un color rojizo.
-¡aún así! Nada se compara con las orugas de fuego que escurren en mi hogar-.
Marqués no entendía nada de lo que el otro hablaba, sintiendo que debía irse de nuevo a la casa y alejarse lo más posible del contrario.
Aprovechando que él hablaba sin parar, poco a poco comenzó a retroceder.
-¿tan rápido te vas?- de un momento a otro, el niño fue agarrado por uno de sus brazos, siendo arrastrado de nuevo a su lugar- ¡y sin decir adiós! Eso si que es de mala educación-.
-lo siento- dijo, dudoso.
El hombre le lanzó una mirada mordaz, acto seguido, suspiró en frustración.
-los niños de hoy en día no son como antes- se quejó con una mueca- es por eso que dejo que Electra los mate, siempre se ven indefensos y atemorizados, ¡es el único momento que los veo lindos!-.
-disculpe- llamó el niño- no quiero molestar, pero, ¿quién es usted?-.
-soy Alejo, ¿y tú, pequeño maleducado?-.
-Marqués-.
-¿Marqués? ¿Ese nombre siquiera existe?-.
-¿sí?- preguntó, queriendo escapar.
-¡que nombre tan horrible!- exclamó, indignado- ¿qué pasa con los padres de hoy en día? ¿tan desesperados están porque sus hijos lleven nombres raros? ¡cuando vea a tus padres los quemare vivos!-.