-¿Mamá?- toque la puerta de su habitación - ¿mamá?, ¿¡MAMÁ!? – entre rápidamente, desesperada porque no respondía a mis llamados…
Y ahí la vi, tirada en el suelo con un frasco y pastillas regadas por el suelo. “no, no, no. Esto no me puede estar pasando a mí. Ella no, por favor”. Sentí como cada parte de mi cuerpo se contraía, se debilitaba al verla a ella, tendida, sin vida.
Pasaron los días… sentía que mi vida no valía, no tenía ningún camino si ella no estaba a mi lado. “Dios, por favor, que esto sea una pesadilla, por favor”.
-Mi más sentido pésame, Paris. – me decían las personas que asistieron al velorio de mi madre. Todos me miraban, sentían pena por mí.
– Pobre Paris, el padre la abandona y luego se le muere la mamá, pobre Paris – escuchaba decir a una que otra señora que se acercaba a mi casa.
Tenía tantos sentimientos encontrados ese día, “Ya no puedo más, ya no puedo más” -rompí en llanto y luego no recuerdo más- … Y desperté, confundida con todo lo que estaba pasando. “Que todo esto sea una pesadilla, Dios.”
-¿Paris?- dijo una voz que reconocí al instante.
- ¿Ámbar?- dije, con una gran pesadez en la voz.
– Yep. ¿Puedo pasar? – Dijo con una voz que inspiraba paz
- Pasa, por favor - le dije a mi mejor amiga.
Hablamos un buen tiempo, le explique cómo me sentía.
– Tranquila bebé – me dijo – sabes que yo siempre estaré para ti, eres mi mejor amiga y jamás te dejaría. Te quiero.
Esas palabras de consuelo me llegaron tanto.
-Gracias por todo Ámbar, te quiero.
Llegó el día en el que tocaba enterrar a mi madre, ya no sentía nada, sentía que lo había perdido todo. No lloré, no me desmayé, era como un hielo en medio de todas las personas brindándome sus condolencias. Cuando terminó todo, llegué a mi casa, entré a mi habitación y me puse a pensar en lo que me decía mi mamá. “Paris, esfuérzate mi pequeña, en todo. En tus estudios, en ser cada día mejor, y sobre todo nunca te olvides: siempre con humildad. Recuerda que con humildad se llega muy lejos pequeñina”. Al recordar esas palabras, sentía unas punzadas en mi corazón, sabía que ella se había quitado la vida por una persona que para ella fue importante pero insignificante para mí: El alcohólico de mi padre. Si es que se le podría llamar padre, a un maldito alcohólico que abandona a su familia por no querer ser responsable con sus actos. En fin. Con todo esto, me prometí a mí misma que llegaría muy lejos, por mi madre, para que esté donde esté se sienta orgullosa de mi. No sabía de donde rayos iba a sacar esas fuerzas, pero tenía que tenerlas, por ella. “Trabajare día y noche, no me dejaré vencer, por ti: mamá”. No recuerdo haber llorado esa noche, solo sé que mi cuerpo ya no daba más, hasta que entre en un profundo sueño del que quería no volver a despertar nunca más.