Capítulo tres. El Plan.
—¿P-prostitución? —¿Qué? Mis cejas, inevitablemente, se elevan. Asienten con pesar.
— Es por ello que queremos escapar, una vez que tengas la edad suficiente te llevan con ellos. Mila los cumple en dos días antes que yo, así que debemos de movernos muy rápido. ¿Entiendes? —Concluye Steve.
—Sólo lo diré una vez, chica desconocida. ¿Quieres unirte?
Si nos ponemos a pensar, ¿qué es mejor? Quedarme aquí a esperar a que me lleven para que me hagan sabrás que cosas, o irme con ellos y escapar de este lugar asqueroso.
Algún día tendré que irme de aquí, ¿no? Maldición.
Sólo hay una vida, recuérdalo.
Mojo mis labios con decisión, mis ojos los enfocan y los mira con detenimiento. No puede pasar nada malo.
— Hecho. —Sonríen— Cuenten conmigo.
—Fantástico. No sé si tu aceptación nos atrasará o nos ayudará, pero bueno, la vida es un riesgo. —Suspira dramáticamente Steve.
— Tú, y tus frases motivadoras, amigo. —La castaña rueda sus ojos.
— Bien. Podemos cruzarnos por la ventana de aquí, pero podíamos ser vistos. Si la cruzamos hay un cuarto de limpieza a unos cinco metros. Nos escondemos ahí y esperamos a que se vayan a comer.
— ¿A qué hora lo hacen? —Pregunto.
— A las once u once y media.
— ¿Cuándo es el día, entonces?
— En una semana. Va a ver un juego de fútbol, y los guardias nunca se pierden un partido. Así que saldremos ese mismo día, es decir, los agarrarremos desprevenidos.
— ¿Y para salir de esas rejas? —Para este momento, Mila muerde sus uñas con nerviosismo. Mientras yo miro intrigada a Steve.
— Fácil —Me encojo de hombros— Podríamos subirlas, ¿no es así?
— Puede ser, pero también podemos sólo atravesarlas. No creo que estén tan estrechas. —Responde Steve.
— Ahora falta esperar una semana.
Una semana.
~*~
Durante estos días, me he dado cuenta que en con una palabra puedo describir este lugar: horrible.
Los tratos de los adultos a los niños es decepcionante, la comida no se queda atrás. Desayunan únicamente pan, su almuerzo es sardina y, para acabar, cenan macarrones con queso y ensalada, -en realidad es más lechuga que lo demás-.
Si yo llevo aquí una semana y ya me harté de estar encerrada bajo estas cuatro paredes y comer solo lo suficiente, no puedo imaginarme como se sienten los que llevan aquí durante años. Quisiera que todos tuvieran la oportunidad de salir pero no creo que nunca suceda.
Se supone que los orfanatos tienes la posibilidad de que familias que no pueden tener hijos puedan adoptar niños, en estos pocos días me he dado cuenta que ni un alma de afuera entra a la casa.
Volviendo a la realidad, me encontraba en el comedor por que era hora de la comida y, como siempre, estamos almorzando lo mismo: sardina. O como a mi me gusta llamarle: pescado.
Ese término tan ofensivo.
Cada vez que veía la comida servida en los platos me daban ganas de vomitar, el olor del mar inundaba mis fosas nasales, cosa que no me gustaba en esos momentos. Siempre que podía, le regalaba mi plato a Dereck, el cual gustoso se lo comía sin problemas.
— ¿Por qué nunca comes el almuerzo, Catheryn? —En todo momento Mila y yo no nos separabamos, era como si desde un principio quisiéramos estar juntas. Además de que hace unos días le mentí con haber recordado mi nombre, era un poco extraño para ella porque no sabía como llamarme y a mi también porque no decía mi nombre.
— No me gusta el pecado. —Arrugo mi cara con asco, le doy un trago a mi jugo.
— Si vivieras aquí no soportarías ni un año.
— Tengo suerte de encontrarlos. —Sonrío.
Y es verdad, no se que sería de mi sin estas personas que me he encontrado. Que tienen tanta fuerza y no se rinden, buscan por más. Y esas personas valen millones.