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Victoria Craner
Por la madrugada despierto sofocada, destapo la mitad de mi cuerpo antes de desabotonar los primeros tres botones de mi camisón, alrededor todas las chicas están dormidas en sus respectivas camas, a mi lado derecho está May abrazada a su almohada con una extraña sonrisa, quisiera dormir así de plácido, pero la cadencia del exterior me intranquiliza.
¿Qué estará pasando allá afuera?
Miro en dirección del ventanal que dejamos abierto durante el verano en búsqueda de aire fresco en las infernales madrugadas. No es que debamos preocuparnos por la seguridad con tanta vigilancia se supone. Hablamos de un vigilante enclenque y otro obeso que se supone resguardan, pero no los veo contrincantes para los tratados por aquí.
Mirelles le pertenece prácticamente a una familia algo correcta en principios, pero a su vez dentro de sus aliados se encuentran los Brooks, se sabe poco de ellos, algunos aseguran que son todo un grupo delictivo, otros que solo es uno, la cabeza del negocio, de algún modo esas familias están relacionadas y ninguna cruza en territorio de otra.
Contengo gritar al ver una sombra, la figura de un hombre sentado a la orilla de la ventana de este tercer piso. Lo vislumbro sonreír en la oscuridad, su reluciente sonrisa oscurece su rostro donde sus ojos brillan como rubíes contra el sol, una mezcla de azul y verde tan inolvidable como aterrador, camina hacia mí muy seguro.
En velocidad descomunal su cuerpo está sobre el mío, quiero gritar, pero no puedo, sus fríos labios callan mis gritos, su piel hace un caliente contacto conmigo, mis pezones bajo la blusa se endurecen con tan solo su roce, escucho como destroza mi ropa sin cese, su lengua y labios me recorren completa de manera impulsiva, de pronto lo siento entre mis piernas llevándome a la orilla de la cama, toma recio mis caderas y se balancea delante de mí de manera posesiva, mis manos acarician mis senos. Mis alaridos son cada vez más altos, más roncos, no entiendo como las chicas no parecen notarlo. Su imagen es cada vez más candente, sus oscurecidos ojos ámbar, el celo y deseo que veo en ellos me descontrola, siento como si él manejara mis emociones, como si me transmitiera que sentir…
—Tócate…—me ordena con voz grave.
De pronto despierto, mis piernas están separadas y tengo las manos dentro de mi blusón entreabierto.
Me levanto y con claridad veo cuando una silueta fisgona desaparece de un salto. Tallo mis ojos, no hay nada, sería imposible ser la única que lo hubiese notado.
Son las tres de la madrugada cuando me levanto a lavar mi cara, desde ese ángulo estaría mirando a May. ¿Por qué alguien se metería a espiarla y para qué? ¿Te escuchas conciencia? ¿Alguien espiandonos desde el tercer piso?
Me doy un par de palmadas en la cara, busco una posición que me regrese el sueño hasta conseguirlo.
***
Con las escasas horas de sueño conciliado tuve que recibir las clases, en literatura habría sido genial escuchar los escritos, pero mis ojos se cerraron en más de una ocasión en un poemario, los siguientes fueron eternos.
Pestañee.
Bostece.
E intenté mantenerme concentrada.
En mi siguiente pestañeo el profesor tiró un varazo en mi pupitre que me despertó de más.
—¡Se está durmiendo en mi clase!
Niego cuanto puedo, mis ojos se humedecen al ver aquel recto hombre jactarse de su conducta a mi edad a la par que me hace sentir la peor escoria que ha pisado la tierra con algunas cuantas palabras. ¡Realmente odio su forma de enseñanza!
Me saca de la clase con un reporte seguro, con falta en la actividad y apenas me dejara entregarla mañana en su oficina con la nota mínima. Que asco.
Ya había pasado todas clases bien, tenía que arruinarlo en la última, justo en clase de ese cerdo. Con coraje pasan muchas imágenes en mi cabeza, es obvio que tendré algún castigo, que ese malnacido aprovechara esta falta. Lo odio tanto.
Me dirijo a las bancas para descansar, abrazo mis rodillas esperando acabe la clase para ver a las chicas, aún quiero dormitar, pero justo eso me metió en problemas por lo cual lo evito.
Nina, la educadora más dulce me sigue, se sienta en el otro extremo de la banca sin decir nada, compartimos el silencio y una sonrisa.
Eso me gusta, la complicidad sin dar explicaciones. Así nos miramos unos segundos.
Sin previo aviso toman espacio junto a mí Amaya y Margaret, una de las chicas más cercanas a May después de mí.
—Te ves cansada Vic—zanja la pelirroja en un susurro—. El profesor Mike fue algo injusto, ¿Qué sucedió? ¿Por qué te dormiste?
—Anoche tuve una pesadilla que me espantó el sueño, es todo—respondo forzando una sonrisa.
—¿Qué soñaste?—cuestiona Margaret.
—A ese tipo de ojos raros del otro día, eso creo, solo he visto su imagen una vez y en una diapositiva sobre la familia fundadora, cuando hablaron de las donaciones de los Owens, el único de cabello negro en el retrato—ambas se miran cómplices, como si supieran de quién hablo, por lo que busco la manera de omitir que apenas cierro los ojos se aparece como espectro en mis pensamientos, además la extrañeza de aquel lugar donde me lo encuentro sin intercambiar una sola palabra al caer profundamente dormida—. En el sueño me encontré sentada frente al oscuro vacío, la desnudez de mi piel resintió una corriente helada y ni siquiera pude moverme, al cerrar mis ojos vi los suyos, ese horrible verde diluido con azul, lo seguí a un bosque que jamás había visto y de la nada estaba en caída libre, siendo totalmente de día el cielo estaba estrellado, tenía la inmensidad del universo ante mí, estoy segura que fueron ustedes y sus cuentos locos.
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Editado: 14.10.2022