Todos los ojos estaban puestos en su Comandante. El silencio era absoluto. Mew esperaba en la plataforma del traslador, ataviado con un pantalón y una capa de materiales rústicos, despojado de su uniforme de la flota interestelar y con su brazalete de castigo ya activado.
El brazalete neutralizaba el poder de cualquier secuencia de ADN de su sistema alienígena que superara la media humana. Aunque aún quedaban vestigios de su naturaleza extraterrestre en algunos mechones púrpuras de su cabello o su piel, extremadamente pálida, ahora era un simple organismo humanoide sin ninguna capacidad extraordinaria.
El pequeño ser gris que le había llevado la comida, estaba parado cerca de la plataforma y emitía un constante sonido chirriante y lastimero que se oía por toda la nave.
Mew lo miró con tristeza.
—Tranquilo, mi querido amigo, quizás volvamos a vernos en un par de rotaciones solares. Nunca se sabe. Lo que no entiendo es...cómo ese capitán de la Ya-U-Guru me descubrió...
—En un vuelo de rutina, captaron el rastro interestelar de tu transportador en la atmósfera y bajaron a inspeccionar.— explicó en voz baja el Comandante Reptiliano— Lo informaron a la Comandancia y luego de eso, no les fue difícil encontrarte en las mentes de aquellos humanos. Te dejaste ver por medio pueblo. La próxima vez, toma precauciones... Aunque debo reconocer que estaremos agradecidos contigo para siempre, por habernos exhonerado de todo. Te echaste la culpa, como lo haces siempre...
—¿Me dejas verlo...por última vez...antes de que el Capitán venga y me envíe al exilio?— rogó Mew en un susurro.
El reptiliano miró las consolas frente a él. Luego miró a un par que estaban cerca suyo: un Gris alto, alférez de primera clase que miraba a Mew casi con idolatría y un Pleyadiano que lo miraba a él con evidente reprobación.
Llevó entonces sus dedos largos y verdes a una pantalla.
— 13- 10- 13- 07...
—Conozco perfectamente, Comandante, cuáles son las coordenadas de...la Tierra...— balbuceó quejoso el Reptiliano, mirando a Mew.
Apenas ingresar los números en el sistema, una imagen en tres dimensiones apareció cerca de Mew. A medida que la imagen proyectada se hacía más clara, el rostro de Mew se llenaba de lágrimas.
Gulf dormía, en su pequeño altillo; tenía la frente sudorosa y parecía moverse nervioso.
—Mi Bebé está teniendo una pesadilla...— susurró Mew ahogando un sollozo.
De golpe la imagen se turbó y desapareció. Mew miró al Reptiliano y luego a la compuerta. Un segundo después, entró al puente el Capitán de la Ya-U-Guru y sólo con una mirada fría ordenó el inicio del procedimiento.
El Reptiliano cargó las coordenadas en el traslador mientras la tripulación en el puente del Apono Astos seguía todo en tenso silencio.
Lo último que se vio del Comandante Mew fueron sus ojos rasgados, cargados de lágrimas. Cuando terminó de desintegrarse, todos miraron hacia la pantalla principal, donde se veía con claridad la imagen de un pequeño asteroide gris helado soltándose de las amarras de la nave triangular.
Sin decir nada, el Capirán activó un dispositivo de su traje platinado. Un segundo después, su nave, la Ya-U-Guru que orbitaba cerca de la Apono Astos, hacía desaparecer al asteroide errante por un agujero negro modificado.
Y antes de ser transportado a su nave, el Comandante miró a todos y dijo solemne:
—Lo hemos enviado a espacio profundo y hemos desactivado el rastreador de su brazalete. Una medida de precaución para que ninguno de ustedes caiga en la tentación de ir a buscar a su Comandante.
Y mirando una última vez a todos, se desintegró del puente, dejando todas las miradas fijas en la pantalla donde antes estaba el asteroide y ahora sólo se veía un vacío oscuro y helado.
El pequeño gris se quitó una de sus botas de gravedad y emitiendo un chirrido ensordecedor se la arrojó al Comandante Reptiliano directo a la cabeza.
—No te enojes conmigo...— dijo el Reptiliano, sin siquiera inmutarse por el golpe— Ese asteroide errante sigue vacío. Por...error... la computadora marcó otras coordenadas...
Todos los ojos buscaron la consola frente al Reptiliano. Y de repente gritos polifónicos y sonidos guturales, todas muestras de alegría, invadieron el puente de la Apono Astos.
13– 10– 13– 07
Las coordenadas de Urantia aún titilaban en la pantalla del traslador.
—Estamos a siete días de la Tierra, a toda potencia, alférez. ¡Vayamos por nuestro Comandante!
— ¡A la orden, Señor!