Era una tarde cálida en el palacio de Hofburg. Los jardines exteriores estaban llenos de flores en plena floración y el aire estaba perfumado con su fragancia. Dentro, en una de las grandes bibliotecas del palacio, dos niños pequeños se encontraban sentados en el suelo, rodeados de libros antiguos y mapas desplegados. Antoinette, con apenas ocho años, estaba absorta en un libro de historia. Sus ojos brillaban de emoción mientras recorría con la mirada las ilustraciones y los relatos de reyes y reinas de épocas pasadas. A su lado, su pequeño hermano, Maximiliano, de seis años, estaba igualmente fascinado, pero por un atlas marítimo lleno de dibujos de barcos y criaturas del mar.
—¡Mira, María! —exclamó Maximiliano, señalando una pintura de un galeón navegando en aguas turbulentas—. "¡Algún día quiero ser un capitán de un barco y navegar por todos los océanos!"
María sonrió con cariño, apartando su libro de historia de Francia para mirar el entusiasmo en los ojos de su hermano.
—Y yo quiero conocer Francia algún día —dijo, su voz llena de aspiraciones—. Quiero ver los palacios, los jardines, y caminar por las mismas calles que los grandes reyes y reinas.
Maximiliano la miró con admiración.
—Entonces, cuando sea capitán, te llevaré a Francia en mi barco —dijo motivado—. Iremos juntos y veremos todo lo que sueñas.
La pequeña María río ante la promesa de su hermano, sintiendo una calidez en su corazón.
—Será una gran aventura —respondió, imaginándose a sí misma vistiendo los elegantes vestidos de una princesa mientras navegaban por el mar.
Antoinette levanto su mirada hacia el cielo observando que a pesar de que estaba nublaba podía ver pequeños rayos opacos del sol, aun no era anochecía, debían de apresurarse si querían llegar a Francia antes de que anocheciera. El sonido del agua rompiendo suavemente contra los pilones de madera les proporcionaba un falso sentido de tranquilidad después de la tensión acumulada que tenían. Al llegar al muelle, notaron una pequeña agrupación de pescadores, todos con rostros serios y miradas perdidas en el horizonte. Sus ropas estaban gastadas y sus manos curtidas por años de trabajo duro. Había algo en su postura, una mezcla de cansancio y alerta, que delataba que no todo estaba bien. Se acercaron a los pescadores con cautela, mientras Antoinette se mantenía a su lado, con su capa ajustada firmemente alrededor de sus hombros. El olor a sal y pescado llenaba el aire, mezclado con algo más, un hedor a podredumbre que se volvía más fuerte a medida que se acercaban al borde del muelle.
—Buenas tardes —hablo Adrien formal—. Necesitamos ayuda, esperamos que ustedes puedan ayudarnos.
Uno de los pescadores, un hombre de mediana edad con una barba rala y mirada cansada levantó la vista y señaló hacia la orilla. Parecía ser quien estaba a cargo del resto, debía de ser el capitán.
—No es seguro aquí —murmuro severo—. Esas cosas no han parado de venir aquí… hemos enterrado a varios de ellos, pero siguen llegando.
Antoinette siguió la dirección de su dedo y vio la orilla. El horror la golpeó de inmediato. Los cuerpos de varios pecadores yacían esparcidos en la arena, algunos medio sumergidos en el agua, otros con partes del cuerpo grotescamente retorcidas. La carne en descomposición y los ojos llenos de sangre hacían evidente que no eran simples ahogados. No eran solo poco, eran decenas de ellos que se acumulaban. El olor era tan nauseabundo, que Antoinette, uso su capa para cubrir su nariz, era tan mareante y asqueroso.
—Necesitamos llegar a Francia —menciono seria—. Pagaremos bien por el viaje…
—¿Francia? —preguntó un pescador, un hombre de mediana edad con barba grisácea y manos curtidas por el trabajo, se volvió hacia ellos con una expresión de alarma—. ¿A caso quieren morir?
—Hemos hablado con los del pueblo —le informo Adrien—. Sabemos a lo que nos enfrentamos.
Los pescadores se miraron entre ellos serios y después estallaron entre risas, solo provocando que estos dos se miraran descontentos.
—Perdona que no te crea hijo —respondió el capitán—. Pero por favor, mírense, tu “esposa” —señalando incrédulo—. No alcanza ni siquiera la mayoría de edad, y tu hijo —se echaron a reír—. Es difícil creer que solo ustedes dos podrán sobrevivir —negó rotundamente—. Tengo conciencia hijo, no los llevaré a su propia muerte, tendrán que buscar a alguien más…
—No somos cualquier persona —confeso Antoinette, mirándolo con severidad—.
—Tony... —menciono como advertencia.
—¿Qué pasaría si les dijera que yo soy la archiduquesa de Austria?
Antoinette inflo su pecho llena de orgullo por su titulo y su nobleza, nadie al verla podría negar su sangre real, nadie podía despreciarla. El semblante de los pescadores cambio drásticamente; los miraron serios, como si creyeran en sus palabras. Para después su rostro se distorsionarán y estallarán en carcajadas aún más fuertes, mirándolos con incredulidad. Lo cual lastimo el orgullo de Antoinette, quien los miro ofendida.
—Cariño y yo soy el rey de Inglaterra —dijo entre risas—.
—Ustedes… —mascullo con ira, levanto su mano ofendida, pero rápidamente Adrien intervino para apaciguarla.
Editado: 21.06.2024