—¡¿Qué espera!? ¡¡Salve al rey!! —Su esfuerzo por contener a aquellas figuras me saca del sopor y logro entender lo que hace. El muy idiota ha decidido servir de barrera entre ellos y yo.
Hago acaso de sus palabras y paso corriendo a su lado. Su mirada y la mía se conectan por última vez antes de que su espada comience a moverse ágilmente en sus manos. Su habilidad innata en lucha cuerpo a cuerpo es sorprendente, así que por el momento no me preocuparé de él.
—¡Es él! ¡El príncipe! —Voces comienzan a murmurar pero las ignoro.
Quiero llegar hasta el extremo donde tienen a mis padres pero me topo con un par de espadas frente a mí. Con arma en mano los esquivo haciéndoles cortes en los brazos y piernas. No sé a cuántos he derribado pero los escucho quejarse de dolor a mis espaldas. Avanzo lento, logrando paso a paso que la distancia disminuya. Tengo que salvarlos.
La lucha que tiene Jin es peor a la mía pero continúo escuchando como su espada arremete contra los que lo atacan, hasta que mi vista se desvía a su figura un solo instante, el cual desee no haberlo hecho... Mi guardia y mejor amigo es atravesado por una espada justo en el cuello.
Su cabeza sale rodando lejos y lo único inmóvil que cae al suelo es su cuerpo.
—¡¡No!! ¡¡Jin!!—Mi vista se nubla y siento escozor en mi brazo izquierdo. Como puedo la toco y veo sangre en mis manos. En mi pequeña distracción alguno de esos sujetos me ha herido.
—¡¡Alteza!! ¡¡Tenga cuidado!! —La voz de mi anciano eunuco, aquel hombre que me ha cuidado como si fuese su propio hijo, es acallada cuando tres flechas son atravesadas en su pecho sin piedad alguna.
Me duele, me enfurece y me siento ahogar en cuanto fijo mi vista en los hombres a mí alrededor. Sin medir mis acciones lucho con sangre, sudor y lágrimas hasta matarlos a todos. A estas alturas la indulgencia y la compasión que tanto he aprendido de Confucio sale sobrando.
Cansado y herido tomo camino de nuevo hasta el punto donde están mis padres, hasta que escucho como desde la parte altas de los pequeños palacios que bordean la plaza, aparecen arqueros, todos apuntando directo a mi. No sé cuántos son, pero son muchísimos, demasiados para un solo hombre.
Ya no puedo más, estoy cansado y mis piernas las siento desfallecer, pero no puedo permitir morir ahora, no en estos momentos. Con mis pocas fuerzas tomo el arco que se encuentra bajo mis pies y apunto a aquellos en el techo. Disparo una, disparo dos, disparo tres flechas, cada una dando certeramente entre ceja y ceja de un individuo logrando que sus cráneos se partan a la mitad, pero el resto queda a la expectativa. Todo cambia hasta que una voz gutural hace que todos se muevan al mismo tiempo.
—¡Ahora! —Mis ojos giran hasta la figura vestida de negro y cuyo rostro está tapado por una clase de máscara. Las he visto en el mercado, son de Haechi*.
En cuanto da la señal cientos de flechas comienzan a volar. Las escucho sonar como si fuesen cientos de aves que elevan sus alas en lo alto. Cierro mis ojos por instinto, pero el dolor nunca llega. Abro mis fanales y no veo ninguna flecha en mi cuerpo. Estoy bien, aún respiro, ¿Entonces...?
Con mi cuerpo temblando doy dos pasos a mi derecha y logro captarlo, esas flechas si llegaron a sus objetivos. Caigo de rodillas y mis manos se estiran al aire: mis padres ya hacen muertos uno a lado del otro. Sus pobres cuerpos están repletos de flechas por doquier.
El solo verlos hace que se me revuelva el estómago.
—¿Qué hará ahora, Alteza? —Escucho sus pasos, aquella figura se acerca lentamente —Está completamente solo. Es el único que queda —Su altivez me asquea y caigo en cuenta de que si lo que dice es cierto, entonces... mi primo también está muerto.
—¿Quién... eres? —Mis pulmones apenas y logran tener aire.
—Aquel que tome el trono y se vuelva Rey de Joseon —Agudizo mi oído para poder distinguir su voz pero me es imposible.
—Eso... jamás sucederá —Con mi espada logro ponerme de pie y encarar a aquel que ha tenido la osadía y la estupidez de atacar a mi familia.
—¿Aún tiene ganas de jugar? —Se posiciona con su arma y me quedo helado. Es la misma de i primo Yoongi. Sí, confirmo que está muerto, nunca dejaría por nada su espada —¡No se meta nadie! Esto es entre esta basura y yo.
Antes de que alguien más haga o diga algo, comienza la batalla.
Las espadas resuenan al chocar la una con la otra, logrando que el ruido del metal erice por completo mi cuerpo. Mis manos tiemblan al detener su poderoso ataque. ¡Diablos, tiene más fuerza que yo! La esquivo a centímetros de mi estómago dando un par de pasos atrás. Nuevamente arremeto contra él. Muevo mi espada de arriba para abajo, tratando de encontrar un punto débil pero puedo, es demasiado bueno.
Nos alejamos un poco en busca de de aire. Ambos respiramos entrecortado.
—¿Por fin dejará las estupideces, Alteza? —Su estridente risa me hiela la sangre. ¿Cómo se atreve a siquiera a dirigirme la palabra —¡¡El trono será mío!!
—¡¡Nunca lo permitiré!! —Mi orgullo de príncipe es el que me hace mover. Corro con espada en alto pero enseguida la esquiva. Lo único que resuena es el chocar de los metales.
El sujeto brinca para evitar mi espada por lo bajo pero soy más rápido que él y logro lastimarle la pierna. La sangre no tarda en salir a borbotones.
—¡Maldito desgraciado! —Lo escucho gemir y al instante una sonrisa de suficiencia surca mis labios, pero no tarda mucho ya que su espada arremete una vez más en mi brazo lastimado. La sangre caliente fluye y en grandes cantidades resbala por mis dedos cayendo sin cesar al suelo.
Sin perder tiempo seguimos lastimándonos de gravedad, logrando que ambos nos desangremos de a poco. Mi mente, con su último aliento tiene un solo movimiento en mente que realizar, aquel que aprendí en mi entrenamiento con la guardia real. Él está cansado y logro verlo, es el momento adecuado.