Nathaniel

Capítulo |8| Primera noche

Vicoria Craner

Al cruzar el portón del internado Nina  me recibió con los brazos abiertos como si no me hubiese visto en meses, creo tener la sensación de que midió mi altura para cerciorarse que no crecí en un par de días. Disimule mi panico lo más que mi pude para no provocar la preocupación de nadie. 

—Prepare chocolate, ¿vamos a la cocina, Vic? —pregunta con una casi contagiosa sonrisa.

Indico que sí y le sigo devolviendo los saludos de algunas chicas que me reconocen a lo lejos, mientras otras fingen no verme. 

 ¿Eso a qué vino?

—¿Cómo ha estado Emily? 

Pregunto tomando una esponja para ayudarle con los trastos del fregadero mientras el chocolate se calienta en la estufa.

—Bien Vic, solo que si te extraña, eres como su mejor amiga y es igual de testaruda que tú. Creaste una mini versión tuya en esa niña.

Una risita quejosa se me escapa y deja entrar de nuevo el coraje.

—No sé porqué Nathaniel inisitió en darme ese tonto lugar en la universidad, yo no quería irme.

 No aún. 

La puerta se abre y sin tardar los brazos húmedos de Emily se cierran sobre mis piernas. Hasta que la veo empapada comprendo que afuera debió comenzar a llover. 

—Te moje Vic —indica secándome con sus manos y  empeorando la situación de mi falda.

—No te preocupes —la rodeo con fuerza—. Perdoname.

—Ya Nina me explico, todo está bien —comenta llorosa—. Y no quiero que vuelvas.

—Ay mi amor —seco sus mejillas y deslizo mi mano por su cabello. Sus coletas impares me hacen ver que ha comenzado a peinarse sola. 

—No me han quedado tan bonitas como a ti. 

—Iras aprendiendo, pero desde ya te ves hermosa Emi —beso su frente con los ojos humedos. 

—¿Por qué lloras?

—Nada, me entró un camión de basura al ojo, es todo. 

Ante sus ojitos acaramelados muestro un par de dulces que tomé de los que nos obsequiaron las Owens. Y así, junto a ellas tal vez me quedé dos horas más antes de emprender camino después de las seis y treinta, cuando entendí que Alexander Owens se olvidó de recogerme. 

Debe estar demasiado ocupado seduciendo a mi mejor amiga como para recordar que existo.

Una vez fuera avanzo a pasos rápidos por el lodoso camino ahora lleno de baches, buscando ganarle a la oscuridad de la noche. El trayecto a Mesiría no me parece lejano, aunque lo sea. 

Escucho los autos de la carretera que está  tan solo a  metros del camino rural y poco transitado en temporadas lluviosas.

Hay demasiadas ramas tiradas por todas partes y, me toca presenciar cuando una más cae provocando fuertes crujidos, eso me hace correr hasta tropezar con otro tronco derrapado por la orilla, quedo impactada de verme suspendida en el aire, ver mi rostro reflejado en el lodo, pero sin tocarlo.

Giro y esa malévola sonrisa me está deteniendo por la cintura con la otra mano tras su espalda; caballeroso y diabólico.  

—¡Suéltame! —grito y veo relucir sus perfectos dientes—. Solo no vayas a…

—Concedido — me suelta y se aparta. 

Me levanto hecha furia sacudiendo el lodo de mi vestimenta y rostro sin éxito, la suciedad solo se expande mucho más por mi cabello. 

»¿Cómo está Emily? —divaga divertido. 

—No te interesa. 

Respondo avanzando y él conmigo, pero caminando en reversa para ir de frente a mí. 

»¿Se te ofrece algo más? ¿Por qué me sigues? 


—Solo voy de paso. 

—No pretendas hacerme creer que es casualidad verte por todas partes. Comienzas a cansarme.

—Me estaba encargando de algunos asuntos —remarca tensando su barbilla al mirar divertido a la nada y vuelve a mí—. Y me encontré con otros.

Aterrador, no hay otra palabra que describa mejor a Nathaniel Brooks, a sus acciones, a su forma de actuar sin complicaciones, y sin sentido.

Un auto nos para a un lado, lo conozco, es el de Alexander. 

—¿Qué hacen aquí? —nos interroga apenas baja.

—Quise ayudar a Victoria, pero al verme se tropezó con sus propios pies —encoje de hombros explicando con destreza—. No esperaba más de ella. 

¿Qué? ¿Nada mejor? ¿El árbol que cayó de la nada, no lo vio? Mi dignidad arde ante las burlas que reprime Alexander, le hubiese agradecido una leyenda más compleja. 

—Disculpame Craner, se me atravesó una junta —apenado abre la segunda puerta para mí. 

Mira el desastre que soy con la puerta abierta sin decir nada. De momento siento cuando me cae algo en la espalda; es la chaqueta gris que usaba Brooks, sé que lo hace para que no arruine la cobertura de los asientos y me evite líos con Owens. 

Gruño soltándome del agarre de Nathaniel. segundos despues lo veo subir al asiento del copiloto sin invitación.

Hasta que sentí el aire caliente de la calefacción note el frío de mi cuerpo, poco a poco me destenso y en silencio los escucho conversar desde los asientos traseros con un poco de cansancio que el trayecto aumento. Ahora sé que mañana habrá una de las reuniones mensuales de beneficencia que organizan los Owens para sus muchas causas. Es entendible que a menudo las hagan, no solo sostienen los internados, sino las casas cuna, algunas clínicas, uno de los asilos en Mesiría y muchas otras escuelas públicas que inició Annette Moreti.

La de mañana es para un hospital de personas con dificultades visuales—entrecierro los ojos recargando mi mejilla de mi mano—. Ver el parabrisas empapandosé me dificulta disfrutar el paisaje, así que con los minutos dormito, a tal punto que entre pestañeos me parece ver los ojos de Alexander color violetas en el retrovisor, despabilo prestando mayor atención, pero no, están normales y el pelinegro burlandosé de mis movimientos bruscos. 

A nuestra llegada a la residencia Nathaniel se desapareció en un instante para ir a saludar a la menor de las Owens. Por mi parte limpio sin parar mis zapatos antes de entrar a la casa. En la puerta a punto de retirarse nos recibe Marcus con un dibujo hecho por Dominic en su mano. 




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