Nayla vuelve a despertar en esa pequeña habitación con paredes rojas, solo que ahora ya no es un lugar desconocido. Oyendo esa dulce melodía se levanta de la cama, encontrando a Víctor en la sala, frente a su piano, desplegando su talento.
Las puertas del castillo se abren enérgicamente, haciendo voltear la vista de Nayla, para que se encuentre con Kyros.
—Nayla, ¿Estás bien? —Pregunta llegando agitado a su lado.
—Si, estoy bien.
Responde, para volver a mirar a Víctor, y notar que a pocos pasos de él está un pequeño altar, donde moran dos floretes, junto con dos pares de guantes. Ella supo de inmediato lo que significaba. Él, se levanta del piano, sin que las teclas abandonen la hermosa melodía que baña sus oídos.
—Nayla no tienes que hacerlo. —Dice Kyros.— Podemos con él.
No obtiene respuesta alguna de ella, que se pone los guantes, y toma su florete, al igual que su adversario.
—Dijiste que ganarías la próxima vez. —Dice Víctor, recordando aquel momento.— Parece que ese día ya llegó.
Él tampoco puede obtener una palabra de su boca, ya que los sentimientos se conglomeran en su interior, y sabe que una palabra podría derrumbarlos. Luego del cordial saludo que se acostumbra en el deporte, el duelo empieza.
Ella demuestra ser tenaz, mientras de fondo oye esa canción, recordando los momentos en los que él tocaba música para ella, solo para entretenerla y verla reír. Cantaban juntos y se conocían un poco más, sin temor de hacer el ridículo.
Pudo haber sido secuestrada, pero en su confinamiento encontró la verdadera libertad. Ella no quiere pelear, quiere abrazarlo, decirle que lo necesita, escapar juntos, donde no reine ese mal que los persigue. Y él tampoco desea hacerle daño, solo mueve su espada al compas, esperando una estocada precisa de su aprendiz.
Nayla toma coraje, se arma de valor, cierra los ojos, ya que no desea ver el momento, y que este quede grabado en su memoria. Tira una estocada al corazón de Víctor, viendo que él deja abierto ese punto, para ser apuñalado por el impío metal del que se reluce la espada.
Su cuerpo pierde equilibrio, y antes de que toque el suelo, ella lo toma en sus brazos, conteniendo las lágrimas que intentan brotar de sus ojos.
—Debiste haber tomado mi vida. —Dice Nayla.
—Preferiría morir mil veces por tu mano que hacerte el más mínimo daño. —Responde, acariciando su rostro, limpiando esas lágrimas que lograron escapar.
—Te amo Víctor.
—Yo también te amo Nayla. No sé cual sea el destino que me depare cuando la vida me abandone, pero siempre te llevaré el conmigo, jamás te olvidaré.
Así como los latidos de su corazón disminuían, también la melodía. Sus labios se acercan para un tierno beso final. El piano deja de emanar ese dulce sonido, y la vida se extingue de los ojos de Víctor, rompiendo el corazón de Nayla, que se desarma en llanto.
Ella comprendió, desde el primer momento, que él la secuestro por segunda vez porque quería morir en sus brazos, antes de que sea su enfermedad la que tome su vida. Aceptó, con mucho dolor, su última voluntad, diciéndole adiós, de manera definitiva, cuando solo quería decirle quédate.
Es como si cada lágrima que emana representara un sueño perdido. El sueño de salvarlo, el anhelo de conocerlo con más profundidad, de recorrer juntos el mundo, atravesando cada dificultad, despertando con un beso, y finalizando el día con otro, cuando el manto de la noche los cubra.
Todo se rompe tras su llanto, siente como el mundo cae a pedazos, la primer persona con la que se encariña desde su infancia, y tuvo que verla caer por su propia mano, al igual que el Padre Howard. Es como si su amor los sentenciara.