Sentí un escozor recorrer todo mi cuerpo.
«Poseidón...»
De pronto todos los momentos de la noche anterior llegaban a mi pensamientos.
«Eres perfecta...»
Al abrir los ojos una sonrisa reposaba en mis labios.
Me sentía tan completa y feliz...
Por un instante presentí que me amaba de verdad, sus palabras, sus caricias, simplemente él...
Éramos uno.
Estiré mi cuerpo girándome finalmente, para encontrar una cama vacía...
Sentí una punzada en lo más profundo de mi corazón y mi cuerpo perdió el calor de manera inmediata.
¿Se había ido y me había dejado sola?
Eso solo podía significar una cosa.
Ya la noche se había acabado.
Un jadeo se escapó de mis labios al ver toda la habitación y saber que él no se encontraba.
¿Había hecho algo malo la noche anterior?
Mi cuerpo tembló ante el sentimiento de vacío que se expandió en mi interior.
No seas tonta, Nerea.
De pronto me encontraba en su cama fantaseando en burbujas del amor...
Cuando el mensaje siempre estuvo claro.
No pasaría nada más.
No éramos ni seríamos nada más.
Me puse de pie y mi cuerpo temblaba, sentía una bomba recorrer mis entrañas, y sabía que las lágrimas estaban intentando con todas sus fuerzas no salir...
Sentí que estaba a nada de derrumbarme.
Qué ilusa eres Nerea...
Una parte de mi tenía la leve esperanza de algo.
Algo imposible.
Golpeé mi frente llamándome a la realidad, y sin siquiera querer emitir un sonido alguno tomé la sábana y cubrí mi cuerpo, no sin antes dejar sobre la cama la tiara que había estado en mi cabeza la noche anterior.
Al salir de la habitación mis lágrimas quemaron mi piel.
Respiré profundamente, y corrí a la que se suponía alguna vez mi habitación.
Allí tomé el primer vestido y sin siquiera ver lo que me rodeaba, huí de aquel lugar celestial.
El lugar que ahora mismo se sumía en un silencio aterrador.
Todos esperaban que me marchara, claro estaba...
Al llegar a las puertas, éstas se abrieron ante mí, y por un instante sentí que mi alma se rompía en miles de pedazos.
Hasta nunca, Poseidón.
Atravesé el mar con todas mis fuerzas y cuando el sol me dio de lleno sabía que lo que recorría mi cara no era el agua, porque miles de lágrimas caían sin poder retenerlas.
Ni siquiera me detuve en la arena, tan solo corrí tanto como mis temblorosas piernas me lo permitieron.
Y pensar que la última vez que estuvimos en esa misma arena...
Reprimí un jadeo y seguí corriendo.
Ignoré las miradas de las personas en el hotel y al llegar a la habitación solo pude abrir la maleta y tirar absolutamente todo sin pensarlo.
Me arranqué el vestido que cargaba y lo tiré en el cesto de basura más cercano.
De pronto un escalofrío recorrió mi piel desde lo más profundo de mis entrañas.
Cubrí mi cuerpo con un chándal y me coloqué unas gafas que escondieran mis ojos enrojecidos.
Cuando el taxi estuvo frente a mí sentí que un fuego me quemaba.
Observé por última vez el hotel y mi corazón volvió a romperse un poco más.
Estaba a punto de meterme en el auto cuando una voz reconocida llegó a mis oídos.
— ¿Nerea?
Pero al mismísimo instante mi cuerpo se tensó y sin siquiera pensarlo me metí en el auto observando la confusión que habitaba en el rostro de las que alguna vez fueron mis amigas en este eterno viaje.
Algún día me perdonarían por no dejar una simple explicación.
A los segundos escuché el teléfono olvidado en mi bolsa de viaje sonar.
Los nombres de Daphne y Laia aparecieron en la pantalla.
Lo único que pude hacer fue apagarlo.
Por ahora era lo único que necesitaba.
Correr tan lejos como pudiera, donde los fantasmas no me alcanzaran...
Donde pudiese gritar mi tristeza a los cuatro vientos y él jamás me escuchara.
— Señorita, ¿A dónde vamos?
Noté entonces que jamás había indicado una dirección.
— Tan lejos como pueda...
Mi voz sonó tan rota que en otra circunstancia no hubiese podido reconocerme jamás.
— ¿Señorita?
Sentí que el auto se detenía y la mirada empática del hombre me recibió.
— Lléveme al aeropuerto, por favor.
El señor me observaba con melancolía y por un instante supe que sintió lástima de mi.
Ya todo me daba igual.
Abrí la ventanilla y vislumbré como el azul de la costa quedaba atrás...
Por un instante quise que me escuchara, que sintiera alguna vez la cuarta parte de lo que sentía yo desde aquel instante.
Cumplí con mi palabra, Poseidón.
Me alejé de tí.
El aroma al mar me dio de lleno y un sollozo se escapó de mis labios.
Me rompí sin poder aguantarlo.
Y sentí que mi interior ardía lentamente, mis ojos no podían mantenerse abiertos.
Cuando el taxi se detuvo en el aeropuerto mis ojos estaban tan hinchados que agradecí cargar lentes.
Mis manos temblaban, y al otro lado el señor esperaba con mi maleta, cuando le di el dinero tomó mi mano entre la suyas y observé su cara con arrugas al observarme con sentimiento y comprensión.
— Ahora nada debe tener sentido para usted, pero el día que decida volver verá que no todo es como parece...
Mi corazón latió tan fuerte con sus palabras que no supe qué decir.
Parecía la voz de la sabiduría.
Me regaló la sonrisa más amable que jamás pude ver.
— Aquí la esperaré entonces, y ese día si lo aceptaré.
Y dejándome completamente congelada subió al auto y se marchó.
Inhalé profundamente.
La cabeza me dolía de tanto pensar.
Ahora mismo siquiera tenía neuronas para procesar lo que aquel hombre me había dicho.
Parecía hacer todo de manera automática.
Y cuando llamaron y me encontré abrochando el cinturón del avión solo pude suspirar de manera entrecortada al ver el mar a lo lejos.
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Editado: 06.11.2024