Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XXXIV – La búsqueda por Adrienne

 

Kletos

 

Estar como invitado en aquel palacio era todo un lujo, pero no era algo a lo que Kletos estuviera acostumbrado. Durante los últimos días, el cielo era su único techo y sus almohadas eran las piedras o el heno que solía encontrar por los alrededores, las fragancias que solía percibir eran las de las flores silvestres, de los álamos o de los cipreses; también estaba acostumbrado al ruido de los búhos y otros animales nocturnos que se paseaban por el bosque. Aquel palacio era todo lo contrario, las fragancias que abundaban eran las de sahumerios y algunas especias aromáticas; había animales silvestres, pero todos estaban encerrados en pequeñas jaulas, algo que a Kletos le pareció muy repulsivo, él pensaba que los animales debían estar en su hábitat natural, no entre rejas.

En ese momento, se encontraba en la tina; Eilyn estaba allí, junto a dos sirvientas que el mismo Moloso le había dispuesto. Fue cuando observó sus hombros descubiertos, emergiendo del agua, su cabello suelto y sus brazos decaídos a los costados de la tina. Era tan hermosa, nadie iba a pensar que hubiera vivido toda su vida en un asentamiento, en medio de la selva. Parecía una diosa, su belleza era tan exótica e inexplicable, y ni siquiera su mal temperamento podía quitar eso.  A su lado estaba Cloe, quien también se estaba dando un aseo, ambas se habían hecho muy amigas desde el retorno a Tesalia, a pesar de ser tan distintas; Cloe se caracterizaba por ser serena y calmada. Eilyn, en cambio, ella tenía un temperamento explosivo en algunas ocasiones, aunque también tenía su lado calmado y sentimental.

Por un momento, Kletos y su hermana volvieron al pasado nuevamente, a aquellos años donde eran felices, donde no había centauros que los atacaran, tampoco había guerra, nada de qué preocuparse; solo pensaban en jugar y divertirse. Eran los seres más inocentes del mundo, hasta que les llegó el tiempo de crecer y de ver el mundo con otros ojos; Kletos y Evan descubrieron las armas y el trabajo, Cloe por su parte debía enfrentarse a la espera de que algún pretendiente la cortejara y viniera a pedir su mano, aunque nunca corrió esa suerte, a pesar de ser una joven tan apuesta.

— Me acuerdo cuando Evan y tú me hacían enojar, mamá nos terminaba regañando a los tres — suspiró Cloe —, decía que si no nos deteníamos nos iba a enviar a los tres a labrar al campo.

Kletos agachó la cabeza y contuvo sus lágrimas, todavía no podía creer que su hermano estaba ausente, por su causa.

— Todavía me lamento por haberlo matado — dijo —. Las pesadillas que tengo por la noche se deben a eso. Nunca voy a superar eso.

— Ni siquiera sabías que se trataba de nuestro hermano — Cloe intentó calmarlo, pero sus palabras no fueron eficaces.

— Eso debería darme tranquilidad, pero aun así no puedo superarlo. Quisiera traerlo de vuelta.

— Sabes que eso es imposible, muy pocas personas regresaron del Inframundo. Además, nuestro hermano ahora descansa en paz, si lo traemos de regreso solo le daríamos más sufrimiento, él guardaba mucho rencor, por eso se convirtió en el monstruo que lo llevó a su muerte. Tenía toda una vida por delante, pero los dioses decidieron que su vida terminara, y así debe ser. Sigamos nosotros con nuestra vida, él ya hizo la suya, y ahora reposa en los Elíseos.

Kletos entrecerró los ojos y trató de imaginarlo en ese lugar, en los prados, aquel lugar donde ni la guerra ni la destrucción existían, solo la serenidad. Hubiera querido estar en el lugar de su hermano, en vez de pasar por tanto sufrimiento y dolor; sin embargo, Kletos tenía una misión asignada, y debía cumplirla, los dioses no lo apartarían del mundo hasta que su objetivo no estuviera cumplido.

Llegado un momento, el héroe impregnó su mirada en Eilyn; en ese momento, Cloe supo que su presencia empezaba a incomodarlos, entonces salió de la tina, una de las sirvientas la ayudó a envolverse con una toalla y así se dirigió a su habitación dejando solos a su hermano  y a la amazona.

Kletos no dejaba de mirar a Eilyn, a tal punto que la guerrera ya se sentía incómoda.

— ¿Podrías dejar de mirarme así? — replicó ella, severamente.

— Solo te estoy admirando.  

— ¿Por qué no me eres sincero? ¿Quieres repetir lo que pasó en el lago?

Kletos esbozó una leve sonrisa, luego se desató el cinturón de su toga, y se la fue quitando hasta dejar su torso desnudo, luego se adentró en el agua. Por suerte, la tina era lo suficientemente grande como para contenerlos a los dos. A diferencia del agua del lago, el agua de la tina estaba tibia, podían sentir el vapor en sus narices, y un ardor dentro de sus cuerpos.

— Sí… Quiero repetirlo — soltó Kletos —. No sabemos si alguno de los dos morirá en la próxima guerra.

— Ninguno morirá, tenemos toda una vida por delante — respondió Eilyn —. Tú debes recibir tus honores como héroe, y yo debo volver a Escitia a enfrentar mi cruel castigo, aunque para muchas seré una heroína, la primera en desafiar a la reina.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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