Nasham

Primera Parte - Capitulo XII

El Cardenal Karlo se encontraba en su oficina, iluminada por luz artificial de un candelabro situado en el centro, el lugar estaba decorado con una alfombra roja en el suelo y algunos cuadros en las paredes de Santo Tomas y Tomas de Aquino, junto con estatuas hechas con mármol de ángeles y pequeños querubines, sus favoritos. El aroma a incienso y tabaco impregnaba el ambiente, había un balcón en la parte de atrás de su escritorio donde podía observar la ciudad y una ventana que daba hacia el bosque.

Caminaba impaciente por toda la oficina, esperando con ansias alguna noticia de la caravana, pasó junto a la ventana pero las luces de antorcha que antes había avistado ya no estaban allí.

Salió al balcón y sintiendo el frío de la noche, encendió un cigarrillo para intentar tranquilizarse, pero el presentimiento persistía; esperaba el golpe en la puerta trasera de la basílica o la reaparición de las antorchas en el bosque.

Cuando termino de fumar, se sentó sobre su escritorio esperando apaciblemente, pero empezó a sentir una fuerte presión en todo su cuerpo, el ambiente se oscureció, el clima se tornó gélido, con temblorosas manos y sus ojos inyectados en sangre, logró divisar en el techo una figura de un penetrante color negro azabache que absorbía toda la luz del lugar, lo único que distinguía eran unos ojos rojos escarlatas que no paraban de observarlo.

El anciano retrocedió, sintiendo el sudor recorriendo su espalda y su frente arrugada, cerró los ojos con fuerza, intentando asegurarse de que no estaba viendo una ilusión, pero al abrirlos, aquel demonio estaba frente a su escritorio.

Azath: Buenas noches, Cardenal – Dijo con voz cavernosa y penetrante – ¿Dónde se encuentran los caníbales?

Cardenal: ¿¡Caníbales!? – Aunque su miedo era muy profundo, intentó desviar la mirada – Creo que me está confundiendo, además, ¿no cree que ya es muy tarde para asustar a un viejo como yo?

Azath: Por favor... Sabe muy bien de lo que estoy hablando – Coloco su mano sobre el escritorio – Hoy no van a llegar sus tributos, los niños escaparon y sus acólitos fueron asesinados.

Cardenal: ¿Cómo? – Abrió por completo sus ojos y tragó saliva, observando hacia el suelo, sus ojos se movían de forma frenética, recordó entonces cómo las luces de antorcha habían desaparecido, una a una, en el oscuro bosque esa misma noche, sin dejar rastro alguno.

Azath: Así que dígame, ¿dónde se encuentran los Babuinos? – Observó atentamente al anciano, que empezó a derramar lágrimas que recorrían sus arrugadas mejillas.

Cardenal: ¡Tienes que entender! – Cubrió su rostro con las manos – Ellos amenazan al pueblo con acabarlo, quieren matar a todas las personas de acá, por ello tengo que mandarles esos tributos para que nos puedan dejar en paz.

Azath: ¿Y por ello secuestran niños para entregarlos? – Respiro profundamente – Solo dígame dónde están y solucionaré todo – Se acercó a una biblioteca, sacó un mapa de la región y lo extendió sobre la mesa – Bien, dígame dónde se encuentran.

El viejo, tembloroso, señaló con su mano huesuda una cueva cercana en el mapa, Azath se percató de que era un lugar muy pequeño para albergar un campamento, por lo que su paciencia se agotó y atravesó la mano con una de sus garras, diciendo; "Por favor, no mienta. He perdido mucho tiempo. Dígame dónde se encuentra el campamento". Sacó su garra de la mano, el anciano intentaba contener el dolor, pero el miedo que sentía lo obligó a señalar una colina cercana.

Azath sintió que el Cardenal ya no le estaba mintiendo, se dirigió al balcón y estando detrás de él, lo tomó del hombro y le dijo: "Bien, arreglaré esto ahora mismo. Por favor, no intente escapar. No hay caballos en este lugar, y para mí sería muy fácil encontrarlo. Además... usted está solo." Tan rápido como abrió la ventana del balcón, desapareció en la noche.

El Cardenal se vendó la mano de forma burda; necesitaba salir de allí, así que se dispuso a llamar a los pocos acólitos que se encontraban en la basílica.

Corrió hacia la puerta de su oficina y la abrió de golpe, mientras caminaba por toda la nave de la basílica, iluminado únicamente por la luz de la luna, seguía sin encontrar respuesta a sus gritos de ayuda, de repente, vio unas gotas oscuras que caían desde el techo.

Angustiado, alzó la cabeza y allí los encontró, decorando el techo con sus cuerpos destrozados, a todos los acólitos del lugar. Se arrodilló desesperado y tomando su cabeza con sus manos, se dio cuenta... Era cierto lo que dijo ese demonio, se encontraba solo en ese momento.




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