Había una vez una niña que era muy soñadora llamada Dalila, a ella le encantaban las historias, se podía pasar todo el día escuchando a su maestra Elenita leer muchos cuentos. Sin embargo, ella no podía leer y era algo que le daba mucha pena.
Todos sus amiguitos que habín iniciado con ella la escuela ya casi leían a la perfección, excepto nuestra pequeña Dalila. Lo peor era, que como ella se sabía las historias de memoria de tanto escucharlas, cuando su maestra la mandaba a leer, ella las recitaba de memoria y así todos creían que ella sí podía leer.
Pero su maestra Elenita era muy buena, y de a poco se dio cuenta de que algo no estaba bien con Dalila, por lo que un día cuando la clase terminó, dijo.
—Todos pueden salir, menos Dalila.
—¿Yo? ¿Por qué maestra? —preguntó muy asustada Dalila
—Necesito que me ayudes a organizar la actividad de lectura de mañana.
—¿Por qué solo ella? —preguntaron otros niños. Porque todos amaban ayudar a su querida maestra.
—Porque hoy Dalila leyó la historia sin equivocarse una sola vez, por eso se ganó ese derecho —contestó muy seria la maestra Elenita.
Ahora mismo Dalila estaba muy roja y bajó su cabecita avergonzada. Ella de todos los niños tenía adoración con su querida maestra Elenita. Y al escucharla decir aquello, se dio cuenta que estaba engañando a su querida maestra. Esperó que todos los niños salieran y que la maestra cerrara la puerta para comenzar a llorar.
—¿Por qué lloras linda? —preguntó la maestra Elenita preocupada. —No temas, solo vamos a convenzar, y quiero que me digas la verdad de lo que te sucede.
—Perdón maestra, le juro que no lo quise hacer.
—¿El qué querida?
—Engañarla, yo…, yo.., yo no puedo leer maestra.
—¿No puedes?
—No, me sé las historias y por eso las recito de memoria.
—Vamos a ver linda, ¿por qué no has aprendido a leer? ¿No entiendes lo que explico?
—Sí, sí maestra, lo que pasa es…, lo que pasa es —Tratamudeaba Dalila. Luego soltó todo el aire y dijo. —Es que no veo bien las letras de los libros, por eso cuando escribo lo hago muy grande y muy cerquita de mi libreta.
—Ah, entonces ya sabemos lo que tienes —dijo la maestra enseguida haciendo que Dalila levantara la cabeza emocionada.
—¿Sí?
—Sí, lo que pasa es que no ves bien, tienes que ir a oculista. —Sentenció la maestra Elenita.
—¿Qué cosa es eso maestra?
—Un doctor de los ojos, el verá que es lo que tienen los tuyos y casi seguro que te mandará espejuelos para que veas muy bien.
La cara de Dalila se puso muy roja y volvió a bajar la cabeza. Lo que pasa es que ella no tenía ni mamá ni papá. Y vivía con los abuelitos que eran muy viejitos. Por eso ella no le había dicho nada. La maestra Elenita enseguida comprendió y dijo.
—Iré a hablar con tus abuelitos. Precisamente yo también debo ir, ¿crees que te dejen ir conmigo?
Dalila levantó su cabeza muy emocionada. Si antes su maesta Elenita le parecía un hada, ahora de seguro ante sus ojitos verdes se había convertido en un ángel con alas blancas y todo. Asintió feliz y al terminar las clases, esperó ansiosa por su maestra que la acompañó a su casa y le explicó la situación a sus abuelos que enseguida estuvieron de acuerdo con ella, y no solo eso. El abuelo dijo que irían también, porque tenía que llevar a la abuelita que no veía tampoco bien.
Y allá se fueron al otro día todos al oculista, es decir el doctor de los ojos. Dalila estaba de los más asombrada, tuvo que mirar por unos aparatos de los más raros. Al final el doctor dijo.
—Tienes que usar espejuelos.
Todos se fueron a la tienda de ellos, eran muy extraños y graciosos a la vez. Los había de todos tipos de formas y colores. Redondos, ovalados, cuadrados, hasta unos que parecían los ojos de un gato.
—Esto son los que quiero —dijo Dalila señalando unos redondos amarillos —me gustan esos.
Y así que se fueron a comer unos helados en lo que los espejuelos estaban listos. Al regresar tanto los suyos como los de la abuela, estaban encima del mostrador. Cuando ella se los puso, lo primero que hizo fue mirar a su maestra Elenita y abrió los ojos muy grandes asombrada.
¡Su maestra era muy linda!
—¿Qué es Dalila? —preguntó la maestra al ver su expresión.
—¡Maestra, tu eres linda, linda, linda! ¡Ahora si puedo ver muy bien!
—Ja, ja, ja…, muchas gracias querida. Tú también lo eres. Me alegra mucho que veas claro ahora.
Y así regresaron a sus casas. Resulta que la maestra no necesitaba espejuelos, solo debía descansar un poco sus ojos. Al otro día todos los compañeritos de Dalila estaban asombrados de verla con espejuelos. Y aunque ella tenía miedo de que se burlaran, nadie lo hizo. La maestra les había explicado a todos el motivo por el que debía llevarlos. Por lo que todos la admiraron cuando ella decidida, tomó el libro de lectura y comenzó a leer claro y en vos alta. Luego leyó una carta que le había escrito a su querida maestra Elenita la noche anterior.
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Editado: 03.06.2023