Tock. Tock.
Meredith tocó la habitación de Navis desde afuera.
Silencio adentro.
Tock. Tock. Volvió a tocar la chica.
Seguía sin haber ruido.
—Navis, ¿puedo pasar?
Al no tener nada de respuesta, abrió la puerta. Se sorprendió encontrarla atrancada.
—¡Navis! ¿Es que no piensas salir? ¡Desde el desayuno has estado encerrado todo el día ahí! —golpeó la puerta con desesperación—. ¡Ábreme!
Baby Boom salió de su habitación.
—¿Por qué tanto alboroto? —preguntó exasperada.
—Navis no me quiere abrir. Estoy preocupada.
—Eso es fácil, sólo tienes que llamar a Merry para que abra la puerta, ella tiene las llaves.
Caronte llegó con Arthur.
—¡Qué escandalo! ¡Hasta abajo se escucha todo! —habló Arthur.
—¿Ahora qué pasa? —preguntó Caronte.
—Navis no quiere abrir —dijo Meredith.
—Meredith piensa que el pequeño Navis no quiere salir.
—Ni siquiera bajó a comer, ¿no tendrá hambre?
—Déjenlo en paz, estará dormido —les dijo Arthur a sus hermanas.
—O muerto.
—¡Baby Boom!
—Qué, puede que se haya ahogado con su propia saliva y nosotros ni en cuenta —dijo Baby Boom, metiendo cizaña.
—Ya basta de tonterías. ¿Acaso nuestro hermano va a molestarlas a su habitación cuando están durmiendo? Necesita privacidad.
—¿Privacidad? ¿Cuántos años tendrá? ¿Doce?
El pobre Arthur se puso colorado.
—¡No! ¡Es todavía muy chico!
Las chicas se rieron de su reacción.
La puerta se abrió de repente. Navis salió en pijamas, con el gato en su mano y tallándose los ojos para calmar a sus hermanos. Tenía unas ojeras grandes, y su cabello estaba despeinado. Después de despabilarse, habló:
—Pronto cumpliré trece. ¿Qué se supone que estaría haciendo adentro?
—¿Lo ven? Estaba durmiendo.
—Ya lo vi —dijo Baby Boom—. Al menos sigue siendo inocente.
—¿Inocente? —preguntó Navis.
—¡Inocente o no, ha dormido mucho! ¡Son casi las cuatro y media de la tarde, Arthur! —gritó Meredith—. ¡Nadie duerme tan tarde!
—¿SON LAS CUATRO Y MEDIA? —dijo Navis, abriendo los ojos. Y corriendo se metió a vestirse.
Primero se desabotonó la pijama y la dejó en el suelo. Se puso una camisa, ropa interior, pantalones y suéter, le dio una galleta a Piedrita, y después se dirigió al baño para lavarse la cara y el cabello, restregó la toalla para secarse y bajó las escaleras. Por el camino se topó a Warren, que lo miraba con unos ojos amonestadores, y Navis, un poco confundido, se fue a la cocina para agarrar algunas manzanas del frutero.
Merry regresó de darle de comer a los conejos y a los guajolotes galácticos.
—Joven amo, ¿qué hace aquí?
—Me quedé dormido, y ahora se me está haciendo tarde para mi clase. La señorita Spinelli llegará en cualquier momento.
—Bien, bien. En ese caso —sirvió una generosa cantidad de sopa en un plato hondo— coma esto. No se sentirá tan pesado a la hora de entrenar.
—Gracias, Merry —se dispuso a comer tranquilo.
—La pequeña Polimnia está mejorando poco a poco, si tiene suerte, volará dentro de un par de días.
—Me alivia saber eso.
—Después de la cena, podrá verla.
—Mejor.
Alguien tocó a la puerta de la mansión Niccals. Merry se fue, y Navis miró el reloj de la cocina. Diez para las cinco. Vaya que tenía una maestra muy puntual.
Pero no era la señorita Spinelli. Era Murdock, que venía buscándolo.
—Joven amo, el señorito Branwen vino a visitarlo.
Navis escupió su vaso de agua, y se empezó a carcajear en silencio. «Señorito, ¿es en serio?», pensó limpiando lo poco que derramó con un trapo húmedo, y lavó sus trastes para ahorrarle el trabajo a Noor.
—Gracias, Merry.
—Lo olvidaba, aquí tiene su estuche —le entregó el equipo con cuidado—. ¿Puedo decirle algo?
—Sí.
—¿Por qué escogió este deporte tan… pesado? Rufio le agradaba el esgrima y no es peligroso, el tiro con arco más o menos, pero este…
—Son gustos distintos. En lo personal, me agradó bastante este.
—Sí, pero…
—No te preocupes, Merry. Le prometí a padre que tendría precaución, y también se lo digo a usted para que pueda estar tranquila.
Eso pareció convencer un poco a la anciana.
—Esta bien —Merry le besó la frente—. Ahora vaya con el señorito Branwen.