Mundos Diferentes

Capítulo 4 — Los fugitivos

 

 

 

Capítulo cuatro. Los fugitivos 

 

 

 

—Debemos irnos rápido de aquí. —Tenía una picazón horrible en mis brazos, mientras más anochecía ésta comezón aumentaba, dejando que mía brazos se tornaran rojos y tengan las marcas de mis uñas. Eso sólo sucedía cuando algo malo iba a pasar. 

Steve se acerca a la ventana y abre su mochila sacando cosas extrañas de ahí que jamás había visto. Se escuchan pasos en el otro lado de la puerta. 

—¿Escuchan eso? —Susurra Mila su voz comienza a temblar. Los tres nos quedamos congelados en nuestro lugar. 

Unos toques fuertes azotan la puerta amenazando con derrumbarla. 

—¡Sabemos que están ahí muchachos! —Grita Elizabeth con voz firme —¡Será mejor que abran está maldita puerta si no quieren traer consecuencias!  

—Carajo nos descubrió… —Steve se agarra el puente de su nariz con irritación. 

—¡¿Dejaste que te vieran?! —Miro a los chicos discutir como en un juego de ping pong. 

—¡Claro que no! Estaba el idiota de Derek afuera conversando con su manada, apuesto que fueron ellos… 

—¡Abran la puerta ya!  

—Chicos apúrense… —Esto ya me está estresando. Steve con las herramientas que trajo comienza a mover el candado que impide a la ventana abrirse. Intenta con una, dos, tres, hasta seis cosas pero es imposible. 
 

—¡Contaré hasta diez y si no veo esta puerta abierta, conocerán a la verdadera Elizabeth Morgan! —La voz firme de Elizabeth eriza mis vellos del cuerpo, estoy temblando de la desesperación. 

>> ¡Uno!  

—Con esto funcionará. —Mila se quita una cosa rara del cabello muy pequeña y negra y comienza a pasarlo por el candado. Retuerce esa cosa con ganas en la abertura pero no logra abrirlo.  

—¡Dos! 

—¡No funciona con nada! —Steve comienza a sudar en su nuca, mis sentidos comienzan a aclararse más de lo normal. Puedo escuchar el cantar de los grillos, las respiraciones aceleradas de mis compañeros, los gruñidos que suelta Elizabeth de desesperación y las exclamaciones de sorpresa de las demás personas que ven la situación. Mis sentidos comienzan a aclararse más de lo normal, estoy entrando en pánico. 

—¡Tres! 

—No podemos abrirla es inútil… —Steve toma su cabello con exasperación. 

—Anoíxte tóra. —Susurro mirando fijamente al candado, se abre inmediatamente, Stven y Mila me ven sorprendentes. 

—¡Cuatro! 

— Rápido, salgamos. 

La ventana tiene un balcón al frente, salgo lo más veloz que puedo. Steve y Mila me siguen, pongo mi pie en una pequeña barda que sobresale y me abalanzo para subirme a la casa. 
 

Arriba, camino por el techo con sumo cuidado de no caerme por los peldaños. Llego a la lateral de a casa, justo donde veo unas escaleras. Tan pronto lego ahí, bajo del tejado, buscando donde apoyar mi pie en la escalera. 

Desciendo de ella y doy un sato cuando llego a la tierra, corro por la hierba que cubre mi cuerpo y escondo mi cuerpo de la luz. 

Los chicos me siguen apresurados, una vez que llegan hacia mí nos sentamos entre las plantas para que no nos vean. 

— ¿Están bien? —Susurro jadeante, la carrera de aquí hasta la ventana no fue fácil, temí caerme allá arriba pero creo que lo hice bien para no hacerlo. 

— Tengo miedo. —Murmura Mila temblando, percibo desde la poca oscuridad que hay que sus ojos están cristalinos. Un pequeño sollozo se escapa de sus labios. 

— Tranquila, —Steve, que está más cerca de ella, la abraza y acaricia su cabello— todo va a estar bien. 

Mila asiente, absorbiendo sus caricias. 

Me doy cuenta de la química imparable que tienen estos dos chicos, los años los han llevado a tener muchos encuentros entre ellos creando así una conexión envidiable. Es como si se entendieran con solo una mirada, decirse miles de cosas a través de ella y que tengan la capacidad de mantener la calma por el otro. 

— Tenemos que moveros. Elizabeth puede avisar a los demás guardias de que nos hemos escapaado. —Veo entre las largas hojas para encontrar la salida. 

— Carajo, —maldice Steve entre dientes. Lo miramos— el espacio de los barrotes que tiene la cerca es demasiado pequeño, no podemos atravesarlos. 
 

Veo la reja que divide la salida con este infierno y me doy cuenta de que Steve dice la verdad, es demasiado estrecho. Ni poniéndonos en forma lateral podríamos cruzarla. 

— ¿Qué tal si la pasamos por arriba? —Mordisqueo mi labio. 

— No creo que sea buena idea… los barrotes terminan de forma puntiaguda, podríamos lastimarnos. 

Mierda. 

Mis ojos se cierran con pesar, si logran atraparnos nos esperará un gran castigo. De esta no nos la libramos. 

— ¿Dónde más podríamos salir? —Pregunta Mila limpiando el agua salada que le cae de los ojos. 

— No nos quedará de otra que por la puerta. 

— ¡¿Estás loca?! —Steve me mira con los ojos desorbitados— ¡No podríamos! Tienen una caseta de vigilancia, apuesto a que el guardia se ha enterado. 

— ¿Tienes una mejor idea? ¿O quieres que nos atrapen? —Elevo la voz un poco, sin llegar a gritar. 

Él se queda en silencio, apretando sus labios con fuera. Acepto su silencio como una negativa: — Bien, síganme. 

Me paro lentamente para tener mejor visón de todo el campo, estoy casi arrodillada. Miro a todos lados y veo luces de la construcción prenderse, son las luces de todas las habitaciones. 

Uno. 
 

Dos. 

Tres. 

Cuatro. Corro como si mi vida dependiera de ello y me refugio en el tronco de un árbol gigantesco, una vez que derrapo mi prenda con la tierra me siento y respiro hondo para hacerle una seña. 

Ellos corren y se sientan atrás de mí. 

Cada vez que corremos nos acercamos más a la salida. Puedo sentir el nerviosismo en las puntas de mis dedos, la ansiedad cubriendo mi cuerpo y el sudor escurriendo en mi piel. 

Debo llegar. Debemos llegar. 

Entonces entre la oscuridad de la noche se ven luces en forma horizontal recorrer el terreno. Son luces de linternas, y vienen en nuestra dirección. Estamos los tres juntos detrás de un árbol, los tres empezamos a temblar del miedo. 

Antes de que nos podamos mover, un señor de unos casi cincuenta años de edad, nos apunta con un arma y una linterna. 

— ¡No se muevan! —Nos grita. Está acompañado de dos señores más, uno de cada lado. 

Su mano temblorosa sostiene una pistola, mientras que con la otra mantiene la linterna. 

Steven levanta las manos y se coloca enfrente de Mila, cubriendo una parte de su cuerpo con el mío, ese simple movimiento hace que el señor, que antes nos había gritado, grite nuevamente. 

— ¡Que no se muevan, dije! 
 



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En el texto hay: ficcion, drama amor, amor pasion

Editado: 08.10.2019

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