Kerma deseaba morirse tanto como deseaba volver a ser sostenida por su madre, que su padre le sonriera desde un extremo y contara un chiste tan malo que solo Harry reía... Y quería regañar a Harry, abrazar a su hermanito y no haber sido tan seca con él. Pero estaba sola en la vida con Izzy, que lloraba por las noches por no tener sus sábanas marcadas con el olor de mami y papi, por no tener a Harry acariciándole la frente para que durmiera sin pesadillas. Kerma no lloraba, sin embargo, le faltaba poco para hacerlo. La penúltima vez que había llorado había sido en el nacimiento de Izack y Harry, y el siguiente había sido cuando la piel se le heló de la nada cuando veía a Izack jugando con los demás niños en el río. Él también había sentido algo, porque corrió hacia el regazo de Kerma y chupó sus dedos mojados pidiendo ser llevado a casa de regreso. Cuando llegaron, a Kerma se le resbaló a Izack de las manos, que cayó paró y más pálido de lo que ya era.
Kerma lloró como nunca antes lo había hecho; llena de gritos y sollozos que le sacudían la piel, arrodillada desde la entrada de la casa, dejando que Izack se aferrara al cuerpo de su madre y padre con turnos. Por los gritos de Kerma fue que los encontraron, e Izack tuvo que ser jalado por varios para separarlo de sus padres. Kerma, por su parte, se dejó llevar con calma por la mano hasta que la metieron en una cabaña desconocida. La anciana apareció después, tan sorprendida y mucho más arrugada que no dijo nada cuando los encontró dentro de su cabaña. Se la pasó frente al fuego, rezando en la lengua de la tribu que pocos usaban, y Kerma pudo entender una sola palabra de todo lo que hablaba; vofugaé. Sucedió.
Cuando Kerma se levantó en medio de la madrugada; cuando la luna todavía no se iba y el sol no aparecía del todo, la anciana ya no estaba e Izack seguía dormido en un ovillo debajo de mantas que había sobre el nido de la anciana, aún con lágrimas en sus ojos. Kerma se levantó sin pensarlo más, ignorando los ojos de los demás sobre su espalda y adentrándose al bosque. Le ardían los ojos y la cabeza le pesaba, las manos las tenía tan frías que cuando rozó su pierna se le erizó el resto de su cuerpo. Se quedó sentada, parpadeando a los árboles pocos alumbrados por la luz de los asomos del Sol y esperando a que por un milagro de los Dioses Harry apareciera entre los arbustos como lo había hecho una mañana atrás.
En su lugar, un omega de cabello castaño un poco largo y labios sobresalientes se sentó a su lado en silencio, sin mirar a Kerma en el proceso.
—¿Sabías que las montañas de tierra son árboles antiguos? —susurró de repente, arañándose el cabello y alzando sus cejas tupidas hacia la montaña cubierta de montes que se veía al horizonte—. Antes los Dioses vagaban por aquí, sembraban árboles para asegurarse que nuestros primeros pares de ancestros tuvieran de dónde alimentarse. Luego, por supuesto, tuvieron que cortar los árboles porque querían que los primeros ancestros supieran que eran inferiores a ellos, teniendo así un tamaño tan pequeño que se dice que uno de los Dioses pisó al primer ancestro después de crearlo sin darse cuenta. —Él rió, pero Kerma seguía fija con la mirada a los árboles, queriendo ver a Harry con su sonrisa deslumbrante hacia ella.
Él, por su parte, por fin miró a Kerma a la cara y se arrastró más cerca.
—Las montañas de tierra —dijo con un tono de esperanza— son árboles petrificados.
Kerma suspiró, también viéndole.
—Ya lo sé —dijo, sonando ronca y más enojada de lo que esperaba—. Ya lo dijiste.
—Entonces —prosiguió extrañado—, ¿por qué no estás riendo?
Pero Kerma no contestó, temiendo gritarle y descargar todo el odio que sentía en su corazón sobre él. Así que volvió a mirar a los arbustos, suspirando y enredado sus manos temblorosas sobre su regazo. Él también dirigió la mirada hacia el bosque, encogiendo sus piernas sobre su pecho y abrazándose las piernas en silencio. Kerma quería pedirle que se marchara para tal vez volver a llorar por sus padres, sin embargo, recordó la escena con miedo y no sintió la misma sensación que había sentido cuando había cruzado la entrada de la casa. Solo se sentía vacía y enfadada.
—Los Dioses no anduvieron por estas tierras —Kerma susurró al poco tiempo de su silencio, casi sin darse cuenta—. Fue sólo un Dios. El Dios de la vida.
Él quedó en silencio esa vez, girándose a Kerma con el rostro pasmado en sorpresa.
—¿Cómo lo sabes? —Se acercó mucho más, con sus ojos abiertos en par y sus mejillas sonrojadas—. ¿Quién te lo contó? ¿Es una leyenda? Fue en la fogata, ¿verdad? ¿Verdad?
Kerma no le respondió, encogiéndose de hombros y sonriendo de lado por la decepción en el rostro del chico. No duró demasiado, porque el chico dejó de verse interesado en el tema y miró a Kerma de la misma manera que los demás la habían estado mirando desde que salió llena de lágrimas de la casa de su padre y madre, muertos.
—Tenemos que regresar —Él se paró, Kerma imitando su gesto sin razones. Él avanzó, y Kerma notó sus pies descalzos al igual que los pies de su acompañante, que arrastraba su ropa vieja por las piedras.
—¿Por qué me seguiste? —Él no se detuvo, y la respuesta que Kerma quería fue respondida cuando se acercaron a la tribu.
—La anciana me dijo que tenía que venir a buscarte —contestó mirándola de reojo—. Dijo que debía hacerlo o correrías delante de la montaña a buscar a Harry. Dijo que lo vio en el humo, en el fuego y en sus sueños.
—Mentira. Ella no durmió en la noche —Kerma volvía a sentirse enojada, pero dudaba de si hubiera regresado a la tribu si él no hubiera estado a su lado.
Él se detuvo de golpe, frente a la casa donde Kerma había crecido, rodeada de los demás miembros de la tribu que agachaban sus cabezas y rezaban entre dientes. Kerma no quería estar allí, pero él le sostuvo la mano temblorosa y le sonrió cuando Kerma se enderezó para verle el rostro. Sus ojos cafés brillaron bajo los rayos del sol y la alfa se sintió en calma, como si su pecho fuera vaciado por todo lo que la estaba ahogando por dentro.