Si estuvieran dentro ya habrían encendido el fuego o Mamá le habría puesto los lazos a las cortinas, pensó Anne mientras empujaba la maneta de hierro fundido del portón clásico de roble de la entrada.
El coche familiar no se hallaba, como era de costumbre, delante de la verja de madera. Tampoco había huellas recientes de neumáticos en el barrizal del camino hacia el garaje. La chimenea de piedra que sobresalía del tejado no escupía bocanadas de humo gris hacia el nublado cielo. Las cortinas de lino, color crema, se divisaban perfectamente estiradas tras los grandes ventanales, como un diafragma, impidiendo el paso de la poca luz que generaba el frio invierno.
Sus hermanos entraron con prisa tras ella sin percatarse de estas señales. Saltaron por las piedras del camino de entrada para no ensuciarse los zapatos y entraron rápidamente.
— ¡Papa! ¡Mama! — gritó Adam al entrar primero.
« ¡Papa! ¡Mama! » Respondieron estentóreas las viejas paredes de la casa. Adam se dio la vuelta mirando con recelo a sus hermanos.
— Voy a ver si están arriba — dijo Ander subiendo las escaleras.
— No están — indicó Anne al llegar, dirigiéndose al salón a buscar el periódico. El zumbido en sus oídos, tras agudizarlo, y la calma que rezumaba en el ambiente, eran señales inequívocas de que no había ni un alma en la casa. Todo estaba cerrado, ni siquiera el viento lograba entrar por alguna rendija para romper la ausencia total de sonido.
— Aquí arriba no están — corroboró Ander desde la segunda planta.
Adam aliviado fue tras Anne. Ella estaba ya, sentada en la butaca de su padre, ojeando el semanal. Pasaba las páginas con avidez. Adam, detrás de ella, intentaba seguirle el ritmo.
Llega el evento más esperado del año. La copa del mundo de esquí da el pistoletazo de inicio.
Exhibición de arte en Place du Triangle de l'Amitié.
El ayuntamiento aprueba los presupuestos para la próxima temporada de invierno.
Descuento del 10% recortando este cupón para dos entradas en Musée Alpin.
— Nada interesante — dijo Anne decepcionada. Alzó su mirada hacia la puerta que daba a la cocina. Ander acababa de entrar al salón con una manzana en la mano.
— Vuelve a empezar, que no he podido leerlo todo… esta vez más despacio por favor — le pidió Adam.
Anne volvió a coger el periódico y empezó nuevamente a leer las noticias.
— Espera — dijo Adam señalando una noticia — esta no, la de la hoja anterior.
— ¿Terremoto y lluvia de granizo en Saint-Gervais-les-Bains? — preguntó Anne extrañada frunciendo el ceño.
— Sí, fue lo que dijo papá en el coche. Tiene que ser eso.
— Pero… ¿Qué relación puede tener esto con nosotros? — preguntó Ander mordiendo la manzana mientras se estiraba en el sofá.
Anne volvió a fruncir el ceño.
— No lo sé, pero debemos averiguarlo. Es raro que no estén aquí, dijeron que iban a estar.
Ander le dio otro mordisco a la manzana.
— Sí, tienes razón. Algo está pasando. Dijeron que comíamos al mediodía y ya es tarde.
Adam fue a sentarse a la butaca, al lado de Anne.
— Yo lo dejaría estar chicos — dijo nervioso. Tenía miedo de que sus padres se enteraran de que no había ido a clase de gimnasia.
En ese instante, se escuchó un coche fuera. La esperanza se atisbó en los seis ojos marrones de los hermanos. Reflejos flamígeros asomaron en sus iris, pensando que eran ellos. Fueron corriendo a abrir la puerta. Pero ellos no estaban. Sus miradas se cruzaron con las miradas de angustia de sus abuelos.
— Hola — dijo Ben con una sonrisa condescendiente.
Arfa se limitó a mirarlos emitiendo un suspiro de alivio. Si ellos supieran en realidad la razón por la que estaban allí…
Al cabo, se encontraban en el coche de sus abuelos yendo hacia su casa. Vuestros padres no han podido venir, nos han pedido que viniéramos y os lleváramos con nosotros, fue lo único que habían dicho. El camino fue silencioso. Nadie dijo nada. Adam jugaba nervioso con sus manos. No le gustaban estas situaciones. Todo lo que se saliera de la tranquilidad de su rutina lo hacía sentirse incómodo. Ander, como siempre, despreocupado. Estaba solo pendiente del móvil, Céline no había respondido a ninguno de sus mensajes. Anne estaba a punto de llorar, el aura de sus abuelos era de una tristeza infinita, de esa que te arranca la alegría de vivir y te deja hecho añicos, como un jarrón de porcelana, roto en mil pedazos. Un rompecabezas imposible de recomponer. Tenía la sensación de que algo muy malo había pasado. Sentía impotencia, ella que siempre lo tenía todo bajo control, ahora todo parecía confuso.
La casa de sus abuelos era como un palacete antiguo. El exterior de piedra con los tejados de madera. Una antigua torre en el ala derecha le daba un aspecto singular. El interior de estilo provenzal, tenía una elegancia rustica peculiar. Luz natural a raudales, líneas sencillas, materiales naturales de bella factura.
Editado: 02.07.2020