En las sombras de la noche, sumergido entre los árboles, Azath aguardaba con paciencia cerca de la puerta trasera de la gran basílica, calculaba el tiempo aproximado para la llegada de los acólitos basándose en la información obtenida previamente, presentía la posibilidad de que una nueva remesa de pequeños tributos fuera a llegar en esa misma noche.
De pronto, el crujir de unas ruedas se empezó a aproximar y un resplandor de antorchas comenzó a vislumbrarse en la oscuridad, tres carretas surgieron en el camino empujadas por esqueléticos caballos; a los costados, caminaban cuatro encapuchados acólitos portando lanzas en sus manos mientras que un quinto conducía la primera carreta, sintió su pulso acelerarse y cómo la ira empezaba a apoderarse de su ser, al distinguir que en cada carreta había varios grupos de niños encarcelados en jaulas oxidadas, los pequeños tenían rostros demacrados que mostraban miedo y resignación, cerrando la horrenda caravana se encontraba un sexto acólito montado sobre un esquelético caballo.
Respiró profundo en un intento por serenarse, aunque la furia amenazaba con nublar su juicio, sus garras se encontraban listas para actuar, no podía vacilar ahora, debía actuar rápido, concentró su energía en todo su cuerpo y con gran velocidad se abalanzó sobre el grupo, pasó como una ráfaga de viento por el primer acólito y con un certero movimiento lo decapitó poniendo fin a su vida, sin detenerse, tomó por la cabeza al segundo y lo estrelló brutalmente contra el costado de la carreta, destrozándole por completo el cráneo.
Sin poder reaccionar, una intensa ráfaga de energía oscura brotó de entre garras, decenas de finas dagas de sombras, afiladas como navajas, fueron disparadas hacia los otros dos acólitos, atravesando extremidades y órganos vitales; los niños, paralizados por el horror, solo podían observar a una imprecisa y vertiginosa silueta que se movía a una velocidad inhumana.
El acólito que iba sobre el caballo hostigo a su montura con violencia, intentando alcanzar a toda prisa el portón de la basílica para refugiarse en su interior, pero Azath anticipó sus intenciones y de un potente salto lo alcanzó, tomándolo con fuerza de sus ropas para hacerlo caer contra el duro suelo, donde quedó inconsciente.
Uno de los acólitos heridos intentaba arrastrarse de forma desesperada en un vano intento por escapar, una presencia tenebrosa lo sujetó con violencia de una de sus piernas y de un solo movimiento, lo lanzó con fuerza descomunal hacia un grueso árbol, el terrible golpe terminó con su vida al instante.
El conductor de la caravana yacía en posición fetal, temblando de pavor e implorando misericordia entre balbuceos entrecortados e ininteligibles, lo único que sus cansados ojos alcanzaban a distinguir era la imagen distorsionada de un demonio de ojos carmesíes que lo tomó por el cuello y lo levantó hasta quedar frente a frente.
La mirada vacía e inexpresiva de aquel demonio no parpadeaba y destrozaba la mente; sus manos no temblaban en lo más mínimo, el acólito solo alcanzaba a sentir emanar de ese ser, toda la furia de las mismísimas tinieblas. Aquella imagen macabra era lo último que aquel desdichado iba a ver.
EL último acólito había despertado de su letargo, Azath lo tomó de su cuello y lo estampó contra el costado de la carreta. Los niños y aquel maltrecho hombre veían acercarse lentamente a una terrorífica criatura de ojos llameantes; “Habla… ¿Cuántos niños hay en la basílica?” Dijo en tono cavernoso que heló la sangre de sus oyentes.
El hombre, temblando de miedo, explicó entre sollozos que los niños no duraban mucho tiempo en la basílica, que eran recogidos por los Babuinos a pocas horas de su llegada, también mencionó que recogían tributos de las aldeas cercanas.
Al oír esto, su ira se encendió al imaginarse el destino de esos pequeños, buscaba desesperado alguna señal de la pequeña Jillya, pero al no encontrarla decidió impartir sentencia; con sus garras, destrozó las piernas del acólito asegurándose de que no lograra escapar.
Luego, caminó hacia cada una de las carretas, abriéndolas de un zarpazo, los niños mayores lo miraban aterrados, pero los más pequeños parecían confiar en ese extraño ser, salieron de las jaulas y se acercaron cautivados por su mirada, percibían en ella dolor y compasión.
Una pequeña que llevaba un osito de peluche casi se tropieza al bajar de un salto, pero Azath la sostiene con delicadeza y la deja en el suelo, para luego recoger el osito y entregárselo con una gentileza impropia de ese temible ser; “Tomen estos caballos y todo lo que necesiten… vuelvan a sus aldeas. Ahora son libres” ordeno suavizando su voz.
Todos los niños tomaron los caballos y se fueron de allí, algunos le agradecían por haberlos salvado, se acercó hacia el último acólito que empezó a implorar misericordia, pero solo encontró la furia reflejada en esos ojos escarlatas, en medio de desgarradores gritos, Azath terminó con su vida.
Finalmente, emprendió rumbo hacia la imponente basílica, con feroz determinación, iba dispuesto a enfrentar al Cardenal y sacarle la información sobre Jillya a cualquier precio...
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Editado: 15.09.2024