Cuando los suaves tonos del amanecer se colaron por el pequeño espacio de la cortina abrí los ojos soltando un quejido.
Me dolía la cabeza.
Y sentía tanta sed como para beberme el océano entero.
Al verme al espejo mis ojos se abrieron sin poder creerlo.
En mi cadera habitaba una pequeña cicatriz, la tenía desde que era niña.
Pero ahora se veía diferente...
Parecía ser más blanca de lo normal, lograba distraer por completo mi atención hacia ella.
Ahogué un grito al rozarla con mis dedos, con el corazón acelerado sentí que los recuerdos de la noche anterior se revolvían en mi cabeza hasta perforar mi subconsciente.
— Que piensas Nerea...
Me hablé a mí misma tratando de respirar profundamente.
No dejaba de ser paranoica, y vine a este lugar por un solo motivo.
Debía entrar al mar.
Me sentía tan insegura por dentro que mis tripas se removían de manera acelerada, y sin poder evitarlo mojé mi rostro tratando de lavar mis pensamientos con el agua.
Cuando me di cuenta que sería algo casi imposible, envolví mi cuerpo en una camiseta con la Acrópolis y salí a la pequeña terraza sintiendo el aroma al mar inundar mis fosas nasales.
Me apoyé en el borde del cristal tratando de impregnar mis pensamientos de la paz que deberían sentir.
Pero era imposible volver a pensar en...
Esa voz.
Volvía a mí cabeza tantas veces...
Y el recuerdo de unos ojos azules vagaba en mis pensamientos.
¿Por qué soy así?
Sentí que mis mejillas se calentaban y que el aire se volvía pesado.
Fue entonces cuando lo sentí, nuevamente.
Alguien me observaba.
Abrí los ojos buscando la sensación que me quemaba por dentro y el único lugar del que no pude apartar mi mirada fue del mar.
No entendía cómo ni por qué el mar me llamaba.
Pero estaba segura de que mis paranoias ya estaban saliéndose de mi propio control, y mientras más tiempo me tomara en enfrentar mis miedos, más grandes se volverían en mi mente.
Aparté la mirada entonces y decidí que era un buen momento para ingerir algo estable.
Ya llamaría a mi madre para ponerla al día mientras desayunaba.
(...)
Habían pasado unas cuantas horas desde que decidí trasladarme a una tumbona en la playa, donde ahora me encontraba leyendo un libro.
Mi madre había hecho miles de preguntas y terminó haciéndome sonreír mientras me comía una tostada con queso de Milo y aceitunas.
Al final había logrado sacarme de mis pensamientos, y minutos más tarde las chicas escribieron por el grupo preocupadas por mi y quedaron en venir a la playa.
El sonido de las olas rompía el silencio deleitando con su salado olor.
Parecía estar tranquila, cuando realmente mi corazón estaba tan acelerado que si me movía un poco temblaría.
Los dedos de mis pies se encogían ante el chocar de las olas.
Las personas llegaban a la costa cada vez más, en su mayoría grupos de familias que parecían ser extranjeros.
Detuve mi lectura cuando sentí que mi piel se erizaba y ese sentimiento me envolvía nuevamente.
Observada.
Levanté mi mirada nuevamente, sintiendo que algo me quemaba desde algún lugar del mar.
Esto ya no era para nada normal.
Y Delia; mi terapeuta, me advirtió que esto podría llegar a pasar mientras más tiempo tardara en enfrentarlo.
Cerré el libro de golpe y me puse de pie dejando caer el pareo en el que me había engullido.
Mi piel brilló al instante y el bañador blanco que cargaba se ajustó a mi cuerpo.
Era raro que tenía trajes de baño, pero realmente jamás los utilizaba.
Respiré profundo y me giré justo al instante en el que la rubia risueña venía corriendo en bikini con miles de cosas en sus brazos.
— ¡Buen día!
Pasaba corriendo y saludando a todo el que se encontraba y no pude evitar reírme.
Y más atrás con una cara de pocos amigos venía Laia tratando de ignorar a la cabra loca que era Daphne.
Cuando se acercaron hacia mí las dos sonrieron amablemente Daphne dejó caer todo lo que llevaba en sus brazos.
— ¡Pero mira nada más!
Me envolvió en un abrazo tan fuerte que casi nos caemos y no pude evitar reírme a carcajadas.
— Disculpa sus modales Nerea, a ella la resaca le causa un efecto completamente diferente...
Negué al ver como Daphne fulminaba a Laia con la mirada.
— Ya creo que la conozco lo suficiente para darme cuenta.
Dije mientras que una sonrisa adornaba el rostro de Daphne.
Las dos acercaron unas tumbonas y las pusieron junto a la mía.
— Anoche me dejaste completamente preocupada, ¿Dormiste bien?
Preguntó Laia con cautela.
Daphne comenzaba a aplicarse un bronceador y a observarme también con preocupación.
— Sí, solo fue...
Moví mi cabeza tratando de buscar las palabras correctas.
— Es normal en mí.
Resoplé aligerando nuestro ambiente y ellas asintieron.
— Sabes que aunque solo tengamos unas veinticuatro horas de habernos conocido, cuentas con nosotras.
Laia me dio un apretón en el hombro y yo asentí.
Sabía que eran sinceras, y me agradaron desde el primer instante.
Eran risueñas, amables y atentas.
Tal vez amistades que muy pocas veces uno logre encontrar.
Porque realmente las empezaba a ver como dos amigas.
— Bueno, ¿Les gustaría mojarse el cuerpo un poquillo o tomarán el sol?
La pregunta de Daphne erizó mi piel.
Vamos Nerea.
Sentí que mis labios se resecaban de pronto y yo negué rápidamente.
— Yo ahorita me acerco un poco...
Dije en un murmullo.
Laia me sonrió, sabiendo que lo que había dicho anoche era real para mí.
Y con una mirada cargada de compresión esperó que Daphne se fuera para hablar.
— Si llegas a querer hacerlo de verdad, sabes que no te pasará nada con nosotras.
Y sus palabras fueron reales para mí.
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Editado: 06.11.2024