Aún no me acostumbro a ver mis alas, eran lo suficientemente grandes como para cubrir mi cuerpo entero y aún más. Blancas y prominentes, sentía que deslumbraba a todos los que las veían.
Cada uno de nosotros tiene sus propias alas, se nos las dió otorgadas cuando pisamos el cielo, pero no a todos, eran solo aquellos que eran guardianes y demás ángeles que podrían estar en el plano físico, como los arcángeles, querubines, entre otros. Supongo que era nuestro destino.
Suspiré eran tantas cosas las que aprendí y tantas cosas que aún faltan, porque tengo esa certeza de que hay más. Mucho más.
— Mierda. —dijo Henry cuando el tercer amigo no le contestó la llamada. Veía la desesperación del adolecente, se estaba haciendo de noche y aún no conseguía un lugar para quedarse.
Era tan orgulloso que se limitó a guardar el telefono y pedir un café en un local de comída rápida. Iba ser demasiado larga esa noche.
— Pero que pares de amigos tienes, Henry —le dije, sentándome frente a él con también un café en mis manos.
El miraba a la nada misma, sabía que muy en el fondo estaba asustado, siempre lo estaba pero él no lo podría admitir ni aunque quisiera.
Entonces le dije — Tranquilo, todo estará bien. No te preocupes — y el aceptó el pensamiento y así también el sentimiento de tranquilidad.
Podíamos enviar pensamientos y algunas emociones, solo y cuando los humanos lo aceptaban, era una especialidad requerida para cualquier caso.
Revisaba su teléfono, con la esperanza de alguien lo llamase. Pero no pasó esa noche.
Cuando pasaron las doce, cuando aquel local ya estaba por cerrar le pidieron amablemente que se marchara y lo hizo sin problemas, en silencio. Susurraba lugares en donde podía estar, pero no tenía ni siquiera dinero para entrar. Era un triste sábado para el.
Llegó a la plaza conocida, y estaba desolada. Era muy peligroso para cualquiera. Pero él no tenía remedio, debía quedarse allí a pasar la noche.
Y yo, como no podía hacer nada, lo acepté. Aunque un poco disgustada, con sus amigos y su padre. Se fue a un lugar poco iluminada, pero no en su totalidad y se sentó en una fría banca, yo lo hice junto a el.
— Sabes, yo pasé por una situación parecida a la tuya, pero terminó peor. —comenté de la nada, el ni siquiera se inmutó. El horrible momento me inundó.
Mis lagrimas no se contuvieron, estaban detrás del cristal, ella estaba con él mientras que yo estaba pasando un mal momento y la necesitaba, era una traición demasiado dolorosa. Por parte de los dos.
No había ningún primo, los conocía y aquellos chicos que veía no se acercaban ni un poquito a ellos, en un momento a otro estaba apoyada en la pared debajo de la ventana, mirando la calle, realmente estaba destruida.
No podía pensar en nada más que las personas que amaba estaban allí, divirtiéndose sin mi y de mi. Escuché la ventana abrirse y el sonido del encendedor, alguien se había acercado a fumar.
— Está mal. —lo escuché decir, conocía esa voz sin siquiera dudarlo, ahí estaba mi novio.
— Lo sé. —habló Charlotte, mi mejor amiga. —Pero nunca va a saberlo, lo sabes. No le dimos razones.
Y el sonido del beso que se dieron hizo eco en mi mente y mi corazón, eso terminó de romperme.
Henry sacó algo para abrigarse, y una pequeña manta. En las ultimas horas había bajado la temperatura, y sí hacía bastante frío.
Entonces pasadas las dos de la noche, abrazó su mochila y se dispuso a dormir. Yo solo observaba a su lado, sentada en el suelo, tenía la cabeza de Henry a mi lado y pude observarlo mejor, tenía pestañas espesas y el cabello castaño claro.
Me recordaba a...
Escuché pasos, olvidé mis pensamientos y me puse alerta, mis oídos estaban bastante desarrollados, podía escuchar mucho más. Sin dudarlo me levanté y rodee la banca, caminaba a su alrededor, Henry emitía una tranquila respiración.
Un hombre, con pintas desarregladas y aspecto oscuro venía acercándose a la distancia. A su lado venían otros dos, y justo detrás de esos tres hombres venían demonios, eran cinco en su totalidad.
Dos de ellos parecían humanos pero no en su totalidad, no tenían ojos pero veían, sus bocas estaban levemente abiertas pero no hablaban y los restantes eran unos monstruos, la maldad que trasmitían iban directos a los tres hombres.
Retrocedí hasta llegar a Henry, protegiéndolo aún más.
En el momento que iba sacar la espada, mi mano accidentalmente rosó su rostro. Haciéndolo despertar asustado.
Lo miré, no fue intencional pero despertó en el momento perfecto. Debía correr.
— ¡Vamos, Henry! Levántate y corre. —le dije mirando en la dirección de los hombres, no podía perderles de vista. Le envié una señal de alerta, y la aceptó al no estar del todo consciente. — ¡Apúrate! Mierda no es el momento de estirarse sólo corre.