―No prendas la luz ―pidió Ximena cuando Damián se dirigía al interruptor―, la luz eléctrica me agobia.
―¿En serio? ¿Por qué? ―habló su curiosidad.
―No sé, siento que es muy intensa y brillante. Me gustan las luces tenues, sutiles, suaves ―explicó Ximena, sentada en el sofá―. Si me pasas mi maleta, ahí tengo algunas velas. Son muy cálidas.
―Parece que planeaste esto ―dijo el chico con una media sonrisa que entre la oscuridad lucía más tentadora― una noche juntos, solos, velas, todo.
―¡No seas payaso! Quien no se quiere ir porque "algo" va a pasar eres tú ―se rió a carcajadas―, ¿qué va a pasar? ¿Llegarán los ovnis y te raptaran si estas a fuera?
El chico medio sonrió y le pasó su mochila tratando de ocultar que el comentario lo había molestado.
―Bueno, más o menos ―se limitó a decir.
Trató de tener paciencia al saber que Ximena no tenía idea de lo que pasaba en aquél pueblo y lo mejor sería que continuara sin saberlo.
Por su lado, la chica fue a la cama y colocó la maleta en el colchón. Sacó de entre las cosas una pequeña pecera redonda envuelta en periódico, al desenvolverla se visualizó que contenía en su interior esferas diminutas de colores claros.
―Tráeme agua por favor ―pidió, desempacando otras cosas―. Tuvimos suerte que con tanto correr hayan sobrevivido.
Él así lo hizo, agradecido de escuchar la palabra "por favor" pero sin comprender del todo su petición. Cuando regresó, Ximena vertió el agua en la pecera y colocó cuatro velas raras encendidas adentro.
Tenían la forma de una flor y flotaban a la perfección en el agua. Con el cristal, la luz lucía mucho más e iluminó casi la mitad de la habitación.
La colocó en el buró al lado derecho de la cama. Sacó otra pecera y repitió el mismo procedimiento para colocarlo en el buró izquierdo.
La habitación se iluminó con tonos claros y luces tenues. Ximena sonrió.
―Wow, es hermoso ―murmuró Damián, reflejando sus pensamientos.
―Lo sé.
―¿Siempre duermes así?
―Cuando puedo ―pronunció lentamente con leves recuerdos en su memoria. Sacudió la cabeza― bueno, ya está.
―Si.
―Debes quitarte la ropa mojada ―aconsejó Ximena buscando entre su maleta―, te puedo prestar un short flojo que uso para dormir de vez en cuando. El resto de la ropa lávala y ponla a secar en el baño.
―Si mamá ―respondió Damián haciendo lo indicado―, me daré un buen baño, ¿no te molesta verdad?
―No. Pero date prisa ―respondió ocupada en las cosas de su maleta.
Damián entró al baño y Ximena se dedicó a esculcar entre sus pertenencias. En esa maleta llevaba lo fundamental; artículos de higiene personal, un botiquín pequeño de primeros auxilios, poca comida práctica, su libro favorito, objetos como las velas sin los cuales no podía vivir y por supuesto ropa.
En su bello auto dejó la otra maleta y dos mochilas, no las llevó al hotel por ser innecesario. Pero Ximena tenía consigo todas sus pertenencias. Antes de partir se había encargado de llevarse todo lo que necesitaba para hacer un viaje sin retorno.
Acomodó en la cómoda, la ropa que se pondría al amanecer para partir. Regresó a la cama y comenzó a guardar los demás objetos que eran innecesario tener afuera. Planeaba irse a las primeras horas del amanecer, pues no le gustaba viajar con el sol. Por lo anterior, dejó la mayor parte de sus cosas en la maleta.
―¡Bu! ―exclamó de pronto Damián en su oído, Ximena gritó y lo golpeó fuerte en la nariz. No había escuchado el momento en que salió de la ducha.
El chico se tambaleó hacía atrás con las manos en la nariz, chocó con la mesa y calló de espaldas, para su buena suerte, sobre el sofá.
Ximena permaneció inmóvil con los ojos muy abiertos y la mano sobre su boca abierta, mirándolo desde la cama.
―¡Ximena! ―gritó Damián con la voz levemente distorsionada por tapar su nariz―. Ayúdame, rayos ¡Me rompiste la nariz! ¡Ay!
Ximena siguió viéndolo y comenzó a reírse nerviosa.
―Perdona, yo ―tartamudeó ella sin poder contener la risa que le provenía desde el fondo de su estómago―, fue accidente, Dam, perdón...
―¡Oh claro! Uno aquí prácticamente desangrándose y a ella que solo le da risa, que linda. ―Su voz sonaba deformada y eso le causó más gracia a Ximena, quién se puso roja de tanto reír y en poco tiempo no podía ni respirar.
Finalmente Damián se sentó en el sofá y la miró por el rabillo del ojo.
―Dama fría sin sentimientos ―acusó.
Damián retiró las manos poco a poco y se vio una fina línea de sangre salir de su nariz. Corrió al baño y se vio al espejo, un poco herido sobre el comportamiento de Ximena.
Limpió con el torso de la mano la sangre más superficial pero no dejaba de fluir. Examinó su nariz en el reflejo del espejo, la herida no parecía tan grave pero le dolía bastante.
Desvío la mirada de si mismo, para enfocar su atención en un reflejo borroso en la esquina del espejo.
Se dio la vuelta y encontró a Ximena sonriente con un botiquín de primeros auxilios entre las manos.
―Ven conmigo ―pidió sujetándolo de la mano. Él cedió y la siguió de regreso a la cama―, siéntate.
Ximena inclinó la cabeza de Damián un poco y con el dedo pulgar y el índice presionó la parte inferior y carnosa de su nariz, cerrando completamente las fosas nasales.
Damián respiró despacio por la boca y no se quejó durante los diez minutos que Ximena lo mantuvo en esa posición. Cuando lo soltó ya no sangraba. Limpió con gasas su nariz.
―Bueno, ahora solo deberías descansar ―sugirió con una risita tonta.
―Ximena ¿por qué te ríes? ―preguntó intrigado, esa chica loca no había dejado de reírse desde que lo había golpeado. Otra en su lugar estaría súper apenada y ella... Ella lo volvía loco.
―No sé ―dijo incrementando su risa. Se sentó a su lado―, creo que estoy nerviosa.
Su risa terminó por contagiarlo y se recostó sobre las sabanas, ella le hizo compañía y dejaron que sus risas fluyeran hasta que se terminaron naturalmente. Permanecieron en silencio, de igual manera que lo hicieron bajo la lluvia.
Editado: 09.09.2020