La vida está hecha de primeras veces: la primera vez en sonreír, en sentarte, en gatear, en caminar, en comer, en abrir los ojos, en ver las estrellas o en subir el avión. Existe un inicio para todo, y creo que la ilusión del primer beso es una sensación irreemplazable, memorable y deseada. Toda joven quiere que el primero sea especial, al igual que su primera vez, y con la persona adecuada. Aunque esto sea solo un simple roce de labios y la fricción entre las lenguas, es el primer paso para una mujer sentirse deseada. Los nervios te hacen sentir como gelatina, la respiración se te hace pesada, te cuesta hasta caminar y te sientes en las nubes. Todo esto es si sucede con la persona que creamos correcta, claro está.
Mi primer beso fue a los 11 años, y ha sido el desastre más considerablemente bueno que he realizado en estos 17 años viviendo torpemente. El chico se llamaba Gregory, él era el típico nerd de la escuela: flaco hasta los huesos, blanco, pelirrojo y con muchas pecas esparcidas por toda su cara. Él siempre usaba unas gafas gigantes con cristales que parecían el fondo de las botellas de cerveza y se ponía unos chalecos de lana.
Un día, Rachell, la niña más narcisista que había en el aula, decidió que jugaríamos a la botella. Yo estaba ansiosa de aceptar la oferta. Si jugábamos, tendría la oportunidad de besar a Joe, aunque también estuviera el riesgo de que me tocara otra persona. Mi mejor amigo insistió en que no lo hiciéramos, quería a toda costa evitar que le tocara Rachell. Yo lo convencí con el típico puchero de perrito que siempre ha logrado que se derrita ante mi.
Cuando estábamos sentados en el círculo y hubo llegado mi turno, mi corazón amenazó con salir de mi pecho. A mi frente estaba Joe y me miraba con cara de “no lo hagas, Jazz”, y yo, como obstinada que soy, gire la botella.
Todos estaban atentos a lo que sucediera, y yo sólo quería que se detuviera. Y cuando lo hizo, y esta señaló a Gregory, miles de burlas de mis demás compañeros comenzaron a resonar a mi alrededor. Mire a Joe, y este estaba rojo del cólera que sentía por dentro, porque al parecer no quería que besara a nadie, y yo, por mas que quisiera que el primer contacto de labios que tuviera fuera con él, no podía dejar que Gregory siguiera pasando vergüenza. Me encogí de hombros, me acerqué a él, cerré los ojos y lo besé sintiendo todas las miradas ante nosotros. Cuando me alejé, mis compañeros estaban sorprendidos. Por inercia, gire mi cabeza en busca de mi mejor amigo, pero este no se encontraba allí. No sabía lo que le sucedía. Gregory me miraba sonriendo y con las mejillas sonrojadas. Yo le sonreí de vuelta. Desde ese entonces en la escuela nos hacían bullying a ambos, a tal punto de que Gregory no podía con la presión de las burlas de sus compañeros y terminó suplicándole a sus padres que lo cambiaran de escuela.
Mi acerca de ese momento decepción fue el no sentir las mariposas que se supone debí sentir, tampoco me sentía como una gelatina ni nerviosa y mucho menos estaba por las nubes. Fue como si nada hubiera pasado ahí.
En cambio, puedo resaltar que ahora mismo, caminando hacia mi casa, me siento como si estuviera pisando en el aire.
Se que este no ha sido mi primer beso, pero sí era la primera vez que Joe me besaba, y yo ansiaba ese preciado momento. Lo había imaginado de mil y un formas posibles, en distintos escenarios y momentos, pero nunca pensé que fuera a pasar. Los sueños suelen hacerse realidad cuando se desean demasiado y crees en la belleza que ellos poseen.
Llegué a mi casa, sin ser consciente, ni siquiera, del momento exacto en el que entré al jardín de mi hogar. Abrí la puerta y luego de pasar adentro y cerrarla, me pegué de espaldas contra ella. Cerré los ojos y repetí en mi mente el magnífico instante en que los labios de Joe bailaron con los míos. Involuntariamente sonreí. Últimamente no podía dejar de hacerlo.
Me doy cuenta de lo despistada que he sido, porque ¿cómo no haberme dado cuenta de que le gustaba a Joe en todo este tiempo? Demasiadas señales indirectas recibía: cómo se me quedará mirando por instantes, su sobreprotección extraña hacía mí, distintas formas de coqueteo, e incluso, cuando le dijo a Sandra que le gustaba otra chica mirándome a mí fijamente. Solo espero no estar imaginándome las cosas, porque eso dolería bastante. Para asegurarme de que esto no era un sueño, rápidamente pellizque el dorso de mi brazo izquierdo y el dolor agudo que sentí en ese momento me demostró que era una hermosa realidad.
Subí a mi cuarto, mientras tarareaba una lo que supongo una canción de amor, porque en realidad no se ni que estaba diciendo yo en este momento. Entré a mi cuarto, y luego de batallar conmigo misma para dejar de pensar por un instante, me metí a bañar. Pero al verme desnuda, y al sentir el contacto del agua caliente con mi piel, no pude eludir el recuerdo de lo que las ardientes caricias de Joe me hicieron sentir en ciertas partes íntimas. Recordé lo que mi mejor amiga Lina siempre me dice: lo que se siente arriba se ha de sentir abajo. Nunca he entendido la referencia, o por lo menos no lo hacía, hasta el día de hoy.
Luego de haberme duchado, me acerqué a mi armario para tomar mi ropa, y me dije a mi misma que dejara, una vez más, de pensar un instante en lo que pasó con mi mejor amigo. Tomé un leggin negro y un suéter cuello de tortuga verde olivo y me lo coloqué.
Le gusto… Le gusto… ¡Le gustó! Por Dios, le gusto a Joe y me ha besado. Esto lo debe de saber Lina, somos mejores amigas y nos contamos todo. Tomé mi celular de encima de mi escritorio, y me lancé encima de la cama mientras buscaba su número en mis contactos y le marqué, y luego de unos tonos, el canturreo típico de Lina se escuchó en mis oídos: