...me acerco a él, me da la nota y la abro.
“Así como tú mamá no vió la luz del día, tú tampoco lo verás. Zorra”
Yo tiré la hoja asustada, mi corazón se aceleró a mil por hora, comencé a sentirme mal y Francisco trataba de calmarme.
—Rosaura, tranquila, no va a pasar nada malo.—
—¡No puedo Francisco, ese maldito anda suelto esperando el momento oportuno para matarme!— le digo exaltada.
—Vamos ahora a poner una denuncia en contra de él para que no te haga nada y puedas estar más segura. ¿Vale?— dice dándome palmadas en la espalda.
De inmediato fuimos al ministerio público a levantar una denuncia, relaté a detalle todo el tormento que viví a su lado y el reciente asesinato de mi madre, mostrándole la nota de amenaza de Benito. Los siguientes 9 meses estuvimos tranquilos, dejando de lado las llamadas que hacían y luego colgaban, apartir del 5 mes Francisco decidió que lo mejor era mudarnos de casa, una más lejana del pueblo, es más, en otro estado lejos de Veracruz. Estamos viviendo en Sonora, ya falta poco para el nacimiento de mi bebé, aún no sé si será niño o niña, yo deseo que sea un niño para ponerle Francisco, como mi ángel que me salvó de la carretera donde huía. Todo iba perfecto hasta que llegó la labor de parto.
—¡Ayúdame Francisco, no aguanto!— le digo gritando de dolor.
—¡Respira!, ¡Tranquila Rosaura!— tratando de calmarme como siempre.
—¡Aaahh!—
me sube a su carro y lo más rápido que puede me lleva a un hospital.
Me atienden y empiezan a prepararme para el parto. A mis 15 años de edad sería madre, algo que nunca creí que me sucedería, lo recibiré con mucho amor porque ese pequeño ser no tiene la culpa de nada. Comienzo a pujar para que salga el bebé, el doctor me dice que siga así, que soy una guerrera, vaya que esas motivaciones ayudan bastante. Escucho el llanto de mi bebé, mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Niña, 2 kilos con 60 gramos.— dice el doctor.
Me emociono más cuando dicen que tuve una niña
—¿La puedo ver doctor?— pregunto con ganas de ver a mi hija.
—Claro,— me dice —denle a la nueva mamá su hija— dirigiéndose a la que tenía mi hija.
Cuando me la acercó, no contuve el llanto, era hermosa, veía en ella a mi madre.
—Viridiana, te amo— dándole un beso en su frente pequeña y delicada.
Más tarde Francisco entra al cuarto.
—¿Cómo estas?— pregunta acariciando mi cabello.
—Bien, gracias. ¡Tuve una niña!— le digo emocionada.
—Me dijeron, estoy feliz por tí— me dice con una sonrisa.
Lo abrazo, él se queda sin que hacer pero me corresponde al abrazo.
Los días iban pasando y ya me iban a dar el alta, contenta por llevar al lugar donde iba a crecer y a verla casarse. Bajabamos del carro y veíamos a los bomberos fuera de casa, gente amontonada, no entendíamos lo que estaba pasando.
—Alguien incendió su casa— dice una señora.
—Nuestra casa Francisco— le digo llorando.
Me abraza y consuela, no hay nada que se pueda hacer y muy en el fondo se quién fue el que vino a acabar mi paz, la paz de mi familia. Volvimos a comenzar, tuvimos que regresar a Veracruz, pasamos malas rachas y nos impedía estar en un lugar que no fuera nuestro, regresamos a su casa y nos volvimos a instalar. Francisco tenía que buscar trabajo, sale de la casa y yo me quedé sola con Viridiana, suena el teléfono y yo contesto.
—¿Bueno?— esperando respuesta —¿Quién habla?, Conteste por favor— le digo luego de escuchar una respiración a través de la llamada.
Colgué, tocan el timbre del teléfono y lo que recordé en ese momento fue cuando me mandaron la nota de amenaza, tomo un palo que estaba tirado y lo empuño. Abro la puerta y Benito estaba parado.
—¿Me extrañaste mi vida?— pregunta cínicamente.
Quedo en shock por lo que estaba viendo, creí que jamás en la vida lo volvería a ver, era una pesadilla y mi temor de volver aquí fue él. Con todas mis fuerzas le pego con el palo, el la esquiva y yo trato de huir de él.
—¡VETE!, ¡DÉJAME EN PAZ MALDITO!— le digo mientras corro con todas mis fuerzas.
—¡Jamás mi amor!— dice riéndose.
Quería subir para recoger a mi niña y llevármela de ahí pero si hacía eso Benito sería capaz de cualquier cosa y mejor tomé un cuchillo de la cocina, lo traía en mi mano con fuerza, él me queda mirando.
—¡Basta de intimidarme imbécil!— cansada de él, se lo digo...