William ya no estaba con nosotros. Aquel hombre de gran corazón, alto, de voz grave y segura, su barba característica que lo hacía ver más mayor de lo que era, mirada fría pero con una personalidad increíble, ése hombre, ya no estaba. Aquel hombre que me salvó la vida cuando creía que no tenía escapatoria, cuando ya creía que mi destino estaba sellado, ése hombre, merecía algo mejor. Y lo consiguió, ese "algo" es un lugar en el cielo, descansando en paz y ganándose un hueco en nuestros corazones por su amabilidad y disposición a ayudarnos tanto a Bianca como a mí. Se ganó todos mis respetos. Pero había que seguir adelante.
Me abroché el cinturón de seguridad, arranqué el camión y aceleré.
Bianca se acomodó en el asiento del copiloto, abrochó su cinturón de seguridad y me miró a los ojos, obviamente aún estaba pensando en lo que sucedió. Traté de darle una mirada de confianza, pero no sirvió de mucho, ni siquiera hizo alguna mueca. Desvié mi mirada hacia adelante y seguí con el camino. Había manejado autos antes, pero nunca una casa rodante, de todos modos teníamos que movernos y buscar combustible.
Momentos después, cuando ya mantenía una velocidad constante de 90 kilómetros por hora por la ruta, miré rápidamente a Bianca, pero ella estaba concentrada en la ventanilla, mientras estaba con los dedos de sus manos enlazados entre sí, apoyados en su estómago, contemplando el paisaje, que no era más que árboles y campo. No pude mirarle el rostro, y ella ni giró hacia mí. Debía tener muchas cosas en mente ahora mismo.
Kilómetro tras kilómetro, la calle no era más que autos destrozados, algunos carteles de tránsito en el suelo, completamente vacía y sin rastro de vida alguno. Cuando observé nuevamente a Bianca, noté que se había dormido. No es común en ella que se despierte temprano, pues ella había ido con William a buscar combustible hace ya casi dos horas más o menos. La ignoré y volví a lo mío.
Minutos más tarde, logré encontrar una gasolinera, frené tan de golpe que terminé despertando a Bianca del movimiento.
—¿Qué pasó? —soltó mientras frotaba lentamente su mano derecha contra su frente.
—Encontramos lo que venimos a buscar.
—¿En serio? ¿Ya te fijaste?
—No —respondí—. Pero parece intacta, como si nadie hubiera venido antes.
Me quité el cinturón de seguridad, y abrí la puerta del camión. Bianca hizo lo mismo y cerró la puerta. Al mirar más detalladamente la gasolinería, parecía como si nadie hubiese venido, por lo que sonreí con la ilusión de encontrar algo de combustible. Habían un par de autos allí, vacíos, pero en buen estado. Cuando caminé un poco más, me di cuenta de que la parte de la tienda sí estaba un poco dañada, las luces del techo estaban colgando, sosteniéndose de un par de cables. La puerta principal tenía una ventanilla, pero el cristal estaba roto. Se veía un poco oscuro, la luz del sol no llegaba a iluminar la tienda, pero no era a lo que había venido. Me acerqué a los depósitos de combustible mientras le decía a Bianca que me trajera el bidón vacío de gasolina que estaba en la parte trasera del vehículo. Cuando iba a agarrar el bidón, escuché una voz en el fondo:
—¡Alto ahí! Deja eso!
Al escuchar eso, me detuve. Bianca se armó enseguida con su pistola Glock y apuntó detrás de mí.
—Son dos, y están armados —me susurró Bianca.
Cuando escuché lo que dijo ella, me corrió un frío por la espina dorsal difícil de explicar. Me di la vuelta lentamente, y era cierto, dos hombres armados con rifles de asalto apuntándonos a un par de metros. Uno de ellos era considerablemente más mayor que el otro, y fue el que habló primero. Usaban abrigos pesados y pantalones militares. Llevaban pañuelos que les tapaban las bocas, haciendo que de su rostro, sólo se pudiesen ver sus ojos.
—Baja el arma, niña —advirtió uno de los sujetos—. No queremos hacerles daño, queremos la gasolina y nos retiramos.
—¡Entonces bajen las suyas también!
—Bianca, hazle caso, baja el arma —le dije.
—¡No! —respondió ella en un tono defensivo.
Bianca sujetaba firmemente su pistola y parecía dispuesta a disparar, pero yo mediante gestos le indicaba que no lo hiciera.
—Escucha a tu amigo —exclamó el mismo sujeto que venía hablando desde antes—. No queremos que esto pase a mayores, ¿o sí?
—Bianca baja el arma de una vez —le susurré sin quitarle la vista a los dos hombres.
Ella dudó por unos segundos de hacerlo, me miró de reojo, no estaba completamente segura, y para que lo haga, le asentí con la cabeza con la finalidad de que la baje. Al fin y al cabo, decidió bajarla lentamente.
—Bien, ahora te pido que la lances hacia nosotros. Así como ustedes no quieren correr peligro, nosotros tampoco —argumentó el individuo.
Editado: 13.05.2018