Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo X – Traiciones innecesarias

Evan

En ese momento, el joven guerrero despertó. Se vio rodeado de otros hombres. ¿Quiénes eran? Le resultaba difícil reconocerlos.

— ¿Quiénes son ustedes? — preguntó.

— Somos nosotros, Evan — dijo uno de ellos —. Tus compatriotas. Dimos la vida por ti. Muchos de los nuestros murieron por tu causa. Desobedecimos a la corona por seguirte.

Evan los escudriñó y esta vez pareció reconocerlos. Varios de sus conocidos estaban ahí; Dracón, Adrián y otros más.

— ¿Me salvaron o estoy muerto igual que ustedes? — inquirió.

— Caíste desde lo alto del palacio, pero estuvimos aquí para planear tu rescate y el de tu hermano — respondió Dracón.

— Créanme, mi hermano no necesita que lo rescaten — Evan hizo el esfuerzo por ponerse de pie. Todos sus músculos le dolían por la caída —. Está mejor que todos nosotros juntos, pero posiblemente necesite de nuestra ayuda y por eso debemos ir hacia Cólquide.

— ¿Por qué ir tan lejos cuando nuestra gente nos necesita? — preguntó Adrián.

— Precisamente por eso, para ayudar a los nuestros — contestó el joven guerrero —. Debemos ir a recuperar lo que es nuestro. La espada debe ser encontrada, nuestro reino debe ser recuperado. Derrotar a los centauros es nuestra prioridad, luego veremos qué hacer con Heleno y su sucia gente. Pero en lo posible, debemos tratar de que sea un mirmidón quien ocupe el trono.

— Han muerto muchos ya. Deberíamos reunir a más gente.

— Nuestro tiempo es ahora. Somos los que estamos.

Y sin decir más nada, Evan comenzó a caminar esperando que los demás lo siguieran. Por entonces se dispusieron a partir. Pero apenas hizo unos pasos, Evan cayó al suelo. Sus músculos estaban muy débiles como para caminar. Por ende, sus acompañantes tuvieron que llevarlo cargado.

Me voy a vengar de esos malditos centauros, de ese maldito rey y de toda su familia. Se quejó entre sus pensamientos. Me voy a desquitar de todos.

Con el paso del tiempo, Evan ya no era un guerrero de Tesalia. Era un asesino por instintos.

— Mi señor — dijo Adrián.

Evan volteó hacia él, era la primera vez que alguien lo llamaba señor.

— ¿Cómo piensa encontrar la espada perdida? — Preguntó Adrián — Quiero decir… — añadió luego —… Nadie sabe dónde está.

— Precisamente esa espada está perdida porque nadie sabe dónde está — replicó Evan —. Si alguien supiera dónde se encuentra no sería una espada perdida, sería una espada encontrada. Y no tendríamos que ir a Cólquide a hacer este viaje.

— Puede haber muchos monstruos por el camino — expuso Dracón —. Esto puede llegar a ser una gran hazaña, así como puede ser una tragedia.

— Si es una tragedia vamos a ser que suene como la mejor tragedia que haya vivido cualquier mortal — exclamó el joven guerrero —. Somos mirmidones, y los mirmidones no le tememos a la muerte.

¡Un mirmidón no muere fácilmente!

Exaltaron sus voces al unísono repitiendo esa frase que tanto pronunciaban antes de emprender alguna batalla.

— No pudieron matarnos los troyanos, no nos pudieron matar las amazonas — prosiguió Evan —. No nos van a matar los malditos centauros. Recuperaremos la espada, volaremos la cabeza de Nesus, destruiremos a su ejército y reconquistaremos Tesalia. Los aedas nos mencionarán en sus canciones y las abuelas contarán nuestras hazañas a sus nietos. Seremos más famosos que el mismo Aquiles.

Todos aclamaron a Evan como si fuera un héroe, o un semidiós. Y por entonces, prosiguieron el viaje hacia Cólquide.

El elegido soy yo. Pensó Evan. No lo es mi hermano… es hora de poner las cosas en su lugar.

Cada vez estaba más sediento de poder. La codicia había inundado sus pensamientos. El saber que existía la posibilidad de que sea el elegido, o llenaba cada vez más de ambición. Nada se podía interponer en su camino desde ahora, ni siquiera su propio hermano. Cuando era joven, tuvo el deseo de acompañar a su padre y tener un lugar en la guerra de Troya junto a Aquiles. Pero Esón se lo había impedido. En la oleada de los centauros, había fracasado al reunir su tropel. Muchos habían muerto por su causa. Padres quedaron sin sus hijos, hijos quedaron sin sus padres, esposas quedaron viudas. Mucha gente había muerto por su causa. De cualquier forma, en los alrededores de Tesalia siempre moría gente. Las aldeas eran arrasadas como hormigueros en un día de fuerte lluvia. Si estaba vivo, era por una buena causa. Había sobrevivido a la oleada, también a aquella caída desde lo alto del palacio. Su oportunidad estaba cada vez más cerca. Debía encontrar la espada antes de que Kletos lo hiciera. Su mayor hazaña estaba cerca.

— ¿Alguno de ustedes es médico? — preguntó.

Uno de ellos se le acercó.

— Mi padre era médico, atendió a los guerreros caídos de Troya — dijo — Aprendí mucho de él antes de su retiro.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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