Era media noche cuando llegaron a Heiwa. Fernanda se sentía tan enfadada de que le quitaran lo que tomó del falso Mayab que no quiso hacer otra cosa más que dormir.
Al siguiente día por la mañana, Nina fue a la habitación de Fernanda para decirle que el desayuno estaba listo, pero ella ya no estaba.
―La vi salir muy temprano ―comentó Sarik.
―¿No está? ―preguntó Karsten, con un serio semblante.
―No, ¿por qué?, ¿pasó algo en la ciudad científica?
―Escuchen ―Karsten se sentó a la mesa―, Fernanda robó un robot pastelero y una caja de vinos del falso Mayab… no sé exactamente en qué cambia eso su destino, pero Nayelli analizó de inmediato su futuro y encontró que la probabilidad de que ella nos traicione aumentó al 87%
―¿Tanto? ―exclamó Nina, asombrada―. No puedo creerlo, Fernanda parece más centrada desde que está en Heiwa, ¿en verdad las banalidades de Mayab son suficientes como para tentarla a traicionarnos?
―Sus probabilidades siempre estaban alrededor del 50% ―comentó Sarik―, y yo estaba convencido de que disminuirían.
―Entonces es eso, ¿no? ―los tres respingaron cuando vieron que Fernanda estaba en la puerta, llevando en mano algunas truchas recién pescadas ―. ¿Creen que los traicionaré?
―¡Fernanda! ―Nina se levantó y fue hacia ella.
―Entonces quizá deban alejarse de mí ―Fernanda dejó el pescado sobre la mesa y echó a correr hacia fuera. Fue directo a la casa de Gabriela.
Gabriela abrió la puerta para salir a buscar algo para almorzar cuando vio a Fernanda parada en el umbral, con un gesto de ira.
―¿Fernanda?, ¿estás bien?
―Gaby, ya me cansé de jugar con cohetitos y petardos, necesito ser capaz de retener una verdadera explosión, ¿crees que podrías? ―Fernanda señaló su propia cabeza.
Sin comprender, Gabriela tomó la cabeza de Fernanda con ambas manos, sosteniéndola por algunos segundos.
―Listo, es lo más que puedo hacer sin volverte loca.
―Gracias Gaby, te debo una.
Fernanda echó a correr ahora hacia su laboratorio, de donde sacó una bomba, la subió al auto levitante de Sarik y se alejó de la ciudad. Se fue hacia lo alto de una montaña, con un detonador hizo explotar la bomba y estiró sus manos hacia el fuego que comenzaba a extenderse entre la hondonada. El fuego detuvo su avance casi de inmediato, pero mientras el fuego era controlado, las manos de Fernanda se iban llenando de ámpulas. Gritó por el esfuerzo y el dolor que sentía en sus manos, pero al fin de unos segundos, toda la energía térmica se concentró en un halo de luz que se elevó hacia el cielo, provocando una lluvia torrencial. Fernanda se dejó caer en el suelo, completamente exhausta. Un portal se abrió junto a ella, y de él salió Joe.
―¿Acaso estás loca? ―reclamó―, ¿por qué hiciste esto tú sola?
―Porque… ―la voz de Fernanda se quebró―, quiero demostrarles que no soy una traidora. Yo haría lo que sea por la gente de Heiwa.
―¿Acaso alguien te dijo…?
―Escuché a mis amigos diciendo que Nayelli pronostica que yo los traicionaré ―Fernanda miró a Joe, sus lágrimas se confundían con la lluvia―. ¡Yo no lo haría!, ¡juro que no lo haría! Debe haber algo más… no sé, quizá si alguien se apodera de mi voluntad…
―Creo que lo mejor será sanar tus manos ―Joe observó las heridas en las manos de Fernanda, después de abrir un portal, la tomó en sus brazos y en un segundo apareció con ella en el interior de un lugar muy extraño, era una construcción enorme y muy abierta. Toda una pared era completamente de cristal y daba vista a un jardín rodeado de enredadera, con un techo lleno de tragaluces y en su interior había muchas plantas de sombra, en lugar de bañera había un estanque, entre las plantas una cama y en una esquina una pequeña cocina.
―¿Es tu casa? ―preguntó Fernanda, asombrada―. Es como estar en el exterior.
―Naye y yo pasamos demasiado tiempo encerrados como para querer vivir entre cuatro paredes ―respondió él mientras se concentraba en sus manos.
―Entonces es por eso, ¿no? Tanto encierro en tu pasado te creó una especie de claustrofobia. ¿Qué tanto te hizo Gates cuando eras niño?
Joe observó a Fernanda con asombro, como si le sorprendiera esa pregunta. Miró hacia un lado, titubeando con gestos de incomodidad.
―No me creas una entrometida, soy el tipo de persona que todo lo cuestiona. Todo mundo dice que eres algo así como una criatura de instintos, pero yo no lo creo, me niego a creer que el ser más evolucionado de la raza humana se guie por instintos básicos, debe haber una razón para tu comportamiento.
Joe de nuevo se asombró. Bajó la mirada y tras inhalar, comenzó a relatar su vida.
Tenía vagos recuerdos de sí mismo con sus padres. Cuando se creyó un clon, pensó que parte de los recuerdos de Jason habían pasado a él, pero ahora que sabía que eran sus propias memorias, era lo que más atesoraba. Por desgracia esa felicidad efímera fue reemplazada por los horrores que vivió en manos de su padre.
Durante el resto de su niñez, Joe fue confinado a un laboratorio en una ciudad abandonada, en donde Gates podía experimentar con su propio hijo a su antojo. Rara vez veía la luz del sol, casi siempre estaba en el interior, en sitios oscuros y fríos. Lo más abierto que conocía era un gimnasio en donde era obligado a realizar exhaustivos entrenamientos, forzando sus músculos hasta no poder mover siquiera un dedo por el cansancio. Pero ese gimnasio era la gloria comparada con lo que Gates llamaba “la caja de la evolución”, un calabozo en donde Gates lo sometía a terribles torturas. Joe contó cómo había sido golpeado, dejado sin ropa alguna en crudos inviernos, encerrado sin agua por horas en calores insoportables. Incluso su rostro se endureció hasta deformarse mientras hablaba del dolor terrible que le provocó cuando a Gates se le ocurrió abrirle una herida en la pierna para arrojar gotas de metal fundido en ella. No recordaba si quiera qué edad tenía cuando eso pasó, pero fue suficiente para convertirse en un arma letal. Esa fue la primera vez que Joe se rebeló en contra del general, logró soltarse de sus ataduras y se fue contra su padre con tal habilidad que al general le costó mucho evitar el ataque. Si Gates no se hubiera desmayado a causa de los golpes, quizá hubiera sido asesinado. Desde ese día Joe cobró tanta fuerza que Gates le temía, así que se midió en la crueldad de su entrenamiento y fue entonces que lo nombró comandante y lo dejó al frente del batallón de su última serie de clones.
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Editado: 29.08.2023