Ximena guardó la bolsa con sus compras en los asientos de atrás de su auto, mientras Damián observaba con dolor el golpe en la parte frontal.
―Hum eso fue un pequeño descuido ―aseguró ella restándole importancia. Si era importante pero no quería hacérselo notar. Cerró la puerta y regresó con él―, puede sobrevivir con un foco.
―¿Pequeño descuido? ¡Está destrozado! ―afirmó Damián asombrado, tocó su barbilla con su mano y esbozó una sonrisa petulante―, puedo arreglarlo. En unos kilómetros hay muchos retenes y te van a multar si manejas el carro así.
―¿Eres mecánico?
―Pues, se puede decir que sí. Pero aquí no hay con qué, debes ir a Depstor.
―¿Qué es Depstor? me suena a sopa ―preguntó curiosa.
Se recargó en la parte frontal de su auto y ambos hicieron contacto visual. Él comenzó a reír.
—Creo que por aquí, alguien tiene hambre ―bromeó, ella notó como se formaban dos hoyuelos en sus mejillas. Tenía una cara de chico bueno―, Depstor es un pueblo cerquita de aquí.
―Bien, entonces vamos.
―¿No llevas prisa? Puede que tarde un poco en el arreglo —advirtió.
―Tengo tiempo ―respondió Ximena sin dar más explicaciones―, ¿te sigo en tu auto?
―Si pero espérame tantito, debo pedir permiso al patrón. No tardo ―informó y salió corriendo a la entrada de la tienda. La chica asintió, aún cuando él ya se había marchado y no podía verla.
Ximena entró a su auto, cerró con seguro todas las puertas, subió los vidrios y prendió el aire acondicionado. Él sol ya estaba más alto y se sentía calor.
Se inclinó en los asientos de atrás y pasó la bolsa al asiento de al lado. Sacó las rebanadas de pan, les puso mermelada y las devoró. Después de una noche en vela y una madrugada conduciendo, estaba más hambrienta que cansada.
Sacó un galón con agua y vertió un poco en su vaso especial, el cual siempre llevaba en el carro. Comió y bebió sin detenerse hasta que unos golpecitos en el vidrio le indicaron el regreso de Damián.
Apagó el clima y bajó el vidrio.
―Wow, ahí adentro sí que esta frío ―exclamó el chico abrazándose a sí mismo― Todo listo, mi camioneta es la azul. Sígueme, no está muy lejos.
―Yo te sigo ―dijo con la boca llena, después se calló apenada y terminó de tragar la comida. Levantó un trozo en dirección de Damián―. ¿Quieres?
―Estas bien safada ―dijo con una sonrisa―, vámonos.
Guardó la comida y Damián se marchó. Cada quién en su respectivo vehículo emprendieron el viaje. A Ximena le pareció que el chico conducía muy lento, pero se reservó los comentarios para después. La carretera seguía desierta, solo para ellos dos.
Estiró la mano al asiento de alado y sacó una bebida energética. Siguió conduciendo con una mano y con la otra tomaba la lata. Efectivamente, como el señor de la tienda había asegurado, las rutas eran múltiples y confusas. Agradeció tener a Damián como guía, pues de otra forma se habría perdido.
Se acabó la bebida y nada que llegaban, lo cual la empezó a desesperar. No estaba acostumbrada a conducir a una velocidad tan reducida. A falta de vehículos y en una carretera tan carente de curvas, decidió acelerar e invadir el carril contrario.
Bajó los vidrios cuando se encontró al lado de la camioneta azul de Damián.
―¡Hey, perdí la cuenta de las tortugas que nos rebasaron allá atrás! ¡Mueve tu sedentario trasero y acelera! ―gritó Ximena con mucha energía y carcajadas nada sutiles.
Él se sonrojó. No le eran habituales ése tipo de comentarios, pero por alguna razón se emocionó. Apresuró el ritmo lo suficiente como para dejar atrás a su nueva amiga.
Rió ante su pequeño triunfo pero no le duró mucho, puesto que la adicta a la velocidad poco necesitaba para volverse loca. Ella aceleró y pronto lo convirtió en un pequeño punto lejano en su espejo retrovisor.
Las risas de los dos se perdieron en el aire de la carretera solitaria, en un lugar donde nadie las escuchaba. Ni siquiera escucharon sus mutuas carcajadas pues los separaba demasiada distancia. Pero todo estaba bien, ella estaba bien.
Se sentía tan ligera. En una zona desconocida donde sus miedos no podían encontrarla, ella aseguró que todo marcharía en orden a partir de eso. Una breve serie de recuerdos desagradables amenazaron con fluir en su cabeza, sin embargo pudo detenerlos a tiempo y de nuevo dejó la mente en blanco.
Poco después visualizó señales de civilización y disminuyó la velocidad. El contorno había cambiado de forma drástica, ahora había mayor cantidad de árboles y las montañas parecían estar más cerca. A pocos metros visualizó unas casas de concreto, una tienda y muchos letreros.
Él que llamó su atención, fue la flecha que señalaba una ruta de terracería, pero no tenía escrito nada. Estacionó el carro a un costado para esperar a Damián, mientras analizaba la flecha con mayor detenimiento. No parecía que se hubiera desgastado el texto, mas bien intuyó que se habían olvidado de colocarlo.
―Gracias por no romper mi otro foco ―le dijo al letrero―, tu eres si buena onda.
Aburrida vigilaba por el espejo la llegada de su compañero. Echó un vistazo a la desviación que marcaba la flecha; los arboles se volvían mas abundantes conforme avanzaba la carretera, dando una impresión de oscuridad y misterio.
Después de lo que a Ximena le pareció una eternidad, llegó Damián y se colocó a un lado de su coche con las ventanillas abajo.
―¡Hasta que llegas! Creo que ya presento síntomas de la vejez ―exclamó sin ánimo―, vámonos Damián.
―Tranquila, amante psicópata de la velocidad ―repuso el chico― Eres una loca, pero de aquí en adelante es terracería, así que deja de intentar acabarte las llantas.
―Mejor tú deja de contar cada metro que recorres.
Al chico le agradaba Ximena, pero no le gustaba lo poco cuidadosa que era al conducir. Dejaron las cosas pasar y siguieron adelante, esta vez a un paso neutral en el que ambos coincidieron. Él por tener una camioneta podía conducir más rápido en ese terreno y ella al tener un auto debía conducir con más cuidado.
Editado: 09.09.2020