Escuché a uno de los guardias llamándome, mi cabeza parecía ser atravesada con espadas por completo y me sentía como si una multitud me hubiera arrollado. De a poco abría los ojos y trataba de levantarme.
Una vez con los ojos abiertos llegué a notar que estaba en un cuarto totalmente blanco -como si estuviera en la nada misma- y que uno de los custodios era el mismo que me había encontrado en la parte de aquella ángel, el mismo que me había pedido el bolso y que ahora me haría mi existencia el infierno.
—Despertaste, bello durmiente —voceó en burla—. Apresúrate, debemos irnos.
Deduje el apuro y expresé con notorio desdén: —¿Vamos a la tan famosa Corte de los Ángeles?
Él asintió sin decir palabra alguna, hizo un gesto señalando que debíamos irnos. Obedecí, ¿tenía opción? Lo dudo.
Alzándonos al aire emprendiendo vuelo al lugar del juicio; mientras nos acercábamos podía ver algo similar a un templo, afín al de los arcaicos griegos pero éste permanecía impecable -seguro hechos de mármol blanco y nacarado- sin grietas o marcas que expusieran su antigüedad.
Al llegar pude ver varios ángeles, entre más no aproximábamos reconocí a siete de ellos; eran los príncipes del Reino: los siete arcángeles. De pronto notaron nuestra presencia o mejor dicho la mía. Podía decir que ninguno de ellos superaba los cuarenta -si se tenían que encargar del Reino no podían ser ancianos- pero tampoco eran niños.
Mi custodio me llevó a ellos e hizo una reverencia ante los príncipes.
—Gracias, Finnian —expresó uno de ellos, juraría que era Miguel—. Puedes retirarte —ordenó y el guardia acató el mandato—, así que —indagaba observándome de pies a cabeza—... ¿tú eres Jenner?
Afirmé con la cabeza, estaba un tanto nervioso pero eso no me impedía que lanzara una sonrisa ganadora. Al final sería yo quién reiría por último.
—Seguro ya nos conoces muy bien. Por algo hurtaste nuestros cetros —voceó echándome una mirada de menosprecio—, ellos son: Gabriel, Rafael, Uriel, Jofiel, Chamuel, Zadkiel y yo soy Miguel —con su dedo índice señaló a cada uno de ellos hasta llegar a sí mismo.
—Supongo que estás al corriente de que lo que hiciste tendrá un castigo, ¿No? —profirió Gabriel acercándose con lentitud hasta quedar a un metro de mí.
Corroboré mirándolo a los ojos; los otros se iban acercando a mí dejándome en el medio. El resto de los ángeles allí presentes tomaban nota de todo lo que se decía.
—Pero queremos saber algo más ¿Eres el único imputado o tienes algún cómplice? —interrogó Rafael cruzando sus brazos observando mi expresión.
—No —un eco acompañó unánime a lo que había dicho en un hilo de voz. Buscaba medir mis palabras—, todo fue mi idea, trabajé solo en esto.
Me miraron titubeantes. Fue el arcángel Gabriel quién dio un paso al frente y rompió con aquel fastidioso silencio: —Es valiente y honesto de tu parte admitir tu error —pausó y vio a Miguel quién me miraba por encima del hombro— Vamos a hablarlo. Hermanos, acompáñenme.
Se alejaron de mí por unos minutos, murmuraban bastante y ni yo ni los demás ángeles sabían qué decían. Desconocía si era para ver cuál era mi condena o pensar si lo que les había dicho era convincente. Cualquiera de las opciones tendría el mismo final.
En un momento hicieron una seña para que me acercara a ellos, podía ser bueno como también malo lo que me dirían; por si acaso estaba preparado psicológicamente para alguna de ellas.
Fue Miguel quién habló:
—Hemos llegado al hecho de que quieras enmendar tus acciones es un gesto de humanidad por lo cual tu castigo no será el exilio del cielo al infierno pero eso no quiere decir que no tendrás otro castigo menos severo pero tienes que elegir —me miró sin expresión alguna—: entre ser un ángel o un demonio. Es «tu» decisión.
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Editado: 01.10.2022