Neverland

Capítulo uno: Sueños

Braedan caminaba por el sendero que llevaba a la cima del risco, y a su paso iba acariciando las cortezas de los árboles que lo rodeaban. Flores de distintos tamaños y colores adornaban sus superficies, creciendo desde la raíz y sobreponiéndose las unas a las otras hasta la mitad de los troncos.

El camino se abrió, y Braedan pudo ver el resplandor del cielo ante él. Repentinamente, una figura captó su atención; un chico se encontraba en la cúspide del risco, de espalda a él, aparentemente contemplando la vista. Una ramita se quebró a los pies de Braedan, y el chico se volteó. Tenía el cabello rubio, casi platinado, el cual se arremolinaba en diferentes ondas. Lo observó impasible con unos brillantes ojos azules.

—Han pasado muchas Lunas… —dijo el chico mostrando una pequeña sonrisa—. Ya comenzaba a extrañarte, Dan.

—¡Braedan! —dijo otra voz a lo lejos, y Braedan se volteó para ver su procedencia—. ¡Braedan!

El aludido observó nuevamente al chico rubio, que le sonreía de medio lado. Notó que sus labios no se movieron cuando lo volvió a escuchar:

—¡Braedan!

Despertó de un golpe. Yacía sentado y desconcertado en su cama, con la respiración agitada. Loona, su gato, se removió molesto a sus pies y continuó durmiendo. La luz del pasillo entraba a su habitación por la puerta abierta, y cuando sus somnolientos ojos se acostumbraron al contraste, notó que en su umbral se encontraba una robusta silueta. Era Tristán, su hermano mayor, quien reposaba su peso en el marco de la puerta, de brazos cruzados y mirada seria.

—Es la tercera vez que te llamo —le dijo mientras apartaba su cuerpo de la moldura. Podía ver la silueta de sus anchos hombros ante la luz que le llegaba por detrás. Tristán, a sus veinticuatro años, había superado a la media en lo que respecta a la altura y musculatura, cosa que hasta hace un tiempo había sido motivo de envidia de parte de Braedan—. Levántate, ya estoy por marcharme.

Braedan se volteó para mirar el reloj que se hallaba en su velador, desde donde finas líneas de luces led le indicaban la hora.

—¿No podías encontrar una mejor hora? —gruñó Braedan, cubriéndose el rostro con un almohadón en señal de protesta—, apenas son las ocho y media.

—Hora más que razonable —respondió su hermano ignorando su queja, y procedió a prender la luz—. Además, así te vas acostumbrando tu nuevo horario, recuerda que mañana vuelves a clases. Así que vamos, levántate y vístete. No te pienso llamar una cuarta vez.

Tristán estaba empleando el tono de voz que utilizaba cuando quería demostrar que era el adulto a cargo. Desde que Braedan podía recordar, Tristán se había hecho responsable por él. Claro que hubo un tiempo, después de la muerte de sus padres, en que habían vivido con su tío lejano, pero aun así Tristán era quien parecía tener el control. De hecho, apenas consiguió un trabajo estable, y cumplió con la edad necesaria para poder cobrar su casa como herencia, se independizó y se fue a vivir a esta, llevándose a Braedan con él, cuando este tan solo tenía diez años.

Ahora Braedan ya tenía diecisiete años, la misma edad que tenía Tristán cuando tomó aquella decisión, pero aún así, no se sentía ni la mitad de maduro de lo que su hermano había demostrado ser en aquel entonces.

—Bueeeeno —respondió Braedan resignado. Sabía que no podía entrar en discusión cuando Tristán adoptaba ese tono de adulto a cargo—, bajo en…

—Ahora —lo cortó Tristán.

***

Mientras Braedan bajaba por las escaleras pudo ver cómo casi la totalidad de la encimera y los muebles de la cocina estaban atiborrados por bolsas plásticas llenas de mercadería del supermercado.

Aquella escena ya era familiar para Braedan; Tristán trabajaba a las afueras de la ciudad, como supervisor en diferentes proyectos de construcción. Dada su jornada laboral, a veces estaba semanas enteras en casa, pero también había otras en donde tras el comienzo de un nuevo proyecto, debía viajar y dejarlo solo, o bueno, casi solo de no ser por Loona.

—Sé que serán solo dos semanas —dijo su hermano apoyado en la isla de la cocina mientras parecía buscar algo dentro de las bolsas—, pero aún así he hecho las compras para todo el mes. La mayoría son productos congelados y precocinados. Así no vuelves a provocar un amago de incendio.

—Oye —respondió Braedan ofendido—, no es culpa mía que los fideos no traigan una precaución de inflamable.



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En el texto hay: fantasia, gay, lgbt

Editado: 12.08.2018

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