Narrador Amateur

Atrapado en el ensueño

Desperté y todo estaba oscuro. Un hombre me veía desde las sombras, sus ojos eran imperceptibles pero sabía que esperaba algo de mí, quien era y me quería matar. 
Moví mis brazos con lentitud esperando no hacer ningún ruido y que aquella persona no esperara una huída pero cuando menos lo acordé, me levanté para correr y caí en mi mismo lugar de cara al suelo, estampandome de forma impresionantemente dolorosa, en ningún momento sentí que estaba atada de ambas piernas al poste de madera a mis espaldas y la persona frente a mí se manifestó con escandalosas risas, carcajadas. 
Entonces comencé a temblar, sabía perfectamente quien era él, me arrincone aún más cerca del poste y me envolví, casi estaba segura de que intentaría golpearme, no temia ser tocada incluso de la manera tan sarra en que sabía que lo haría, pero sabía que si me golpeaba yo moriría, y no tenía la intención de irme ahora. 
Su primer paso se escuchó en el eco de la misteriosa habitación, temía que gritar no fuera suficiente para un rescaté, pues para ser un profesor y un adulto, estaba en mi idea que no me pondría nada fácil la situación, podría estar en medio de la nada y gritar no me liberaría, simplemente vería la arrogante sonrisa de aquel hombre.

Hace unos meses yo le había acusado del mismo acoso que ahora mismo mostraba, dije que era un psicópata y que su título lo había recibido injustamente pues no era capaz de ser un profesor decente y lo que siguió fue totalmente una pesadilla para cualquier persona: ser visto como un mounstro.
Siguió acercándose expirando furia por sus ojos. Hasta que finalmente no tuve de otra que levantarme quedando a la altura de sus hombros, ocultando mi rostro hacia un lado, evitando a toda costa su mirada.
Él puso sus manos a mis costados y se acerco en una lenta tortura hasta mi el hueco de mi hombro, oliendo mi cuello, aspirando la desesperación oculta de mi cuerpo. Y entonces cuando sentí que incluso podría intentar besarme, me habló: 
- ¿Ahora con quien irás a correr? 
Su amenaza se vio completamente confirmada cuando su puño se clavó en mi estómago, haciéndome retorcer, e inclinarme hasta sus pies soltando un quejido, a lo cual él sin espera volvió a atacar con mayor dureza, una y otra vez, en el mismo lugar, hasta que finalmente sentí que el aire se escapaba de mi atmósfera y caí rendida al suelo, sin una chispa de energía que me hiciera levantarme. 
Mis piernas seguían atadas, y cada vez las sentía menos como si en cada segundo pasado este se atara más fuerte.
Cerré mis ojos, quise no sentir, dormir mientras moría, pero claro... Él no permitiría verme padecer sin sufrimiento. 
Me desató y levantó del suelo, atando ahora mi cintura para sostenerme, atando mis manos por mi espalda y mi cuello para mirar mi rostro.
- Pudiste cerrar la boca y seguir, pero tenías que divulgarlo ¿No?
Un cosquilleo me invadió amonestado todo, casi un rubor, de alguna manera esto parecía excitarme de una extraña y retorcida forma... Finalmente Robert, mi profesor tomo una navaja, y tomando la orilla de mi blusón, desató su filo a través de ella, descubriendome, ¿También quería que muriera por hipotermia?... Igual siguió paralelamente con mis jeans, y se detuvo, estaba disfrutando como mi expresión se endurecía con forme avanzaba. El estómago me punsaba, no tenía que mirarme para saber lo roja que podría estar mi piel, ¿En el estómago salían morados?
Entonces se acercó más a mi, y recargo sus palmas casi evitando chocar, haciéndome sentir como dolía. Y bajando de una manera muy exagerada su cuerpo, lamió la piel de mi cuello hasta tocar con su nariz la orilla de mi busto, sonrió, expirando aire caliente por sus narinas para luego levantar su rostro asegurándose que lo mirará, se burlaba internamente de mi.
Mostró la navaja de manera viciosa y con un movimiento insignificante el sujetador se rompió; aleje mi mirada a un lado, intentando razonar donde estaba, como había llegado allí. 
Anoche había dormido en casa de Rose, incluso sus padres estaban allí, cenamos y todo transcurrió como debía. Lo irónico es que sentía que nadie me estaba buscando, por eso tanta tranquilidad por torturarme, por eso tomar como un arte tales actos. 
-Morboso- quise decirle, eso es lo que era, un enfermo morbido.
Pero eso no lo detendría, en realidad eso lo provocaría quizá a encajarme ese cuchillo. Apuñalarme en lugares exiguos, lugares que no provocarían más allá de un tormento. 
- Por favor... - le dije en un susurro que temia que no escuchara, -no... No quiero morir. 
Mi voz estaba ronca, seca, sin volumen ni fuerza. Pero una súplica parecía no servir para más que bromear con él. 
Nunca había sabido cómo se sentía estar en un hospital, nunca supe que se sintió romperse o fracturarse un hueso, cortarse, ser torturada... Y él se estaba encargando de que todo aquello sucediera, rasgo con suma demora la piel de mi pecho hasta el ombligo, en varias líneas que atravesaban de formas muy superficial todo. 
Casi ofreciendome su trabajo en honor mío, levantó un vaso que nunca ví que estaba a mi lado sobre su cabeza, tomando un trago y luego empapandome completamente cada cortada con el líquido. Se sentía como acido, y por más que quise evitarlo no pude negarme a gritar, lloriqueando de forma inoportuna, el dolor era incomprensible, nunca pensé que algo podía sentirse como tal. 
-Cuidado- escuché decirle y entonces desperté, con una sensación socarrona y egoísta que me hacía sentir no más que pervertida. 
Sin embargo él estaba ahí mirándome reclamando porque dormía durante su clase y sentí como si mi sueño hubiera sido público. Las paredes escuchan así como los oidos de todos mis compañeros y ahora yo era el centro de atención por la facilidad que mi actuar les hacía a los demás. 
Yo era el mounstro mentiroso.

 



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En el texto hay: historiacorta, microrelatos

Editado: 19.01.2019

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