Nasham

Primera Parte - Capítulo XVI

El Cardenal Karlo se encontraba en el balcón de su oficina observando el pueblo, una ligera brisa con olor a sal pasaba y en un intento por calmar sus emociones, respiró en vano su aroma profundamente.

Su mano estaba vendada y sentía una tranquilidad inquietante en el pueblo; dicha tranquilidad lo molestaba. Sus pensamientos estaban en una total cacofonía, se encontraba solo en la basílica; sus acólitos habían sido asesinados y los Babuinos habían sido descubiertos. ¿Qué le depararía el destino a este desdichado hombre?

Había ido a los establos en busca de algún caballo, pero todos habían sido liberados, no tenía escapatoria del demonio de ojos escarlata, era imposible pedir ayuda a los lugareños; sabía que lo odiaban. De repente, un movimiento certero hizo tambalear las cortinas y todas las luces de la oficina se apagaron.

En la puerta se encontraba una sombra, desprendía un fuerte olor a sangre y vísceras; todo su cuerpo estaba manchado de rojo y emergían un par de alas amenazantes de su espalda, su respiración estaba tranquila, pero sentía una fuerte agresividad emanando de él.

Aunque su cabeza estuviera agachada; generando la impresión de estar sufriendo un profundo dolor, sus ojos no perdían de vista al anciano, que sentía una furia ancestral que le helaba la sangre y paralizaba su respiración.

Él no podía mover ni uno de sus músculos, esperaba alguna reacción, hasta que una voz desgastada y ronca, llena de una profunda pena y desdicha, rompió el silencio: No tiene que preocuparse nunca más por los Babuinos, todos fueron destruidos.

Cardenal: ¿Tan rápido? Tan solo ha pasado… – Observó el reloj de su pared – Un poco más de 90 minutos.

Azath: Incluso tuve tiempo de avisar a algunos Arcontes. Aquella colina estará repleta de ellos en la mañana – Se acerco lentamente al escritorio – En fin, mientras los azolaba, pude hablar con uno de ellos. Me comentó algo inquietante – El Cardenal empezó a retroceder de nuevo hacia el balcón – Ellos me aseguraron que la idea de buscar a niños para sus planes era suya, que incluso usted usaba algunos…

Cardenal: ¡Qué horrenda mentira es esa! ¿Cómo puede creer la historia de uno de ellos?…

Azath: No solo fue uno – Lo interrumpió con furia – Varios me confirmaron lo mismo. De todas formas… No importa... Le propongo un trato – Su voz pareció tranquilizarse por un momento.

Cardenal: ¿Trato? – Se acercó un poco a su escritorio – ¿Qué clase de trato?

Azath: Si…– De su gabán sacó el libro que había tomado del Recinto – Como puede ver. Necesito completar los tomos de estos libros. Si usted me da la ubicación exacta de dónde los puedo encontrar, lo dejaré vivir... Pero se tiene que largar de este pueblo inmediatamente.

El Cardenal observó el libro ensimismado, no podía creer el tipo de información que el demonio necesitaba; era un libro básico del manejo del Nasham , con voz titubeante dijo: A dos días de acá hay una pequeña biblioteca. No hay muchos Arcontes custodiándola y encontrará los seis tomos que le hacen falta.

Azath: ¡¿Son siete?! – Exclamó con asombro, para luego respirar – Sé que ahora no me está mintiendo – Dio la espalda y se disponía a salir por la puerta – Le agradezco la información.

Cuando estaba por salir, el anciano sintió un ligero aire de esperanza; pensaba que se había salido con la suya e ideaba formas para salir del pueblo lo más rápido posible. Sin embargo, Azath se frenó, alzó la cabeza y pronunció las siguientes palabras:

Sabe… durante cientos de años he visto a muchas personas morir… niños, mujeres y ancianos. Pero es muy difícil ver llorar a una madre la pérdida de su hijo. Por más de mil quinientos años, no me he acostumbrado – Volteó y empezó a caminar hacia el escritorio – Mi padre en varias ocasiones mencionó que los seres humanos son capaces de superar la bondad de los ángeles, pero también son capaces de superar la maldad a los demonios… hoy lo comprobé.

El Cardenal empezaba a caminar hacia atrás; intentando alejarse, sin más palabras Azath se arrojó hacia él a una absurda velocidad, lo tumbó y con sus dos manos lo mantenía en el suelo inmovilizándolo. Empezó a llorar y a gritar con fuerza pidiendo clemencia, sus cuerdas vocales se desgarraban pero sus palabras fueron silenciadas por las últimas que alcanzó a oír, en un susurro demoniaco y atronador: "También los niños y las familias merecían clemencia… esto es por Jillya".

El cabello del demonio empezó a levitar, afilándose de forma amenazante; parecían serpientes danzantes dispuestas a atacar en cualquier momento, sus lágrimas cubrían el suelo y sus hombros se dislocaron al intentar levantarse, sus uñas se desgarraron al rasguñar las baldosas, sus dientes se rompían al ser fuertemente apretados, sus ojos se movían de forma errática y su nuca empezó a sangrar, al golpearla una y otra vez contra el piso en un absurdo intento por liberarse de aquella fuerza primordial.

Cada uno de los cabellos de Azath se alargó, cobrando vida propia como si fueran extensiones de su ira y dolor. Serpenteaban en el aire por un instante, antes de lanzarse hacia el Cardenal con una precisión letal. El primer mechón penetró la piel de su mejilla, arrancando un grito desgarrador que pronto fue ahogado por más cabellos invadiendo su boca, los ojos del anciano se abrieron de terror al ver cómo esas hebras negras y afiladas se acercaban a sus globos oculares, penetrándolos sin piedad.




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