Navis entendió que esa extraña voz que escuchó en el Regazo era su propia sombra.
—¡No puedo! ¿Cómo lo haría? —intentó explicarle.
—¿Hacer qué? ¿Qué rayos te está sucediendo? —dijo Puawai.
Navis tuvo que hacerlos a un lado para salir corriendo de ahí. Se sentía muy mal. Sudaba gotas frías, y escuchaba voces humanas a su alrededor.
“¿Lo ven? ¡Lo han asustado!...”
“Es demasiado extraño ese novo…”
“Puedes ir por eso lado. Está solitario para ir más rápido a la salida…”
“Alphonse está afuera. Si llegas a tiempo podrás ir a casa… claro, siempre y cuando no ataques al conductor…”
—¿Atacarlo? ¡Yo no quiero atacarlo! —contestó Navis a las voces.
Alphonse estaba afuera, esperándolo como siempre. Navis no esperó a que le abrieran la puerta, en cambio, él mismo la abrió y se metió velozmente.
—¿Pero qué ha pasado, amo?
—Vámonos…
—Le informaré a su Padre…
—¡VÁMONOS! —le gritó.
Alphonse pisó el acelerador. A través del espejo observó al chico.
—Está demasiado inestable, joven amo.
—No sé qué me sucede…
“Tienes que ir con él.”
—¿Con quién? —preguntó Navis.
“Tienes que ir con Regnus…”
—Pero… tengo que llegar a casa…
—¿Con quién está hablando, joven amo?
—Mi sombra… Creo que mi sombra me está hablando…
“¡Cielos! ¿El joven amo se está volviendo loco?”
Esa sombra era la de Alphonse. Navis entendió que no sólo estaba hablando con la suya. Ahora podía entender a las otras sombras de otras personas.
—Esta conversación sólo quedará entre los miembros de la Casa Niccals, Alphonse. Ni una palabra a Merry, o a Faust.
—Sí, joven amo.
—Lo sabré si hablas con alguien sobre esto.
No lo dijo con tono amenazante, pero sí firme.
—Sólo llévame a casa…
—Como ordene.
Navis entró al despacho de su padre sin tocar la puerta.
—Perdón, Padre. Es urgente.
El señor Niccals cerró un libro que estaba leyendo sobre su escritorio.
—Adelante.
Navis se dejó caer sobre la silla y comenzó a hablar torpe, angustiadamente y sin coherencia entre el hilo de conversación tan repentina.
—¿Ha estado antes dentro de un tumulto de personas y espera a que todos se queden callados de un momento a otro y espera no ser el que los haga callar a todos a la fuerza?... Ganas de gritar… Quedar en silencio… Me ha pasado con los niños del orfanato… Una vez quise dormir a un bebé que no dejaba de llorar y yo ya estaba harto de su llanto… No es que lo haya querido lastimar a propósito, sólo no hallábamos la forma de hacerlo callar… Y la señorita Girasol tuvo que llevárselo para que durmiera la siesta…
—¿Y todo esto a qué se debe? —le preguntó el señor Niccals, preocupado.
—Creo que… estoy aprendiendo a hablar con las sombras…
Navis se tapó los oídos. Algunas voces provenían de abajo.
—No se callan… No encuentro forma de hacer que se callen —comentó.
El señor Niccals quedó en silencio.
Tic. Tic.
—Entiendo. Por suerte, tenemos en esta casa a alguien que pueda ayudarte con eso, hijo.
—Está en shock —dijo Warren después de examinarlo.
Lo habían llamado al despacho para tener una opinión de él.
—¿En shock? —preguntó el señor Niccals.
—Bueno, es normal que esté así porque no esperaba escuchar voces de ese modo. Cuando tuve conciencia de mi donum las voces de las personas llegaban a mis oídos estrepitosamente y sin ningún orden, pero conforme fui creciendo llegué a dominarlo y no fue tan molesto como antes.
—¿Cómo? —dijo Navis, todavía con las manos en las orejas.
—Tampoco es que anule las voces del todo. La pirotecnia no me ayuda en mucho. Una pregunta, Padre: ¿El señor Branwen también sufría de esto de chico?
—No. Es la primera vez que veo algo así en un Wrovil. Si Branwen lo tuviera, lo sabríamos todos.