Elizabeth se encontraba en su oficina, un lugar bastante grande con un escritorio que daba la espalda a una enorme ventana donde se colaba la luz de la luna, había un balcón donde podía apreciar un enorme jardín de flores de todos los colores, con paredes de arbustos asemejándose a un laberinto y en el centro una fuente.
Al frente de su escritorio habían dos sillones colocados de forma perpendicular y una mesa en medio de ellos, las paredes estaban llenas de libros, sobre todo de historia.
Se encontraba leyendo un aviso que llego directamente del Vaticano, era una carta con un mensaje corto pero impactante, que involucraba el ataque a El Recinto y por lo tanto, descubrió que había alguien filtrando información sobre los movimientos que hacia su facción, un posible espía.
En ese momento entro la profesora Celestine, una mujer de cuarenta años, alta y esbelta, con cabello largo de color castaño y con cicatrices que atravesaban su nariz, mejilla y boca, que no opacaban su belleza de rasgos finos; tenía poca paciencia aunque era la mejor profesora que existía en el Claustro.
Celestine: Ya quedaron todos los Arcontes informados, con una sola llamada tuya y se movilizaran a donde los necesites – Dijo sentándose en uno de los sillones.
Elizabeth: ¿Y mi helicóptero siempre estará listo? – Respondió guardando la carta en su escritorio.
Celestine: Por supuesto – Se recostó sobre el sofá – Siempre tendrás un par de pilotos dispuestos a llevarte.
Elizabeth: Bien, y tu miedo a volar Celes – Dijo con tono burlón – Espero que lo hayas superado porque necesito de tu compañía.
Celestine: Lizz, no me pienso subir a un helicóptero y tampoco tengo tiempo para ello, porque “alguien” decidió que sería buena profesora – Respondió mirando fijamente a Elizabeth que dejo escapar una pequeña risa – No entiendo tu obsesión ¿acaso con tener a la Oveja aquí no es suficiente?
Elizabeth: Tener a ellos dos aumentaría las posibilidades de éxito – Observo a los ojos a su amiga – Nuestro plan no es sencillo y ellos serían las armas más poderosas que podríamos obtener.
Celestine: Entiendo, pero eso equivaldría a entrenarlo, su manejo del Nasham debe ser precario – Miraba hacia el techo – No creo que el Dragon este muy feliz con la idea de que un humano lo entrene.
Elizabeth: No me digas que le tienes miedo al Dragon – Celestine fulminó con la mirada a su amiga mientras esta no podía contener la risa.
Celestine: ¿Miedo? El único miedo que tengo es que tu cabello blanco termine hecho cenizas si provocas al Dragon – Replicó con una sonrisa burlona.
Elizabeth: Con mi cabello no te metas – Respondió sin poder aguantar una carcajada – Desde que lo deje de ese color, he tenido mucha suerte.
Las dos amigas rieron con ganas, necesitaban descargar la tensión antes de la peligrosa misión; a solas podían compartir ese tipo de bromas sobre sus mayores temores, sin que nadie más se enterara.
Para todos, eran la Directora Elizabeth y la Profesora Celestine, sin embargo cuando estaban a solas, hablaban tranquilamente; años de amistad y miles de misiones completadas forjaron entre ellas una amistad y confianza absoluta.
Elizabeth: Sin embargo, no creo que se niegue – Le muestra el libro que fue robado de El Recinto – Creo que debe estar interesado.
Celestine: Ya veo – Se quedo observando a su amiga – Aunque puede que nos tome tiempo, no sabemos cuánto control ni conocimiento tiene del tema, el entrenamiento del Nasham no es algo rápido.
Elizabeth: Él tiene casi dos mil años de existencia, creo que tuvo tiempo suficiente para aprender lo básico, además, ya demostró de lo que es capaz – Se sentó al lado de ella y puso su mano sobre su hombro – Recuerda que yo voy a ayudarte con su entrenamiento.
Celestine confiaba en ella totalmente, puesto que en varias ocasiones el ingenio de su amiga las saco de apuros, sin embargo, tenía miedo de que el Dragon pudiera hacerle algún daño, Elizabeth tomó la mano de su amiga con fuerza y le guiñó un ojo, era su forma secreta de decirle que todo saldría bien.
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Editado: 15.09.2024