El resto de la jornada transcurrió de manera irregular. Aunque el profesor intentaba mantener el control del aula, las miradas furtivas y los murmullos sobre los nuevos alumnos persistían. Fabiola, por su parte, había logrado recuperar un poco de concentración, aunque su mente seguía divagando hacia el misterioso chico de la ventana.
Cuando sonó el timbre que marcaba el final de las clases, todos comenzaron a recoger sus cosas con rapidez. Jisso, siempre observadora, no tardó en notar la expresión distraída de Fabiola.
—¿Sigues pensando en lo mismo? —preguntó, mientras se ajustaba la mochila al hombro.
—No es eso... —Fabiola vaciló, tratando de encontrar una respuesta convincente—. Solo que todo esto es tan... raro.
—¿Raro? —Jisso arqueó una ceja, claramente entretenida con la conversación—. Si te refieres a lo misterioso que es el chico de la ventana, estoy completamente de acuerdo.
Fabiola rodó los ojos y salió al pasillo, tratando de dejar atrás el tema. Pero incluso allí, la atmósfera seguía impregnada de la presencia de los recién llegados. Las chicas se agrupaban en pequeños círculos, hablando en susurros, mientras que algunos chicos intercambiaban comentarios en voz baja.
Al girar en dirección a la salida, Fabiola casi tropieza con el chico confiado que había entrado primero al aula. Su sonrisa apareció al instante, como si esperara ese encuentro.
—Ah, la nueva. Fabiola, ¿cierto? —dijo, pronunciando su nombre con una familiaridad desconcertante.
Ella asintió, sorprendida de que supiera su nombre.
—Soy Nathan —añadió él, mientras le tendía la mano con una sonrisa que podía desarmar a cualquiera—. Espero que este lugar no sea tan terrible para ti.
Antes de que Fabiola pudiera responder, otra voz, más grave y distante, interrumpió la conversación.
—Nathan, vámonos.
El otro chico, el de la ventana, estaba a pocos pasos, observándolos con una expresión impenetrable. Aunque sus palabras eran directas, su tono no parecía autoritario, sino cargado de algo más difícil de descifrar.
Nathan soltó un suspiro teatral, pero su sonrisa no desapareció.
—Nos vemos luego, Fabiola.
Mientras los dos chicos se alejaban, Jisso apareció de repente junto a ella, con los ojos brillando de emoción.
—¡Eso fue increíble! ¿Quién diría que uno de ellos hablaría contigo el primer día?
—No fue nada especial —respondió Fabiola, aunque su tono no era del todo convincente.
Sin embargo, mientras salían del edificio, no podía evitar preguntarse por qué Nathan había sabido su nombre. Y, más importante aún, por qué el otro chico había parecido tan interesado en que no hablaran demasiado.
Esa noche, al llegar a casa, encontró a Sofía y Leandro en la cocina, conversando tranquilamente mientras preparaban la cena.
—¿Cómo estuvo tu primer día, cariño? —preguntó su madre con una sonrisa cálida.
—Interesante, por decir algo... —respondió Fabiola, mientras dejaba su mochila en una silla y se servía un vaso de agua.
—¿Eso es bueno o malo? —bromeó su padre, girándose para mirarla.
Fabiola se encogió de hombros. Había demasiadas cosas ocurriendo, pero no estaba segura de cómo explicarlas.
—Conocerás más gente con el tiempo —añadió Sofía, viendo la expresión pensativa de su hija—. Solo necesitas acostumbrarte.
Fabiola asintió, aunque sabía que no era solo cuestión de costumbre. Algo en su instinto le decía que los recién llegados traían consigo más preguntas que respuestas, y que su vida, tan tranquila hasta ahora, estaba a punto de cambiar de maneras que no podía anticipar.