Una persona me cubrió los ojos como queriendo jugar conmigo a las adivinanzas. Tras entretenerme un poco con los anillos de fantasía que adornaban sus dedos, supe de quién se trataba.
—Hanna…
Ella retiró sus manos de mi rostro y exclamó:
—¡Amor!
Esa era mi felicidad. Tenerla en mis brazos, tan nervioso como la primera vez que me atreví a dejar el orgullo y a decirle "Hola".
—Espero no hayas olvidado lo que te encargué —Hanna me amenazó.
—Me puedo olvidar de todo, menos de lo que te prometí.
En todas nuestras videollamadas me lo recordaba. Quería que le comprara las joyas más lujosas y caras en la mejor joyería de Miami. Y como yo no sabía nada de eso, tuve que pedir la opinión de una persona experta en el tema.
De una mujer.
Arlette Harrington me había ayudado a escoger las mejores joyas que harían muy buena combinación con el otro regalo del que Hanna aún no estaba enterada.
—También te compré un regalo que te encantará —le dije, en son de indirecta.
—¿Puedes al menos darme una pista?
—Es una sorpresa que tendrá que esperar hasta la noche, amor. Si es que me dejas robarte esta noche, por supuesto.
—¿Es como una cita?
—Ni siquiera debo pedirte que te pongas guapa porque tú te ves linda con cualquier prenda que te pongas.
Hanna supo lo que iba a hacer a continuación. Para motivarme, ella me rodeó el cuello con sus manos de modo que su rostro quedó a unos milímetros del mío.
Me encantaba cuando su mirada iba desde mi vista hacia mis labios, porque así como Hanna lograba traerme como quería, sus caricias y sus miradas de coqueteo aumentaban mi deseo por besarla.
Cuando ya estaba a su merced, la tomé de la cintura con un brazo, mientras el otro brazo se hundió en su cabello, acción que hizo nuestro beso más apasionado y romántico.
Hanna y yo llevamos tres meses de novios. Después de un año en el que hice de todo para que ella me hiciera caso y ya se decidiera a sacarme de la dichosa zona de amigos, Hanna y yo empezamos a ser novios y desde entonces me he dedicado en cuerpo y alma (sobretodo en alma), a complacerla y a elevar sus expectativas en el amor.
No podía permitir que en esta historia de amor, Hanna fuera espectadora cuando le estaba dando lo necesario para que ella fuera una gran protagonista y estrella.
Aunque es de humanos errar y hacer cosas buenas que a tu pareja le van a parecer malas, me rehusaba a perderla por culpa de un error o un malentendido. No cuando todo contratiempo tiene una solución y solo se necesita que ambos pongamos de parte para superar cada obstáculo que se nos venga encima.
Y si en todo caso, yo fuera el problema porque tal vez no estaba haciendo algo bien, no pensaba dejar las cosas así. Tal vez si fuera otro hombre no estaría interesado en cambiar algo de mi vida porque mi cabeza ha guardado por años esa idea errónea de que cualquier mujer que quiera ser mi novia, debe aceptarme tal y como soy.
Como a mí jamás me gustó ser igual de mediocre que el resto, juré que ante cualquier circunstancia, le haría frente a mis defectos de modo que aprendiera de cada uno de ellos, para mejorar.
Por mi bien.
Por el de Hanna.
Por el bien de los dos.
No sé qué había hecho, pero hacer que deje de lado a ese Daryl antipático, introvertido y aguafiestas, no cualquiera lo logra.
Conmigo ella lo tendría todo. Un novio guapo, divertido, detallista y atento.
No le iba a fallar.
Nos separamos del beso cuando un chico nos tiró un trozo de pan en la cara y al mirarlo, él exclamó:
—¿Podrían parar? Su dulzura hará que me salgan caries.
—¡Hermano! —Saludé a Liam con un choque de palmas y puños—. Estos meses en Miami fueron increíbles, pero siempre los tuve presentes.
Liam Rogers era mi mejor amigo desde los doce años. Básicamente, él me había salvado la vida cuando unos compañeros me lanzaron a la piscina del instituto sin preguntarme si sabía nadar.
Pudieron haberme matado, pero a ellos no les importó.
Así que yo le debía la vida a Liam. Es solo que nada sería suficiente para saldar la deuda que tenía con él.
—Hasta yo me extrañaría —Liam se burló—. Tengo que contarte muchas cosas, Daryl. Y como en este lugar no tendremos privacidad, lo mejor será conversar en mi casa.
Liam miró a todos los sitios de la calle, como si alguien lo estuviera siguiendo.
—¿Estás bien, Liam? —Pese a que algo lo tenía inquieto, me atreví a preguntar.
—Creo que estará distraído un largo rato. ¿Nos podemos ir ya?
No entendí por qué tenía tanta prisa y de quién estaba hablando, pero los dos emprendimos el camino a su casa.
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Editado: 28.01.2024