―La comida estuvo muy rica ―exclamó Ximena―, muchas gracias señora.
―Obvio que sí doña Verito ―confirmó Cielo―. Como siempre usted hace magia en la cocina. ―Se puso de pie y besó la mejilla de la señora mientras la envolvía en un gran abrazo.
―Me alaga que les guste ―respondió la mamá de Damián―. Es tu casa Ximena, para cuando gustes venir.
―Muchas gracias ―dijo ella con una sonrisa sincera, viendo sus profundos ojos grises idénticos a los de su hijo. Alucinador.
Tal parecía que todos en ese lugar tenían ojos de color. Sus ojos marrones evidenciaban que ella no era local.
―Mamá cocinas estupendo ―añadió Damián terminado su porción de enchiladas― gracias.
Todos estaban satisfechos y felices. Panza llena, corazón contento ¿no? Pensó Ximena.
―¿Y para dónde vas ahora Ximena? ―preguntó doña Verónica. Ximena vaciló, ver su dulce mirada la hacía dudar sobre su mentira.
Decir la verdad era aceptar que le mintió a Damián, pero además, ¿a qué verdad se refería? Ni siquiera ella misma sabía a donde se dirigía y si mentía era para no tener que dar explicaciones.
―Seguiré por la carretera federal. ―Eso era verdad.
―Si pero, ¿a tu casa? ―prosiguió― Es peligroso que viajes muy lejos sola.
Ella titubió y notó que los tres la estaban observando.
—Sí, bueno, me encontraré con mis padres ahí ―mintió sin ver a nadie a la cara. Deseando que dejaran de mirarla.
―Oh, eso está muy bien ―aseguró la señora―, chicos ¿quieren más galletas?
―¡Claro! ―gritaron al unísono Damián y Cielo.
Sentirse tan cómoda con esas personas la agobió. Miró su reloj, pasaban de las tres de la tarde.
―Yo creo que tengo que irme ―comentó Ximena, los dos chicos la miraron―, ya me he retrasado bastante ―argumentó y miró a Damián―. Gracias por todo.
―Si Ximena ―dijo la mamá de Damián desde el otro extremo de la cocina―, vuelve cuando quieras.
―Bueno vamos ―acotó Damián y se levantó―, la acompañaré a la gasolinera, mamá ―informó.
―Gracias de nuevo señora, nos vemos.
―Si, con cuidado.
Cielo los siguió a la salida, bajaron los cortos escalones y llegaron a la cochera.
―¿Escuchas eso? ―preguntó Cielo, deteniéndose justo antes de llegar. Ximena se giró para verla.
―¿Qué?
―Espera ―pidió mientras caminaba y abría la entrada de la cochera.
Todavía no terminaba de abrirse por completo, cuando una gran cantidad de agua los goleó. Había una brutal tormenta con mucho viento luchando por entrar. Damián corrió para ayudar a Cielo a cerrar la puerta, el viento tenía tanta intensidad que se les dificultó mucho poder cerrarla.
Ximena se acercó a ayudar, su ropa quedó empapada en pocos segundos y su cara goteaba. Se rió y entre todos lograron cerrarla.
Terminaron recargados en la gran entrada con la respiración acelerada y los cuerpos mojados.
―Creo que esta lloviendo ―bromeó Ximena con una gran sonrisa en la cara. Comenzó a reírse mientras limpiaba sus ojos del exceso de agua.
―¿Que te hace pensar eso? ―siguió Damián, uniéndose a la broma.
Ximena solo incrementó más sus carcajadas. Cielo no dijo nada, trató de tranquilizar su respiración y exprimió su cabello.
Ximena rió hasta que se cansó. Levantó la mirada y vio a Damián dándole la mano para ponerla de pie, ella lo miró con una sonrisa felina y ojos traviesos. A Damián le pareció hermosa, le sorprendió verla así de liberada, transparente y feliz. Esa parte de ella que desde kilómetros se podía ver que pocas veces mostraba.
―Vamos afuera ―propuso mordiendo su labio inferior, pero sin desaparecer su sonrisa.
―¿Afuera? ¿En pleno huracán? ―señaló sorprendido― Estas loca Xime.
―Como se te ocurre Ximena, hay que bañarnos y cambiarnos ―repuso Cielo con el rostro serio. Salió del garaje sin decir nada más. Ambos la ignoraron.
―Vamos, primer día de conocernos y ya van dos veces que me llamas loca.
―No vamos a ir allá y tú tampoco puedes ir a buscar a tus padres ahora mismo. Tendrías un accidente ―exclamó preocupado.
―Bien, tampoco tengo instintos suicidas ―concordó, después su sonrisa se extendió― no tantos.
―Anda, dame tu mano ―insistió Damián
―Llévame afuera, no seas bebé ―siguió Ximena.
―No seas terca ―la reprendió.
―¡Vamos! ―pidió como niña pequeña, algo que desconcertó a Damián pero no cedió.
―No
―Si
―No
―Si
La miró con los labios apretados, no quería seguir su juego. Ella le regresó la mirada y la mantuvieron por unos interminables segundos.
Unos minutos después...
―¡Conste que yo me negué! ―se quejó Damián entre gritos, la lluvia no dejaba escuchar sus propias palabras.
Estaban bajo un árbol cuyas hojas se movía bruscamente al igual que las de los demás árboles, como si en cualquier momento fueran a ser arrancado del suelo.
Los árboles se movían bruscamente provocando el sonido de sus hojas al chocar unas contra otras, contra el viento y con la lluvia. Los troncos se aferraban al suelo con las raíces, pero pareciera que la tormenta luchara por desprenderlos.
Llovía a raudales. Ni el olor a tierra mojada podía percibirse bien pues hasta respirar era difícil por la cantidad de agua.
―¡Calla crio! ¡A que no me alcanzas! ―lo retó ella, tan feliz como sí un árbol no fuera a aplastarlos en cualquier momento.
La tormenta no dejaba ver más allá del diámetro de dos metros sin embargo ella aseguró que corría por el parque tornado marrón y anaranjado.
Se llevó su maleta entre los brazos y corrió. Levantó las piernas para no tropezarse, pisó el césped y brincó las rocas.
Reía entre la lluvia y en momentos bailaba en el pasto, daba vueltas y brincaba intentando tocar las ramas más altas de los árboles.
Damián seguía intentando alcanzarla, pero a pesar de que el llevaba las manos vacías y ella no, él seguía atrás como por ocho metros. No era bueno ni corriendo ni moviéndose en la lluvia.
Editado: 09.09.2020