Mundo Siniestro: Matar el dolor

Prólogo

          A veces creo que aún los veo. Sentados en un banco, esperando la luz roja de un semáforo para poder cruzar, mirando una vidriera ó intentando pedir ayuda porque están perdidos. Pero otros no. Algunos buscaban destruir cosas para sentir que aún tenían poder en este plano, y en casos más graves, otros buscaban asustar e incluso lastimar a personas. 
Fantasmas, almas perdidas, espíritus. Cómo quieras llamarlos. Existen. Y se encuentran por todos lados. Yo solía verlos. Pero a la fecha llevo siete años sin ver uno -bueno casi siete años-.
         La última vez que algo así me pasó fue en mi cumpleaños número diecisiete, cuando estaba con un chico en su auto hablando de tontos sueños adolescentes, hasta que lo sentí. Ese frío que comenzaba en mi interior hasta congelar por completo mi espalda y me hacía exhalar aire frío. Ese escalofrío que anunciaba lo que iba a ver. Muerte. 
         Aquella última vez era una niña, de siete u ocho años, a quien ví. Ella me miraba desde el portón de la casa de mi vecino, justo frente a mi casa. La niña susurró algo y desapareció.
Jamás volví a vivir algo así.
         En ocho días cumpliré veinticuatro años, así que podría decirse que llevó siete años sobria -no tengo idea de cómo se le llama a alguien que deja de ver fantasmas, si alguien lo sabe, soy toda oídos-.
         Actualmente soy estudiante de la UBA, tengo la esperanza de poder recibirme de abogada pero a veces las clases me agobian. No soporto pasar mucho tiempo encerrada. Mi padre siempre me lo decía,  hasta que se fue.
          Me dejó con mis tías maternas a mis diecisiete años, algunos meses después de que mi mamá falleciera. Él decidió ahogar su dolor en su trabajo. Un trabajo tan peculiar e importante que no pudo dejar por mí. Él es un cazador de cosas sobrenaturales. Mi padre no podía verlos como yo pero sabía cómo encontrarlos. A veces yo lo ayudaba pero cuando perdí mi don -ó maldición- ya no podía salir a cazar tanto con él, era peligroso decía. Y cuando mi madre murió ya no quiso más ayuda. Nunca más.
         Así que aquí estoy, en una clase de contratos civiles y comerciales, recordando un don que no tengo y un padre que no veo hace años. Pero al menos hoy no pensé en Liam, ni en su sonrisa y mucho menos en su estúpido auto.


 

—No puedo creer que estoy aquí.
          Llevaba cincuenta minutos dentro de mi auto, con las manos en el volante, mirando hacia su ventana. Esperando que una voz interior me diga arranca el auto y vuelve de inmediato a tu cuarto de hotel. Pero seguía ahí. Mis manos sudaban y mi corazón latía muy fuerte. Quería verla. Por su ventana aún veía la luz encendida. Ella estaba despierta pero cuánto tiempo más lo estaría. Era casi medianoche.
          Hace cinco años no la veía. Desde que me fui... Sin despedirme. Ella me odia, lo sé. Ella ni siquiera me va a dejar a entrar. O quizás sí. Quizás me deje entrar y hablemos sobre lo que vivimos estos 5 años. 
—Voy a entrar por la ventana. -Al menos así sé que voy a entrar. El resto se verá.
          La luz de la ventana llevaba apagada casi media hora. Así que decidí bajar del auto y entrar a su casa. 
          Trepar la reja del patio fue fácil, trepar hasta su ventana por el árbol, no. Había un gato que se asustó y me rasguñó, por poco me caigo. Pero logré llegar. Su ventana estaba abierta, y pensé "esto fue muy fácil". Estaba tan equivocado. 
          Una vez que entré, giré hacia la derecha y ahí estaba ella. Esperando. Me dio un fuerte puñetazo en la nariz. Por unos segundos quedé aturdido. Ella saltó hacía y me tumbó al piso "¿Por qué le enseñé a pelear así?". Quise hablarle pero me tomó del cuello. Tuve que agarrarla del pelo para sacarla de encima mío. Los dos nos paramos. Ella trató de pegarme otra vez pero pude sujetarla por la muñeca, la volteé y la empujé hacia la pared. Con una mano le sostenía su brazo contra la espalda y con el peso de mi cuerpo la mantuve quieta. A mi otra mano la apoye en su cadera. Sentí su piel, me tomé un segundo para admirarla. Tenia puesta una remera cortada a la altura del ombligo y abajo sólo su ropa interior, un culote quizás.  Y tan sólo con eso recordé esas noches en mi auto, cuando sentía  su piel, todo su cuerpo.
—Anna, soy yo. Liam. -por un segundo pude sentir todo su cuerpo temblar y de a poco la solté. Ella se giró.
—Liam?- me lo dijo en un tono tan suave. Nadie pronuncia mi nombre como ella. Luego tomó mi rostro en sus manos, y las deslizó hasta mis hombros para darme un rodillazo en la ingle. - te espero abajo. 
          Y eso hizo. Se fue y me dejó tirado en el piso. Sí, esa era la Ann que recordaba.


 

          ¡Tiene que ser una broma! Estuve bien toda la tarde sin pensar en éste idiota. Y ahora está parado en mi sala. Después de haber entrado por la ventana para que yo no lo vea y arrinconarme contra la pared como lo hizo, mientras deslizó sus estúpidas manos en mi cuerpo y pronunció mi nombre de esa manera tan particular. Como si mi nombre lo liberara. Y, como si fuera poco, luego llegó Christian.
—Anna.. Te pido disculpas. No quise interrumpir así. Pero tuve que venir porque sabía que él estaba aquí. No es que no quería venir- me dijo Chirs desde la puerta, aún no había entrado. Parecía un vampiro esperando invitación, era tan distinto a Liam.
—No sé ustedes dos pero... yo necesito un trago. Y Christian, entra de una vez, me pone nerviosa que te quedes ahí parado. -dije y me dirigí a la cocina.
          "Esto no puede ser bueno" pensé. Me acerqué a la heladera y saqué tres porrones de cerveza roja. Ellos se acercaron a la barra que también usaba de mesa y que dividía a la cocina de la sala. Dejé las botellas en la barra, abrí una y le di un largo trago. 
—Entonces... ¿En qué problema se metieron y qué necesitan de mí? -me quedé observándolos en silencio.
—Te equivocas. Estamos aquí con Liam porque creemos que tú necesitas algo de nosotros. 
—¿¡Qué!? ¿Qué podría yo necesitar de ustedes dos? A tí no te veo hace cinco años cuando de un día para el otro te fuiste en tu auto. Y tú Christian, tú viniste hace tres años para cambiar mi vida para luego irte. Cómo todos los hombres importantes en mi vida.
—Un momento ¿Estuviste aquí hace tres años? - Liam no pudo ocultar su cara de sorpresa mientras miraba a su hermano. Christian ni siquiera volteó a mirarlo.
¡Genial! Liam aún no sabía de nuestro pasado con Christian. Y yo no tenía ánimos de hablar sobre eso. Ambos eran pasado, o al menos debían serlo.
—Anna, sé que estás enojada pero no vinimos a pelear.
—No empieces con ese tono condescendiente. Hace años no sé nada de ustedes. Tranquilamente podrían haber muerto y nunca me habría enterado. Los dos saben cómo me costó superar el hecho de no saber nada de mi padre y aún así se comportaron igual. - sus caras se transformaron. Por un momento el silencio comenzó a pesar. Ellos se miraron en complicidad y suspiraron. -¿Qué? ¿Qué dije?
—Anna... -esa manera de pronunciar mi nombre. En ese tono Liam no se liberaba, en ese tono buscaba liberarme a mí mientras el se hundía -la verdad es que estamos aquí porque tu padre falleció la semana pasada. Y no queremos que estés sola en este momento. Yo no quiero que pases por esto sola.
          Me quedé en silencio. Me senté y quede mirando hacia la puerta. No sé por qué, quizás esperaba que mi padre entre. Christian intento decir algo pero Liam le dijo que no. Y ambos se sentaron. Se quedaron conmigo, sentados en silencio.


 



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En el texto hay: demonios, cazadores, humanos

Editado: 21.08.2019

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