Muerte en Versalles

Capitulo 5

—Antoinette espérame.

Corrió por un prado lleno de margaritas mientras escucho la voz de su pequeño hermano corriendo detrás de ella tratando de atraparla. Al final se lanzo sobre ella alcanzándola, provocando que los dos cayeran al suelo siendo amortiguado su caída por el pasto que los rodeaba, se sentía como si hubieran caído en nubes. Al verlo pudo observar sus ojos celestes mirándola con dulzura, su cabello rubio se había despeinado, su sonrisa era contagiosa. Los dos se quedaron acostados mientras observaban la forma de las nubes en el cielo celeste con los rayos del sol acariciando su rostro.

—No quiero ir al ejercito hermana —le confeso con temor—. Quiero quedarme a tu lado y al de madre.

—Es algo que padre te ordeno —repuso seria—. No es algo que puedas desobedecerlo Max.

—Tengo miedo —confesó tembloroso—. No quiero morir.

—No morirás tonto —dijo entre risas—. Será un gran honor para ti poder servir a tu nación y a tu familia.

—¿Y tiene que ser en el ejercito? —inquirió temeroso—. Puedo ir al clérigo como nuestras hermanas…

—Es el deseo de padre, Max —interrumpió amable, le pico juguetona su mejilla, intentando recuperar su sonrisa—. Papá sería incapaz de llevarte a una guerra, eres joven, solo te pondrán a dar vueltas y te darán un título, no tienes que esforzarte, solo sobrevive hasta que papá te diga que puedes volver.

—Quiero seguir con ustedes —le expreso—. No quiero separarme de su lado, quiero estar al lado de todos ustedes por siempre, como así —la miro sonriente—. Solo riendo y observando las nubes.

—Pequeño tonto —dijo entre risas, mientras despeinaba aún más su cabello—. Siempre estaremos juntos, ¿no lo puedes ver? —le señalo el cielo—. Compartimos el mismo sol, la misma luna y las mismas estrellas, no importa dónde estemos, siempre sabremos que nos tenemos.

La abrazo fuertemente.

—¿Nos volveremos a ver?

—Por supuesto —contestó obvia—. Tienes que venir a despedirme antes de marcharme a Francia —le miro juguetona—. No te lo perdonaré sino vienes a despedirme, escuchaste, debes regresar para cuando me vaya.

—¿Y cuando te vayas a Francia? —inquirió preocupado—. ¿Tu esposo te dejaré venir a visitarnos?

—Esa es decisión de él —respondió pensativa—. Después de todo será mi marido.

—Ya lo se —confirmo sonriente—. Seré un gran soldado en el ejercito por ti, si tu esposo te llega ofender, yo mismo marcharé con el ejercito a darle una golpiza por ti.

—¡Maximiliano! —exclamo sorprendida, sin evitar reprimir una carcajada—. No puedes hacer eso, sería declararle la guerra a Francia.

—Por ti hermana, le declararía la guerra a cualquier nación —dijo serio—. No dejaré que nadie te haga daño.

—Tonto —le regaño—. Con ese pensamiento tuyo nacen los dictadores.

—¿Qué esta mal en querer protegerte?

—No es el pensamiento sino la acción —le aclaro—. Tu solo debes de preocuparte por enorgullecer a nuestra familia, yo haré lo mismo —le guiño el ojo—. Y siempre podrás darle una golpiza a mi esposo por mí.

—No te defraudaré hermana —dijo motivado sonriendo alegremente—. Nos volveremos a ver dentro de un año.

—Te esperaré con ansias y me contarás como es vivir en el ejercito —dijo sonriente—. Debes venir a buscarme ¿de acuerdo?

—Es una promesa.

Observo la dulce sonrisa de Maximiliano bajo los rayos del sol mientras el viento ondeaba su cabello rubio mezclándose con las margaritas en las que estaban acostados.

—Adiós hermana —murmuro entristecido—. Ya no pude acompañarte…

Antoinette despertó de golpe, observó a su lado dándose cuenta de que todo había sido parte de un sueño, Maximiliano no se encontraba a su lado. Era el mismo cielo celeste que observaba, el mismo sol que la iluminaba, el mismo aire, pero Max ya no se encontraba a su lado. Cerro los ojos tratando de reprimir sus lágrimas, pero todo su cuerpo se había dado por vencido, comenzó a sollozar mientras se aferraba con fuerza a la carta que le había dado un moribundo hermano. Cada vez que cerraba los ojos rezaba a Dios que todo se tratará de una mala pesadilla, ella estaría otra vez en el vivero imperial, estaría al lado de sus hermanos, volvería a jugar con ellos y esta vez no se lamentaría porque sus padres nunca la amaron. Se había dado cuenta tarde que todo este tiempo había sido amada, amada por sus queridos hermanos, solo Dios sabía si ellos… recordó algo que había olvidado por un segundo. Rápidamente se paro del pasto verde que la rodeaba, observó a Adrien haciendo una fogata mientras cocinaba lo que parecían ser unos pescados.

—Debemos de ir a Versalles —dijo agitada, estaba desesperada—. ¡Debemos de llegar cuanto antes!

—Alteza…

—Fernando… el se encuentra ahí —recordó desesperada—. El iba a recibirme ahí, si esas cosas están ahí… debemos ayudarlo… debo encontrarlo, por favor.



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En el texto hay: francia, zombie, romance

Editado: 21.06.2024

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