Ni Tan Perra, Ni Tan Santa

Capítulo veintiuno:

Un te amo merece ser recompensado. Un te amo merece otro a cambio.

 

Por cualquier ángulo que se le mire parezco una vil delincuente entrando a robar a su propia casa. Asomo nuevamente mi cabeza por la puerta. Uno, dos, tres pasos... — no los cuento realmente—, llego a las escaleras. Confirmada mis sospechas de que no hay nadie, subo con sumo cuidado porque el hecho de que mi abuela no esté en el primer piso no significa que no pueda estar en el segundo. 

Estoy tan cansada que mi plan es llegar a mi habitación, tomar una ducha y acostarme a dormir.  Cuando hago todo lo planeado no dudo en reposar mi cuerpo de la cama esperando descansar por unas cuantas horas para poder rendir en mis clases el día de hoy. Me dispongo a poner la alarma en mi celular para despertarme a tiempo, mas viendo la pantalla se me olvida hasta el mundo y solo me concentro en la imagen que se me presenta: Evan y yo. La imagen que él mismo tomó, la misma que se encargó de pasar a mi teléfono y poner de protector de pantalla. Nos vemos felices; de hecho, yo estaba feliz y Evan, seguramente, también.

Fue un gran día el de ayer. Si bien es cierto que quería regresar a la ciudad a los minutos de estar rodeada de la cantidad de personas que se encontraban en el lugar, sobretodo de Evan, me hicieron cambiar de parecer. Para nadie ahí saber que era mi cumpleaños fue una gran fiesta la que tuve, porque la verdad lo disfruté mucho. 

Luego de echar los globos al aire y de esperar que tomaran una altura considerable un chico empezó a tocar una guitarra y una chica a cantar, la mayoría de las personas se concentraron alrededor de ellos, y otros como Evan y yo preferimos sentarnos con el grupo que contaba chistes e historias de terror porque ellos tenían comida; no nos culpen, en esos casos está bien ser interesado. Después se formó una especie de baile cuando la música empezó a salir de un auto que contaba con sonido; fue divertido bailar con Evan y más divertido aún fue besarlo mientras bailábamos. 

Nada terminó en ese momento, más bien empezó, porque no sé a quién se le ocurrió la brillante idea de hacer un concurso de belleza y menos cómo se me ocurrió entrar a competir. Yo juraba que ganaba, pero cuando me hicieron una pregunta no sé porqué razón pero todo lo que hice fue echarme a reír. Concluyendo, perdí. La derrota me supo amarga, pero la barbacoa que hicieron después y de la que fui parte le supo dulce a mi estómago hambriento y me hizo olvidar todo. 

Horas después, en las que solo me divertí, el sueño llegó. Una pareja de buen corazón decidió prestarnos su carpa para dormir porque ellos se quedarían a ver el amanecer y mientras ellos esperaban que el sol saliera yo todo lo que hice fue escuchar los rápidos latidos del corazón de Evan apenas nos acostamos y reposé mi cabeza de su pecho; ya luego me quedé dormida. Resultó irónico que nos despertamos a eso de las 5 am y logramos ver el amanecer, mas la pareja estaba sumida en un sueño profundo y se perdieron los primeros rayos del sol. 

Acabado todo, encontramos a un señor que no solo estuvo de acuerdo en traernos a Boston, sino que hasta fue con nosotros al lugar donde estaba el auto de Evan y lo trajo a remolque con nosotros dentro de el.

Sonrío, empezando a dormirme.

Me despierto cuando siento la presencia de alguien en la habitación. Aún cuando tengo mis ojos cerrados soy capaz de sentir que me está observando. No quiero abrir mis ojos por temor a que sea un maldito depravado quien se ha colado en mi habitación, pero suelto el aire que no sabía estaba conteniendo cuando los abro y me consigo a quien ni comiendo espinacas como aquel marinero tendría la fuerza para hacerle daño a alguien como lo es Sean. Aunque lo que le negaron en fuerza se lo dieron en una lengua filosa que le gusta hacer daño con cada palabra que pronuncia.

— ¿No se te está haciendo costumbre entrar a mi habitación sin mi consentimiento?— cuestiono, levantándome para ver la hora. Juraba que había dormido por varias, pero el reloj marca que han pasado solo cuarenta y tantos minutos.

Me queda tiempo de sobra antes de que mi primera clase del día comience, pero si me quedo en casa le doy tiempo a mi abuela de que llegue y empiece con el sermón de que hay demasiados peligros en la calle y no estoy para escuchar eso, así que me dirijo al closet en busca de la vestimenta de hoy mientras sigo esperando que el idiota ahora sentado en mi cama responda a mi pregunta.

— Vine ayer a entregarte algo, pero no estabas.

— ¿Y qué será eso?

— Por lo menos podrías mirarme.

Girando sobre mi eje me lo encuentro con una bolsa de regalo extendida hacia a mi. Camino a paso lento para tomarla y cuando saco el contenido me sorprende que en mis manos repose una sencilla pero linda pulsera de plata. 

— Feliz cumpleaños tardío.— me sorprendo cuando me abraza.



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En el texto hay: juventud, desamor, amor

Editado: 05.07.2019

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