Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XV – Lazos de media sangre

Evan

Tal vez, pelear contra los centauros hubiera resultado más fácil que detener a una mujer preocupada e histérica. 

— ¡Suéltame! — Gritó Dionne — ¡Tengo que salvar a mi hermana!

— Te matarán. O peor, te llevarán con Cynara y te tratarán como se les dé la gana — replicó Evan.

— Pero es mi hermana.

— La odias.

— No la odio. ¿Cómo podría odiar a mi hermana?

— Ambos sabemos que es cierto. Nunca quisiste a Cynara. Nunca la tratarse como lo que es, tu sangre. ¿Por qué? ¿Qué tienes contra ella?

Por un momento, Dionne ahogó sus lágrimas. Las palabras de Evan terminaron de quebrar su corazón que se estaba desangrando por lo que acababa de ver. Nunca había tenido una buena relación con su hermana. Desde siempre, la había odiado. Pero ahora, la situación era distinta. Ella la necesitaba. No podría vivir sin su hermana. ¿Qué pensaría su madre? ¿Qué pensarían los demás?

Dirían que ella no la cuidó bien. Y hasta la culparían de ser quien buscó la muerte de su Cynara.

— Mi trabajo era protegerla, y fallé — dijo en un ahogado susurro.

Evan la abrazó y luego con sus manos le apretujó las mejillas.

— Es muy tarde para lamentarte ahora — le dijo —. ¿Por qué no la cuidaste cuando pudiste? — le preguntó luego.

— Eso es algo de lo que no quiero hablar.

— Tendrás que hacerlo, si quieres que te ayude.

Timmo irrumpió en la conversación. — Jovencita, la mejor medicina que puede haber, es el desahogo.

Dionne suspiró.

— Es una historia muy vieja, tiene mucho que ver con mamá — comenzó a relatar —. Mi padre había ido a la guerra junto con Aquiles. Y nos dejó sola. A mí y a mamá. En ese entonces, Cynara todavía no nacía.

‹‹ Habían pasado años ya, y como todos saben, los mirmidones se tardaron ocho años en sitiar Troya con Aquiles. Y luego con Neoptólemo volvieron a retomar la batalla. Mi padre Alcides, no volvía y mamá estaba tan desolada. Ella lo extrañaba. Lo quería mucho a él. El primo de papá, Filipus, cuidaba de nosotras en ausencia de papá. Con el tiempo, se convirtió como en mi segundo padre. Sin embargo, mi papá me hacía mucha falta, y ni siquiera aquella figura masculina podía ››

Evan no lo podía creer. ¿Filipus? ¿El granjero?

— No estás queriendo insinuar que Cynara es hija del primo de tu padre. ¿Verdad?

Dionne cerró los ojos y suspiró. Escudriñó hacia todos lados y luego se decidió hablar nuevamente.

— Yo, estaba lo suficientemente madura como para entender lo que pasaba entre Filipus y mamá — continuó —. Sabía que los dos traían algo. No teníamos noticias de mi padre, ni siquiera sabíamos si estaba vivo o muerto. Mi mamá me hacía entender que lo extrañaba, que no podía vivir sin él. Pero me demostró lo contrario cuando la vi ensuciar el lecho nupcial que había compartido con mi padre tantos años, con aquel granjero. Y de aquella sucia unión, nació mi media hermana — su voz se quebró por unos momentos —, Cynara.

Evan y Timmo intercambiaron miradas.

Ahora, el joven guerrero podía comprender el odio de Dionne hacia su hermana.

— Mira, Dionne, lo siento mucho — Evan trataba de medir sus palabras —. Yo no sabía que tu trato con ella se tratara de algo tan delicado. Pensé que simplemente la tratabas así por ser la menor. Tal vez sentías celos.

— ¿Celos? ¿Cómo podría tener celos de esa mocosa? Ni siquiera es hija de mi padre — replicó Dionne. Tomó calma, suspiró y luego se retractó —. Cuando supe que mi madre estaba esperando un hijo, desde el primer momento imaginé que era de aquel granjero. No era de mi padre. Ya no era una niña ingenua. Sentí tantos sentimientos mezclados. Por un lado, odio hacia mi madre, por haber engañado a papá de esa forma. A esa criatura que iba a nacer. Por otro lado, siempre había querido tener un hermano. Pero no de esa forma. No así.

— Cynara es una niña hermosa, dulce, un verdadero regalo de los dioses — murmuró Evan.

— ¿Regalo? Ella vino por una infidelidad que mi madre cometió.

— Porque los dioses así lo quisieron. 

— Esas cosas no existen, solo los inventaron para asustarnos. Si hay un dios que exista, esa es la razón.

Y de esa forma, Dionne concluyó su discurso. Sin decir nada más. Se la veía tan desesperada por su hermana. Por mucho tiempo la había odiado, sin embargo, sentía algo de afecto por ella. Después de todo, tenían la misma sangre. Media sangre. No podía hacer nada. Estaba tan impotente. Los centauros se habían llevado lo único que quedaba de su familia. El tesoro que nunca había apreciado en su vida. Tal vez nunca la volvería a ver, tal vez la guerra no terminaría. Posiblemente, los mirmidones ni siquiera contarían el cuento.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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