Muñecas de hollín

IV Lombard



 

El detective corrió, abriéndose paso entre la multitud eufórica. Cuatro hombres levantaban el cuerpo de Humbert, el sujeto flaco del ayuntamiento al que le acababan de disparar en la cabeza. La herida del disparo fue directa en la sien. Un tiro perfecto. Solo un francotirador profesional podría haber apuntado de esa manera.

Lombard examinó el cadáver tan rápido como pudo. Desde su perspectiva, direccionó el ángulo de la bala hacia los tejados, al noroeste de la plaza.

―¡Llévenlo a la morgue! ―ordenó Gaspard Lombard a los individuos que cargaban el cuerpo.

Con urgencia y valiéndose de todas sus fuerzas, el detective corrió nuevamente entre la muchedumbre hasta llegar a la casa más cercana. Tocó la puerta con ímpetu. Esta se abrió como si el seguro no estuviese puesto. Le pareció extraño, todas las casas estaban cerradas y bien protegidas debido a la turba.

No disponía de tiempo para analizar la ocasional puerta sin cerrojo, pero, mientras corría escaleras arriba, notaba que no había ninguna vela encendida en todo el sitio. La puerta del ático estaba abierta. Afortunadamente, la luz de la calle proporcionada por las antorchas embravecidas le ayudaba a iluminar la oscuridad de la morada.

Su buen olfato detectivesco lo condujo directamente a la casa del siniestro. «Un golpe de suerte», se dijo Lombard, las mentes maestras piensan demasiado rápido. Se preocupó por los inquilinos de la casa, estaba completamente vacía, pero después se ocuparía de ese pequeño gran detalle. Divisó la ventana triangular abierta. Con agilidad felina, se escabulló hacia fuera para examinar mejor el ángulo que había estado inspeccionando.

―Detective Lombard, ¿ve algo desde ahí? ―le gritó un tipo fornido desde la plaza.

Lombard observó el tejado, sus ojos escaneaban con cautela cada rincón de las tejas. Estaba en lo correcto. Parte de las losas se habían resquebrajado. Había pequeñas grietas y una en particular, estaba montada encima de las otras. Acercó la nariz al hallazgo. Olfateó profundamente.

―Huele a pólvora… ―musitó e introdujo el dedo medio entre las hendiduras. Tocó un polvo áspero. Llevó el dedo hasta su boca y probó el residuo con la punta de la lengua. Identificó de inmediato el sabor―. Sí, es pólvora ―confirmó.

Con rapidez, escaló la superficie de la ventana posándose sobre los tejados. Se encontró con el paisaje que imaginó: un conjunto de hileras de chimeneas hasta un horizonte de bosques y montañas. Apenas la luz iluminaba los techos. Pero Lombard no apartó la mirada de las torres humeantes, graduó la vista como un animal nocturno en cacería. No era la primera vez que usaba sus habilidades en la noche. Sus ojos parecían los de un águila en pleno vuelo. No se le escapaba nada… ¡Y acertó!

Detectó una silueta humana a los lejos, oculta tras el humo de una chimenea. El asesino se escondía, pero no era lo bastante bueno para escapar de Gaspard Lombard. El detective tomó impulso desde la venta y corrió, saltando el tejado hacia otra casa. Las callejuelas eran estrechas y fáciles de franquear.

―¡Por allí! ―gritó otro sujeto, observando al detective corriendo por los tejados.

La sombra oculta tras la capa de humo se movió. Lombard llegó hasta la chimenea, pero solo vio un trapo amarrado a una viga suelta que ondulaba con el viento.

―Maldito, ¡me engañó! ―Enojado, sostuvo la extraña capa oscura y la arrojó hacia la calle―. ¡Guarden la evidencia! ―gritó. Y afiló la vista nuevamente.

El quebradizo camino por las losas delataba la huida del homicida. Lombard corrió, siguiendo el sendero. Saltó varias casas hasta llegar al tope de la montaña, donde los árboles comenzaban a nacer. Vio un arma larga tirada en un callejón, volvió a gritar para que alguien la guardase. El tipo era muy veloz, disparar a distancia y correr todo ese trayecto hasta el bosque con alguien pisándole los talones, no era algo que cualquiera podía hacer. ¿Se trataba de algún francotirador o un asesino profesional?

Lombard escuchaba la caminata del tipo entre los arbustos, faltaba poco para atraparlo. Por fortuna, siempre llevaba una pequeña pistola de bolsillo, una Remington modelo 95 Double Derringer, el arma perfecta que pasaba desapercibida. Algunas prostitutas solían comprarlas para protegerse de clientes borrachos o potenciales abusadores.

En cuestión de segundos, Lombard desenfundó el doble cañón de su pistola. Se escabulló entre los árboles persiguiendo al sujeto. Pero bajo las copas de los árboles la luz escaseaba y la luminosidad de la luna no llegaba hasta allí.

Los sonidos de la naturaleza se escuchaban poco a poco: aves revoloteando, el ulular de un búho cazador o insectos moviéndose. Pero las pisadas del prófugo sonaban fuertes y nerviosas, pronto le daría alcance y lo tendría frente a frente.

El trabajo del detective era encontrar culpables y tenía uno picándole el anzuelo. Pero, a lo lejos, sin ningún sentido, los manifestantes comenzaban a destrozar y quemar cosas, crear caos. A estas alturas, estarían en la zona rica de la isla. La Policía Montada ya debía estar luchando contra la protesta agresiva. Al día siguiente por la mañana, habría casos y más casos de muertos y heridos, mucho trabajo para Gaspard Lombard y eso solo significaba dolores de cabeza.

Entre los árboles, a kilómetros de donde se escondía Lombard, persistía una pequeña fuente de luz, indicio de los alborotos de los ciudadanos. La cuestión iba de mal en peor. Escuchaba a lo lejos el rumor de los gritos y el desorden.

Tenía que concentrarse en el fugitivo. Lombard se acodó a un árbol sin perder el rastro. Se ensució el pantalón con la tierra húmeda. El olor de la corteza mojada de los árboles le gustaba, pero si seguía apoyado al tronco, pronto le daría alergia, lo último que deseaba en ese momento era que un estornudo delatara su acecho. Mucho menos ahora, que había encontrado la guarida del matón.




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