Necesito irme.

16. Rojo fuego.

Los chicos se pusieron de pie con gran precaución, Ximena tragó saliva y levantó la mirada sin soltarse del abrazo de Hendrick. Cielo tampoco se soltó de Damián pero ella ocultó su rostro en el hombro de su amigo.

El hombre tenía arrugas al costado de sus ojos que se podían apreciar por el orifico del pasamontañas. Su complexión era grande, alto y gordo.

Pasó su vista por los cinco y se detuvo en Irene, sus ojos se abrieron grandes y la miró de pies a cabeza con la boca levemente entreabierta. No disimuló el apetito sexual que la chica le había provocado con su sola presencia.

Si Ximena se molestó ante esto, Hendrick no pudo contenerse. Sucedió tan deprisa que sólo se alcanzó a percibir al hombre aquél tirado en el suelo con un gran golpe en la cara y a Hendrick sobre él que no paraba de golpearlo.

A partir de ahí, las cosas se complicaron.

Los demás hombres agarraron a los cinco. Él que quitó a Hendrick de encima del que parecía ser el jefe, lo golpeó con el costado de su arma con una fuerza tan brutal que el chico quedó inconsciente en el suelo. Cielo gritó horrorizada pero no pudo acercarse pues otro hombre encapuchado la había sujetado desde atrás.

Irene forcejeaba entre gritos, maldiciones, patadas y puñetazos con otros dos que la trataban de la misma forma. Le habían arrebatado al koala y lo habían arrojado al suelo con fuerza. Irene se molestó de sobremanera y luchaba por zafarse, no tanto por ella si no para recuperar al mamífero.

Por su lado, Damián también luchaba por soltarse del agarre de otros tres que parecían divertirse con la situación pues no hacían uso de sus armas. Cielo no se resistió, sus mejillas estaban empapadas de lágrimas y no dejaba de suplicar que los dejara marchar y no les hicieran daño.

Ximena se mantuvo quieta, no quiso resistirse puesto que sólo gastaría sus fuerzas cuándo las podía ocupar más adelante para poder escapar, y ademas estaba aterrada, todo hay que decirlo. La situación había desatado demasiados malos recuerdos en su cabeza. 

Entre la oscuridad, alcanzó a ver con impotencia como Irene no dejaba de lanzar patadas al aire y gritar un sinfín de obscenidades, vio como Cielo lloraba, como Damián luchaba con todas sus fuerzas y como Hendrick estaba inocente en el suelo con la herida de cuando lo atropelló, abierta y soltando sangre.

Pero cuando Ximena regresó la mirada a Irene y vio como las agresiones de los hombres subían de tono, intentó soltarse impulsada por la necesidad de ayudar a su amiga, pero fue inútil. La inmovilizaron con un golpe y la arrojaron dentro una de las camionetas donde no supo más de sus amigos.

El hombre inicial se recuperó del golpe de Hendrick y se colocó frente a Irene. Se acercó con desagrado a la pelirroja y le apretó la cara para obligarla a mirarlo. Ella se negó y seguía sin ceder, aquél hombre le dio una bofetada con furia e Irene quedó atontada por unos segundos.

A Damián también ya lo había dejado inconsciente en el pasto. Ximena y Cielo fueron encerradas en el vehículo amenazadas con más de tres armas.

No paso mucho, cuando aquél repugnante viejo se quitó la capucha e Irene pudo ver a su agresor. Le resultó asqueroso y tiró más patadas con la intención de golpearlo hasta el cansancio.

El cabello pelirrojo de Irene estaba revuelto y su rostro se había tornado rojizo por el coraje. Uno de los hombres que la sujetaban la tomó de las piernas para impedir las patadas pero ella siguió dando guerra sin la mínima intención de ceder.

Cuando el hombre se acercó a Irene, le habló con un aliento desagradable pero ella estaba sujetada por los otros dos y aunque lo intentaba no podía alejarlo. El hombre la tomó de la cintura para liberarla de los otros y la pegó contra la camioneta. Sonrió.

Irene reaccionó ante este cambio. Le escupió en la cara con las ya pocas fuerzas con las que disponía y soltó una sonrisa hipócrita. Estaba agotada por luchar tanto pero seguía dispuesta a oponerse. Aquél hombre enfureció y decidió desquitarse; arrancó con ferocidad el abrigo de la pelirroja. Abajo traía una blusa de tirantes.

Ante este reciente ataque, sus fuerzas se reanimaron y se soltó de una mano para darle un puñetazo en la cara mientras se exaltaba de nuevo.

―¡Suéltame hijo de tu reputisima madre! ¡Púdrete cabron de mierda! ¡Suéltame! ―bramó atacándolo de todas las maneras en que sus limitadas fuerzas le permitían.

Aquél hombre soltó su arma y apretó el cuello de Irene con tanta fuerza que ésta se vio obligada a quedarse quieta por la falta de oxígeno, pero no le pidió que se detuviera, a esas alturas estaba decidida a mantener su orgullo y si la mataba, moriría con dignidad.

Su atacante, aprovechando la oportunidad, de un jalón le arrancó la bruza y dejó a la vista un brasier negro con encaje. Irene desvió la vista y sus ojos se cubrieron de lágrimas, más por la rabia que por el miedo. Posó su mirada en el Koala, al parecer estaba despierto y también la observaba con ojos tristes, como si estuviera consiente de que necesitaba ayuda.

Irene temió que lo fueran abandonar a su suerte en aquél lugar, o peor aún, lo mataran. Temió que ella no pudiera defenderlo y se molestó consigo misma por no poder cuidarlo si aquellos hombres se la llevaban. En aquél momento temió que le hicieran daño al koala.

Su piel se comenzó a poner morada y su vista se tornó borrosa.

De pronto, sintió una insoportable sensación de calor al frente, la fuerza en su cuello se liberó y ya no sintió al hombre impidiendo su movimiento. Sin embargo, se desmayó, con un único pensamiento en su cabeza: El koala.

*****♡*****

Ximena tenía los ojos cubiertos de lágrimas y sujetaba la cabeza de Irene en su regazo con sumo cuidado. Le acercó un algodón con alcohol a la nariz y le acarició con cariño el cabello. Ya llevaba haciendo esto por bastante tiempo, Ximena se había encargado de colocarle nuevamente la blusa, por fortuna el hombre no había alcanzado a hacerle daño.



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Editado: 09.09.2020

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