Narrando mi muerte.

El día que pensé que moriria termino siendo mi renacimiento.

El dolor me quemaba desde dentro de una forma en la que nunca lo había experimentado. Ningún corte es tan profundo o devastador como tener la certeza de que, quien debía ser el amor de tu vida, ha intentado acabar con tu vida.

Desde el fondo de mi garganta un aullido se abrió paso, la noche me cubría, sé que había dolor físico, sé que cada una de mis extremidades estaba cubierta de moretes, sé que tenía sangre en casi cualquier rincón de mi cuerpo, pero todo estaba en segundo plano. Ningún dolor es más grande que el de los corazones cuando se hacen pedazos y el mío, que hacia mucho tiempo estaba quebrado, acababa de hacerse añicos.

Pasaron apenas unos minutos de lucides, me sentía sucia, me sentía avergonzada, aun llevaba el camisón largo que algún día fue perfectamente blanco, aun así, se sentía como ir desnuda en medio de un pasillo lleno de gente, con todos viéndote, riéndose, cotilleando, señalándote.

Intente ponerme en pie, un grito de dolor salió de mis labios antes de que pudiera pensar en el dolor, el mismo hecho de gritar, suponía también un dolor indescriptible.

Baje la mirada, mi pierna izquierda estaba destrozada, no tenia la certeza médica, pero por la posición podía asegurar que tibia y peroné estaban mínimamente, partidos en dos. No podía profesar palabras, solo gritos y quejidos indescriptibles. Me derrumbe -de por si me era difícil respirar por la cantidad de sangre seca en mi nariz- recordé el bate, recordé como cuando intente correr me derribo y para asegurarse de que no huyera tomo el bate rojo con el que enseñaba beisbol a los niños de la comunidad y me partió la pierna en dos, después continuo golpeándome, intente cubrir mi rostro con mis brazos, mi vientre con mis piernas, el dolor ni siquiera lo recuerdo en ese momento, lo que recuerdo era el terror, grite por ayuda, le suplique que parara, intente clamar a Dios, lo último que recuerdo es el bate muy cerca de mi cara y después oscuridad.

- ¡Son una pareja preciosa! - Eso es lo que todos decían cuando nos veían caminar tomados de las manos, debí ver todas esas señales, el no era un perfecto actor, yo era una perfecta imbécil. Pensé que sus momentos de ira eran pequeños defectos, creía que yo tenía la culpa por hacer preguntas tontas, estaba segura de que si me esforzaba sería una pareja digna y el volvería a ser la persona atenta y amorosa que era en un principio.

-Sí, ha sido culpa mía, el ha reaccionado mal, pero es culpa mía- Esa era la frase que me repetía a mi misma cada que me encontraba con su lado monstruoso. Al primer grito, debí partir al primer grito.

Ahora ya no podía hacer nada más, cerré los ojos y deseé desde el fondo de mi alma que la tierra me absorbiera, borrando con su paso todo lo que fui y todo lo que soy, permitiéndome no haber aceptado esa rosa, haciéndome no ir a esa primera cita.

Ahora lo único importante era escapar, tal vez estoy aquí porque me dio por muerta, pero me aterraba la posibilidad de que hubiera escuchado mis gritos o que, en su asquerosa perversión, quisiera volver para verme, para asegurarse que de sigo aquí o para acabar con la evidencia.

No podía ponerme en pie, tenia que tomar todo el coraje que no tuve antes. Moví mis brazos, el dolor de simplemente intentarlo, era demoledor. Tome la pierna rota, aprete mi mandíbula con fuerza intentando no desmayarme por el sufrimiento y me gire boca abajo.

Golpee el suelo con los puños, estaba reducida a lágrimas y quejidos y pavor. Intente recuperarme y concentrarme en lo que podía ver y escuchar. Tenía un oído totalmente sordo, mi visión era borrosa, era frustrante, como estar atrapada en mi propio cuerpo, pero ya ni siquiera era mío.

Uno, dos, tres, intente con presura arrastrarme hacia el sonido. Había piedras y ramas, sabía que esta debía de ser el abandonado terreno de mis padres, el hijo de puta se había atrevido a dejarme aquí, seguramente porque sabe que no tengo más familia que él y que nadie visita este lugar. En vida mi mamá insistió con que, debía construir una pequeña casa para mi aquí, que debía hacerlo antes de casarnos, por si algo salía mal, en lugar de eso, le di el dinero a el para que iniciara su propia empresa.

-Es para asegurar el futuro de nuestros hijos- me decía una y otra vez – No será mi empresa, será de ambos-

¡JA! El primer golpe me lo dio cuando le pedí dinero para arreglar mis uñas.

- ¡Lo siento tanto, mi amor! Entiéndeme, me siento muy presionado por todo lo que pasa en el negocio, llego a casa y en lugar de darme paz me atormentas con tonterías, te prometo que no volverá a suceder- Incluso derramo lágrimas, yo me culpe por hacerlo pasar un mal día, por no ser considera y hacerlo llorar.

La furia me invadió junto a los recuerdos, supe que debía arrastrarme al camino y esperar por ayuda.

Uno, dos, tres, cada movimiento incentivaba el dolor agudo en mis extremidades, mi cabeza palpitaba, me sentía desorientada pero el miedo a ser encontrada por el evitaba que me desvaneciera.

Al fin en el borde del camino, vi un par de luces despejar la espesura de noche mi corazón dio un vuelco, sentí esperanza, pero también terror pensando en que podía ser él.

Me arriesgue. Muerta ya estaba.

Repte por el poco pasto que bordeaba el camino y subí al asfalto, me detuve y obtuve fuerzas del dolor, me di la vuelta y levante los brazos, los agite y grite, no dije nada, solo era un intento por liberar el dolor y lograr que, el conductor, fuera quien fuese, se detuviera.

Primero un rechinido enorme, luego un resplandor insoportable, entre el hedor a oxido percibí un muy leve olor a plástico quemado, sentía punzadas en todo el cuerpo, mi cabeza palpitaba más que antes.

Lo último que pude distinguir fueron botas marrones y jeans oscuros.

Abrí los ojos, todo era resplandeciente, no podía distinguir nada en particular, tuve que cerrar lo ojos para protegerlos de toda esa luminiscencia, por un momento creí estar muerta, hasta que escuché esos sonidos de maquinas y algunas voces de fondo, entonces todo volvió a mí en una fracción de segundo.




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