Navidad con Quetzalcóatl

NAVIDAD CON QUETZALCÓATL

 

Mucho antes de la llegada de los españoles, en el México antigüo habitaban diferentes reinos, entre los más viejos y destacados estaba el tolteca, tenían más de un dios, y el más importante fue Quetzalcoatl, quien al ver la actitud de la humanidad tomó la decisión de nacer en el mundo terrenal. En el reinado se encontraban al mando el rey Ce Tecpatl Mixcóatl y Chimalman, su esposa, el rey se encontraba en cacería, junto con sus súbditos, buscando alimento para la población, cada quien llevaba su arco y sus flechas, las del rey eran poco comunes ya que estaban adornadas con plumas de Quetzal.

 

Si bien la cacería fue buena, el rey quería cazar algo también; entonces tomando del agua de un lago vio un hermoso venado cola blanca. Apuntó y lanzó directo en el estómago, fue tras su presa, que se encontraba recostada en el pasto alto, pero al llegar encontró a su esposa, la flecha le había atravesado a ella en el vientre, extrañamente no sangraba pero ella estaba inconsciente. Rápidamente la llevó con el Ticitl, quienes se encargaban de la medicina en aquellos tiempos. El cuerpo de la joven reina fue recostado sobre una cama de piedra, el Ticitl se acercó a la flecha y esta se desvaneció en forma de luz verde y fue absorbida ante los ojos de varias personas; despertó la joven como si nada hubiese pasado, el Ticitl la revisó y estaba en excelentes condiciones.

 

Los días pasaron, los reyes solo recordaban lo anterior como un sueño o una pesadilla, siguieron con su rutina, pero un día la reina empezó a enfermar. El rey se preocupó ya que pensaba que podrían ser las consecuencias de la herida de flecha que había ocurrido hace unos días, así que la llevó con el Ticitl quien la revisó e informó que la reina estaba embarazada. Mixcóatl empezó a dudar de ella, ya que no la había tocado siquiera como para que quedara encinta, sin embargo las damas y demás servidumbre confirmaron que ella no estuvo con ningún hombre más que él, el Ticitl le dijo que seguramente había sido por la flecha, que él mismo le lanzó a la reina y que la luz que entró en ella produjo al bebé en el vientre. No había motivos para despreciarla, así que lo tomó como lo que parecía, un milagro y cuidó de ella. Meses después el primer día del mes de la caña, nació el bebé, con la piel blanca como la espuma del mar, mechones dorados cual sol y ojos azules como el cielo despejado de la mañana.  

 

El recién nacido fue llamado Ce Ácatl Topiltzin, un niño virtuoso, no tenían que esforzarse para que entendiera las cosas, él aprendía rápidamente, cuando creció y tenía edad suficiente para ir a los ritos, su padre decidió llevarlo por primera vez. Ácatl estaba emocionado ya que no sabía realmente cómo sería ese evento, muy contento acompañó a su padre y se sentó cerca de él, miró la multitud, hacían danzas, estaba el sacerdote detrás de una mesa de piedra, con cuchillo en mano.

 

—Hermanos, hoy celebraremos un sacrificio para los dioses, pidamos que sirva para evitar las desgracias, traigan entonces la ofrenda— los ayoyotes comenzaron a sonar mientras un grupo de hombres se acercaron, uno de ellos apenas tenía un taparrabos y los otros unas capas de plumas, el que vestía diferente se recostó temeroso en la mesa de piedra— Tómenlo de sus extremidades, entre menos se mueva más rápido será.

 

Los otros hombres le tomaron como dijo, los ayoyotes sonaban con mayor velocidad, se alcanzaban a escuchar los suaves y rítmicos golpeteos del teponaztli y del tunkul, los rugidos como jaguar y cantos de pájaros que provenían de las flautas. El sacerdote levantó la daga, para dar el impulso del impacto hacia el corazón del hombre ofrendado.

 

—¡Alto! — El sacerdote se detuvo, volteó y era el joven príncipe que se había levantado de su asiento y ahora se dirigía hacia él, la música se detuvo— ¡No hagamos más sacrificios!

 

—¡Ácatl! ¡No interrumpas la ceremonia! —dijo el rey Mixcoatl con firmeza, al ver que su hijo lo ignoraba, se levantó y se dirigió hacia el niño, el sacerdote nuevamente tomó impulso pero fue golpeado por un cactli, derribando la daga, miró en dirección de donde provino, el joven príncipe se lo había quitado de uno de sus pies y se lo lanzó—. ¿Sabes lo que acabas de hacer?

 

—¡Sí, lo sé perfectamente, padre! — dijo Ácatl volteando hacía su padre—. Acabo de evitar una muerte innecesaria, nadie quiere este tipo de ofrendas.

 

—Te equivocas —dijo el sacerdote mientras tomó la daga nuevamente—. ¡Los dioses requieren sacrificios! —gritó y agarró impulso para llevar a cabo la ceremonia.

 

—¡He dicho que te detengas! —la voz de Ácatl cambió y resonó por todos lados, el cielo se nubló y la tierra comenzó a temblar. El sacerdote, temeroso, soltó la daga y miró al joven, sus ojos azules resplandecían como truenos y sus cabellos dorados iluminaban el lugar como un pequeño sol.

 

—¡Yo soy Quetzalcoatl!, he nacido entre ustedes porque estoy cansado de este tipo de cosas —Dijo Ácatl—. De ahora en adelante, prohíbo los sacrificios humanos.

 

—¡Gran Dios Quetzalcóatl! — dijo el sacerdote haciéndole reverencia hasta el suelo al niño, los demás hicieron lo mismo—. Pero si no sacrificamos a nadie, entonces ¿qué le ofreceremos a los dioses? 

 

—¡Humanos tercos! Si así lo desean pueden ofrendar serpientes o mariposas, — dijo Ácatl con la voz del Dios– de preferencia flores y perfumes, o un pan que se pueda compartir con los demás, si cumplen con ésto, les garantizo que cuando gobierne habrá paz y compartiré mi sabiduría con ustedes.



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En el texto hay: navidad, mitologias

Editado: 27.12.2023

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