—¡¿Qué esperan para cerrar esas puertas?! —Mi padre por fin reacciona y se levanta de su asiento.
—¡Muevan a la guardia real! —Yoongi corre entre los ministros y se acerca mi madre —¡Escolten a sus majestades!
Miro las puertas a nuestra espalda y los guardias reales comienzan a rodear a mi padre y mi madre.
—¡Muévanse, no sabemos que tanto han infiltrado el palacio! ¡Protejánlos con sus vidas!—Min toma las riendas de la situación y los guardias atinan a acatar sus órdenes.
Mis padres caminan aprisa y se pierden al interior del pequeño palacio que sirve para las reuniones matutinas, ubicado en la parte este.
—¡No permitas que algo le pase al príncipe, Jin! —Mi primo toma rumbo al frente y lo veo desenvainar aquella espada que mi padre le mandó a forjar exclusivamente para él, decidido a enfrentarse a aquellos que han tenido la osadía de entrar al palacio.
Lo veo alejarse poco a poco y un nudo se entabla en mi estómago. Es una de esas sensaciones extrañas de desesperación y vacío que me llegan cuando él se va a las fronteras.
Por un segundo tengo la necesidad de detenerlo.
—¡Primo! —Él gira su torso, deteniéndose un segundo —¡Ten cuidado! —Es lo único que logro soltar.
—¡Recuerda con quién estás hablando! —Lo veo sonreír y regodearse en su propio ego —¡Soy el gran general Min! ¡Las flechas ni las espadas pueden conmigo! —Y con ese aire de superioridad corre con los guardias a su alrededor.
—¡Hay que darnos prisa, Alteza! —Jin toma mi brazo y me lleva con él.
Eunucos, damas y ministros corren todos en busca de un lugar seguro. Jin me dirige a la biblioteca real en donde él y yo sabemos que estaremos a salvo. Por mucho tiempo supimos que uno de mis lugares favoritos tendría que estar bien armado.
Todo a nuestro alrededor se vuelve silencio, pero solo por un segundo. En el exterior los gritos y chillidos aumentan cada vez más de volumen, logrando que mi miedo y nervios se instalen en mi cuerpo.
—¡Está justo al otro lado! ¡No dejen de buscarlo!
El ruido de espadas chocando unas con otras resuenan en alto por un rato pero poco a poco se detienen. Sé lo que sucede afuera y mi responsabilidad como príncipe no me permite quedarme escondido.
—¡No puedo quedarme aquí! —Suelto de tajo —¡Hay muchas personas muriendo allá afuera!
—¡¡No permitiré que algo le ocurra!! ¡¡No debe moverse!!
Desde afuera, una gruesa voz grita sin preocupación alguna —¡¡Encuentren al príncipe cueste lo que cueste!! ¡¡Lo quiere vivo!!
Mis ojos se abren al escuchar aquello. Acaso... ¿Todo esto está ocurriendo por mi culpa? ¿Tanta gente está muriendo solo por qué me buscan a mí?
Con mi convicción más fuerte que nunca, tomo una de las espadas que mantenemos ocultas bajo el enorme estante de libro y me pongo de pie.
—¿A dónde se dirige? —Jin vuelve a sostener mi brazo. Su voz no es más alta que un susurro.
—Me buscan a mí —Lo miro de modo desafiante —No permitiré que sigan haciendo de las suyas.
Doy un par de pasos pero el cuerpo enorme de Jin se interpone en mi camino —No dejaré que salga —Mantiene su mirada fija en el suelo.
—Hazte a un lado —No se mueve ni un ápice —Es-una-orden —No me gusta usar nunca mi posición para dar órdenes, pero esta vez es necesario.
—No puedo permitir que lo lastimen. No mientras yo esté vivo —Por primera vez en lo que tengo de memoria lo veo cuadrar sus anchos hombros y verme directo al rostro.
—Eso tiene arreglo —Desenvaino mi espada y la coloco en su cuello —Quítate, no me hagas hacer algo de lo que me arrepienta —Jin ni siquiera hace el intento de moverse o defenderse. Lo odio, es demasiado terco.
Ambos mantenemos nuestra posición pero él parece notar algo en mi rostro, suspira por lo bajo y camina hasta la puerta.
—Haga lo que yo le diga y por favor, quédese detrás mío —Desenvaina su espada y yo me acerco hasta él.
Con sumo cuidado salimos de la biblioteca y mis ojos recorren de inmediato los alrededores. Decenas de personas están tiradas en el suelo... muertas.
Los rostros de las personas en el suelo las conozco, personas inocentes que por mi culpa han tenido una muerte sádica y cruel. Malditos aquellos que han arrebato estas vidas.
Me aferro a mi única forma de protección y sigo despacio el camino que deja Jin.
Al llegar por un pasillo nos detenemos a los costados para vernos y darnos señas de continuar. Los gritos y llantos comienzan nuevamente a sonar en alto, hasta que por fin, estamos a una sola puerta de llegar a plaza central donde minutos antes celebraba tranquilamente mi cumpleaños.
—Protégete Jin, no pienses en mí y haz lo que te ordeno —Escudriño el sitio para trazar un plan de ataque.
Las estadísticas no están a nuestro favor. Hay demasiados hombres armados cuyos rostros son tapados por una especie de tela. Esos desgraciados están matando a cuanta gente se le pare enfrente. Desde mi perspectiva, no será imposible acabar con ellos sin llevarnos algunas heridas.
Al otro lado de la plaza nuevos gritos de auxilio se escuchan.
Veo que aquellas figuras vestidas de negro arrastran a mi madre y la tiran al suelo. Por otro lado mi padre es amenazado por dos espadas en su cuello. Varios eunucos y ministros son arrastrados también.
—¡¡Protejan al rey!! ¡No permitan que le hagan daño! —Escucho gritar al ministro de defensa.
—¡Cállate de una buena vez! —Sin escrúpulos, una figura alta y rechoncha que nos da la espada le corta el cuello, haciendo que todos se queden en silencio.
—¡Demonios! ¡No podemos salir tan fácil! —Hablo en voz baja para que no noten nuestra presencia.
El tiempo se agota y por más que le de vuelta al asunto no podemos hacer mucho.
—Debe salvar a su Majestad, Joseon debe permanecer como una nación fuerte y unida —La voz de Jin es tan suave y melódica como el viento —Ha sido un placer estar a su lado toda mi vida, Alteza —Sus palabras me desencajan y lo miro serio —Quiero que sepa que nunca ha sido una carga para mí y lo he considerado un buen amigo. Gracias por darme la oportunidad de haberle servido —Su estúpida sonrisa se asoma por un segundo, me da una reverencia y al segundo siguiente ya está de lleno en la plaza.