El lugar era azotado por una danza de helados vientos. Había oscuridad y silencio. La única luz que permitía visualizar las sombras era el de las tres lunas de Verunis. El chirrido de una par de cadenas hizo eco en las paredes subterráneas. Falkland se encontraba arrodillado con la mirada baja, había perdido la cuenta de las veces que intentó romper aquello que lo sujetaba de espaldas. El tiempo había pasado a un segundo plano, quizás pasaron un par de horas, o quizás días; después de todo en Verunis el tiempo era demasiado irrelevante.
La única compañía eran las lunas que podía ver si elevaba el rostro. Se encontraba expuesto a cualquier cambio que el clima pudiera dar, a sus lados solo habían calabozos en completa oscuridad. Podía sentir con sus fosas nasales el hedor a putrefacción y sudor. Algunas criaturas estarían descomponiéndose entre las celdas y nadie haría nada.
El Verunis era el planeta de la retención, en donde esperaría a que llegara el momento de su juzgado y fuera castigado por los pecados que había cometido. La esperanza estaba lejos en aquel lugar, quizás por esa razón habían tres asteroides rodeando el planeta, de lo contrario todo quedaría en completa oscuridad.
Falkland pensaba en su destino, en su pasado y en algo mucho más preocupante de lo que fuera a ocurrirle. El ambiente oscuro hacía resaltar sus ojos, tan azules como aquel Neptuno en donde lo habían retenido. Lucía tan agotado, pero sobre todo preocupado. Era un verdadero misterio lo que podía tenerlo tan desesperado, lo que le hacía tener una mirada tan dolida. Él solo deseaba que todo terminara de una vez por todas. Seguía pensando en la manera de poder escapar, pero también sabía que ya nada le sería posible.
Percibía las miradas husmeantes de las partes más oscuras a sus alrededores. Habían tantos demonios pecadores siendo torturados a su manera, pero ninguno podía acercársele. Era lo más conveniente tomando en cuenta que había sido uno de los causantes de la retención de muchos de ellos. Aún así, era el único encadenado y destinado a algo peor que cualquiera de los que se encontraban en el planeta de la retención.
"Todos nacemos en soledad y falleceremos por igual"
Sus pensamientos no decían ninguna blasfemia. Era algo que con el tiempo había aprendido. Falkland inhaló y exhaló despacio, el resuello salió de sus labios con lentitud hasta desaparecer con la brisa helada.
Miró el barro bajo sus rodillas dobladas. Tenía jinetes metálicos en cada extremidad que estaban sujetadas firmemente. Sentía los músculos pesados y un terrible ardor en su piel.
Temía tanto en esos momentos, pero nuevamente no era por su futuro. La razón solo él la conocería.
Las voces en lo alto llamaron su atención, alzó su rostro para divisar un par de figuras en lo alto, aquellas brillantes alas de una blancura sinigual resaltaban ante tanta oscuridad. En un parpadeo el fuego aclaró su vista. Habían cinco arquideos, tres vestidos con armaduras metálicas, unos con prendas blancas y el quinto con elegantes mantos que adornaban la frondosa barba blanca que había conocido desde que nació, era Ezequiel; su padre.
Podía sentir como todos lo observaban, como juzgaban su aspecto denigrante, aquel cabello oscuro alborotado y cubierto de sangre, las cicatrices en su torso desnudo, pero, sobre todo, esas terribles alas negras que brotaban de su fornida espalda. Había sido el resultado de sus decisiones y era la marca del primer arquideo que rompió las sagradas leyes.
—Falkland, hijo de Ezequiel, el supremo rey de los arquideos. Se ha encontrado responsable de la muerte de más de un millar de humanos, incluyendo al príncipe Maximiliano; el humano que debía proteger —el arquideo de ojos dorados leía el pergamino y posó su mirada avara en el condenado, aclaró su voz y continuó—. Falkland, primogénito de Ezequiel, ha abierto un portal al mundo humano y dejó en libertad a un demonio que era cazado—una leve brisa revoloteó su oscuro cabello—. Perderá todo derecho a su posición entre los arquideos, las tropas que comandaba ya no le servirán, sus alas quedarán manchadas por toda la eternidad y será exiliado a la tierra de la perdición; al Sheol.
Todos permanecieron en silencio mientras escuchaba su condena. Falkland podía sentir la decepcionada mirada de su padre, quién tenía la última palabra como el supremo arquideo entre todos. Por un momento lo creyó capaz de compadecerse y liberarlo, pero todo quedó al olvido cuando abrió los labios.
—Exilio—musitó su progenitor.
Los tres arquideos con armadura se acercaron, uno de ellos abrió un portal a sus espaldas, aquello irradiaba destellos con llamas de fuego ardiente. Las cadenas que lo aprisionaban comenzaron a jalarlo hacia su destino.
No estaba preparado, jamás lo estaría. Elevó la mirada para ver directamente a los ojos del ser que había llamado padre.
—Heregón obtendrá lo que quiere y nadie podrá hacer nada para impedirlo.
La inquietud tuvo lugar ante esas temibles palabras, sus pupilas estaban dilatadas, aunque intentó lo posible por retener su perdición, terminó desapareciendo tras aquel portal.
Era bien sabido de aquel arquideo que rompió el juramento más sagrado y pagó las consecuencias. Lo que nadie sabía era la razón por la que arriesgó todo para dejar escapar a uno de los hijos de Heregón, y es algo que Alec quería descubrir.