La nota... La nota lo decía todo. Esa maldita nota hizo que mi autoestima bajara por los suelos. Engañé a Victoria, le hice creer que iríamos a por su padre y cuando nos enteramos de que su madre les estaba esperando en su casa, encontramos esta maldita nota al llegar. Su madre, su tía, su padre y su abuelo, todos muertos. ¿Cómo una niña lidiará con eso?
Todavía no se había enterado de lo de su padre y su abuelo, pero pronto lo haría, era cuestión de tiempo. Viajamos lejos, la gasolinera quedó muy atrás y allí estaban sus cuerpos.
Ya era de tarde, a juzgar por la posición del Sol, pensé en que que serían las cinco de la tarde. La casa de la familia de Victoria era un desastre, y emocionalmente estábamos todos mal.
Al terminar de leer la nota, miré a Bianca, quién me respondió levantando las cejas mientras observó a Victoria, prácticamente me dijo que la pequeña debería leer la nota con sólo un gesto. Suspiré profundo, le eché un vistazo más al papel y observé a la niña, aún fijándose en el cuerpo de su tía Grace.
—Vicky, creo... que deberías ver esto. Es para ti —exclamé.
Estiré mi brazo en dirección a Victoria con la nota en mi mano. Las ganas con las que recogió la nota lo decían todo, estaba devastada, y aún no había visto lo peor.
Cuando se puso a leerla, decidimos con Bianca retirarnos por un momento para darle espacio a la pequeña.
—¿Dónde encontraste la nota? —le pregunté a Bianca.
—Allí —me señaló una de las varias habitaciones que habían alrededor—. Creo que es la habitación de la madre.
—Bien, voy a explorar el lugar.
—¿Qué? —Preguntó casi en un estado de indignación— ¿Y me vas a dejar sola con la niña en el estado en el que está? Además estás herido.
—Lo sé, pero quizá encuentre algo útil. No tardo.
Tomé mi rifle y empecé a explorar habitación por habitación. Estaban hechas un desastre como la casa en sí. No logré encontrar algo de utilidad. Me retiré de la última habitación y decidí bajar al primer piso, donde tampoco hubo suerte, el edificio no era más que una miseria. Todo representaba tal cual lo que sucedió recién y lo que seguramente le sucedió tanto a la tía de Victoria como a su madre: un caos.
Pensé en que no habría nada más que hacer aquí y volví con las chicas. Cuando subí las escaleras, me encontré con Bianca abrazándose fuertemente con Victoria, ésta última, llorando, por lo que lo mejor que pude hacer fue mantenerme callado y no interrumpir el momento. Cuando dejaron de abrazarse, Bianca se enderezó, notó que yo estaba ahí y me miró con una mirada deprimente. Sin decir una palabra, le indico con la cabeza que era momento de irnos. Ya no podíamos hacer nada. En ese entonces, Bianca extiende su brazo cerca de Victoria con la intención de tomarle de la mano y volver a la casa rodante. La niña respondió y le dio su pequeña mano a Bianca. Nuestro trabajo aquí había terminado. Era hora de irnos.
Al acercarme a la casa rodante, le abrí la puerta a las chicas para que ellas entraran primero. Las chicas procedieron y entraron al vehículo, yo les seguí el paso y entré. Cerré la puerta y miré a Vicky, quien se sentó en el sofá junto a Bianca. Decidí sentarme a su otro lado lentamente, y sorprendentemente, ella me abraza. Dolió un poco puesto que uno de sus brazos rozó mi herida, pero no le di importancia. Quedé con los brazos en suspenso, pero lentamente fui acercándolos a Victoria para abrazarla.
—Estoy... sola. No me queda nada —se lamentó la niña.
—Te equivocas. Estamos aquí, no te dejaremos —exclamé en un intento por consolarla y motivarla.
Bianca decidió sumarse al abrazo y quedamos los tres entrelazados. Eso me alivió y me dejó perplejo. Fue un momento intenso, pero lindo. Pasaron los segundos y entre todos nos soltamos.
—Bien, tenemos que irnos de aquí.
—¿A dónde iremos? —preguntó Bianca.
—Al puerto —respondí rápidamente.
Me levanté del sofá y me dirigí hacia el asiento del conductor. Me acomodé, abroché el cinturón de seguridad y encendí el vehículo. Cuando lo hice, escuché de fondo la voz de Bianca preguntándole a la pequeña si tenía hambre. El espíritu de Bianca es admirable en todos los sentidos. Ella siempre se preocupó tanto por mí como por todos los que nos acompañaron desde que el mundo se convirtió en lo que es. Lo más impresionante, es que le sale natural, es ya una costumbre de ella. Pero en fin, dejé de pensar en eso y aceleré. Próxima parada: el puerto.
Pasaron los minutos y mediante el espejo retrovisor del coche, observé a Victoria comiendo carne enlatada y a Bianca sentada con un lápiz en la mano. Estaban calladas, la situación parecía algo incómoda, así que decidí hablar.
Editado: 13.05.2018