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—Cuéntame —Louis susurró en medio de un bostezo, enterrado en sábanas de piel que aún olían a sangre. Él olía la sangre, enterrando más su nariz en los pelos cortados para que se enterraran en su piel de príncipe—. Cuéntame la historia, Allyn. Quiero oírla.
Allyn miró al niño con ojos de ángel mirarle desde el nido improvisado que Edwin había hecho, el pobre omega que había caído dormido después de terminar de hacerlo. Se veía cansado y a los ojos de Allyn, Edwin había envejecido tanto que el brillo en sus ojos ya no existía para nada. En cambio, el brillo en los ojos de Louis sólo se hacía más intenso con el paso de los años y el aire cautivante complicaba la convivencia con el niño. A veces las mejillas gordas de Louis le llamaban para ser besadas como cualquier campesino débil que le mirase y pasara mucho tiempo con él hubiera hecho. Pero Allyn había aprendido a apartarse, a recordar el dolor en la mirada de los demás y el placer en los ojos de Louis. Había aprendido, con mucha dificultad, a no caer en el oscuro cielo que prometía un paraíso falso.
Desde el borde del nido de Edwin, suspiró. Louis parpadeó, a la espera de la historia.
—Fue hace mucho tiempo —comenzó a narrar en voz baja—. Una noche fría se acercó de la nada en medio de un día de lluvia. Nacieron un par de ojos azules acompañado de la mitad de su buen ser, consumido y muerto entre las piernas de su madre decaído y casi muriéndose por el desgarre que había dejado el parto. Casi murió por llevar el desastre en su vientre, pero la respiración le volvió a los pulmones cuando el par de ojos azules fue colocado sobre su pecho. Fue lo más bello que nunca había visto, y lo amó tanto que no le importó lo que los demás le dijeron asustado.
Louis sacó el dedo que tenía entre sus labios, apegándose más a Edwin dormido.
—¿Qué le dijeron? —preguntó, aún sabiendo la respuesta—. ¿Qué fue lo que todos le dijeron, Allyn?
—Que se había comido a su hermano en su vientre —Recordó la imagen como si estuviese pasando en ese momento—. Se había comido a su hermano para sólo recibir el amor de su madre él solo. Para ser caprichoso y adorado por los demás.
El príncipe parpadeó adormilado, arrastrando su mano por el nido hasta que encontró la mano de su padre y enredó sus dedos con los de él. Edwin se quejó un poco entre sueños, relajándose por la costumbre de las pesadillas en su cabeza. Allyn miró todo, deseando poder hacer algo más que sólo mirar.
—La madre sigue buscando una obvia explicación —Suspiró, sintiendo una ráfaga fría entrando en sus huesos. La cruel noche haciéndose notar—. Sigue tratando de controlar la oscuridad de un cielo azul, sabiendo que la noche nunca brillará más de lo que ya lo hace. Pidió permiso a la Reina para salir a cazar cada vez que la noche mostrara su luna más grande, y la Reina aceptó sin saber la verdad detrás de ello.
Louis se durmió, Edwin despertando al mismo tiempo y abrigando a su hijo con piel seca de animal. El omega miró a Allyn con ojos hinchados, decaído y sentándose sobre el nido.
—¿Amaneció? —preguntó, centrado en asegurarse que su hijo no sintiera frío bajo las dos mantas sobre él.
Allyn negó, también cansado por la larga mañana que habían tenido. Se había cortado la palma de su pie corriendo tras de él la noche anterior, y a cada hora el dolor parecía incrementarse. Estaba adolorido y fatigado, agradecido porque acabaría todo al amanecer y Edwin y Louis regresarían a su castillo plagado de riquezas que no aprovechaban.
—Por favor, sigue durmiendo —Allyn le pidió a Edwin, que medio sonrió con su mano enterrada en una mata de cabellos castaños—. Mañana te llevaré temprano por tus caballos y podrás irte. No tendrás tiempo de descansar mientras estás a lado de la Reina.
—¿Cuándo puedo descansar, de todas formas? —se burló, encogiéndose del frío. Aun así, no le quitó las dos sábanas innecesarias a Louis—. Clera cada vez se vuelve más difícil de manejar. Cada vez cae más en las garras de Louis —ella dijo, hipócrita a sus palabras cuando Louis los tenía en la punta de su dedo a ambos. Sólo Edwin siendo consciente de lo malo que era eso—. A cada luna creciente, ella se vuelve igual de difícil de convencer. Quiere venir con nosotros.
—Bendita tu alfa por ignorar lo que no debe ser ignorado —Allyn sonrió, complacido cuando Edwin también lo hizo.
—Supongo que estoy en esa lista —susurró afligido—. Parece que sólo soy su omega para adornar su costado. Dejó de amarme hace mucho tiempo. Sus bastardos al otro lado del reino crecen cada día, y ella los visita como si fueran sus hijos legítimos.
—Nosotros hacemos un milagro aquí, gracias a los Dioses —le recordó, serio y sin el estirón a un costado de sus labios. Edwin también dejó de reír, fijándose en su mano sobre los cabellos de Louis y retirándola enseguida—. No hay tiempo en nosotros para hacer bastardos. Estamos durmiendo a la bestia cada día, a cada luna llena. Se hace más débil.
Allyn miró a Louis, que se removió entre el nido, quizá por la falta del toque de su padre. Quizá porque sabía que hablaban de él.
—No hay manera de que pueda tener un bastardo —Edwin cambió de tema, volviendo a encogerse—. Soy un omega dañado que no sirvirá nunca más para lo que fue enviado a este mundo. Lo arruiné. Todo el desastre que está por venir, es sólo mi culpa por ser egoísta.
Allyn no refutó a la verdad, nada más que el suspiro escapando de sus labios cuando las palabras no podían salir. Edwin tampoco lo decía por compasión, porque sus lágrimas derramadas cada día eran la cuenta que nunca terminaría de pagar.
—Un omega no sólo es traído al mundo a tener vida —Allyn recitó, aliviado de tener habla ante el frío en sus labios y en la situación—. Un omega es un ser de fuerza. Es valiente y protector. Da el mundo por sus hijos.
—Yo di el mundo, Allyn —le recordó, pobre omega encorvado por los años de pesar en su cabeza y corazón—. Di el mundo por un hijo.