Caía la noche en Londres, el cielo plomizo y gris de la gran ciudad entornaba las tinieblas. Se podían intuir las primeras luces dentro de las casas y las farolas se encendían como estrellas urbanas. Una mujer suspiró con fuerza moviendo en círculos el vaso de cristal que tenía en sus manos, no se encontraba muy limpio y contenía un amargo Whisky, barato y de muy baja calidad. No tenía hielo, por lo cual aquella bebida le sabía a puro veneno, pero necesitaba un trago que pudiera animarla.
Necesitaba algo que calmara su excitación.
Camelia se alejó de la ventana para sentarse en la cama. Las sábanas desprendían un fuerte olor a sudor ajeno, seguramente no habían sido cambiadas después de haber sido utilizadas por los últimos inquilinos de aquella habitación, el lugar donde se encontraba era una patética excusa de hotel. Lo único que faltaba en aquel tugurio de muerte era higiene, estaba completamente segura de que podría pillar una infección si decidía caminar descalza por aquella sucia alfombra, pero aquello le era indiferente. Le daba absolutamente igual estar donde muchos no se atreverían a siquiera entrar, ella no estaba allí para encontrar placeres, ella tenía en esos instantes otras prioridades y que aquel fuera un paraje infectado donde normalmente las prostitutas atendían sus asuntos, le importaba una verdadera mierda.
Si ella estaba allí, era por la vista.
Desde ese edificio, se podía ver perfectamente la entrada al mundo de los elementales.
Consulto su reloj con nerviosismo, tenía preparándose para este momento quince años... No podía fallar.
Dejó el vaso en la mesita de noche y se encendió un cigarrillo para intentar tranquilizarse en vano. Alargó la mano a su roída mochila y comenzó a buscar su diario. Allí estaba apuntado cada detalle de su investigación. Aquel cuaderno contenía una información muy valiosa y esa misma noche pretendía comprobar que la teoría era viable en la práctica.
Esa noche ella cruzaría la frontera.
Nigromancia, era la rama que había estudiado con pasión desde que había decidido adoptar un objetivo que la sacara del estado de muerto viviente en el cual se había autoimpuesto. No era simplemente conformarse con las predicciones dadas por medio del uso de vísceras de personas o animales muertos. Ella no deseaba pedir nada a los espíritus, tampoco controlarlos o comunicarse con alguno. Pero era cierto que no poseía suficiente información de los textos de su propia gente, los elementales veían mal el estudio de todo lo relacionado con la muerte por temor a cruzar los límites.
Nadie tenía el valor suficiente para romper cualquiera de los Tabúes, pero ella había encontrado una forma de reunir el valor.
Se sumió en los recuerdos pasando distraídamente las páginas de aquel diario. Era una tontería repasar otra vez su plan cuando ya lo tenía más que memorizado. Sus manos temblaban, era normal, no era un témpano de hielo, estaba histérica ante lo que haría. Sacudió la ceniza del cigarrillo en la alfombra antes de llevárselo de nuevo a los labios, ¿Qué más daba? Si ya estaba pegajosa de sustancias desconocidas.
Se retiró un mechón rebelde de cabello del rostro y paso otra página de aquel diario que la acompañaba desde hacía tantos años. Una fotografía cayó hasta sus piernas. Camelia hizo a un lado el cuaderno tomando la foto con cariño y mimo, contemplo la imagen con lágrimas en los ojos y dejo que cayeran sin molestarse en limpiarlas. Sus ojos hacía años parecían estar grabados con el dolor, a pesar de todo el tiempo que había pasado, seguía doliéndole igual que el primer día.
No lo había superado.
Había sido criticada, juzgada y humillada, muchas personas en sus mismas circunstancias habían logrado mirar con esfuerzo hacia adelante, y con el tiempo, habían conseguido rehacer sus vidas... Pero ella no podía. No podía mirar al futuro porque en ese futuro, en ese futuro, él no estaba. Su presencia se había apagado repentinamente, y con ello sus ganas de vivir se habían esfumado junto a él y su alma.
Camelia limpio con el dorso de su mano las lágrimas intentando controlar los temblores de su cuerpo, siempre que recordaba el dolor amenazaba con descontrolar su magia y su núcleo y no pensaba perder el control justo ahora. Tenía quince años planeando aquel momento como para estropearlo con un estallido de magia pura en medio centro de Londres.
Soltó una maldición.
Quince años habían pasado desde la batalla a muerte de los elementales contra los nigromantes. Fueron muchas las almas que perdieron la vida en aquella guerra sin sentido dirigida por un idiota con ansias de poder. Uno que tenía el suficiente carisma como para encantar a cualquier estúpido con dinero, recursos y poder que se pusiera a su disposición.
Todavía le sorprendía la estupidez del ser humano en general, mágico o no mágico.
Aquella guerra trajo vidas sesgadas, ilusiones, sueños y anhelos rotos. Le habían arrebatado a ella y a muchos el brillo de sus ojos apagándolos para siempre. No había nadie que no hubiera perdido a un ser querido, hermanos, padres, madres, amigos, compañeros... Amantes.
Aún le dolía en el alma recordar su cuerpo sin vida, tirado en el suelo de aquella torre, parecía una marioneta a la que habían cortado los hilos que le daban vida, dejado como un perro a los gusanos cuando su propósito había sido cumplido. Y aun así, ella se quedó con él, con la cáscara vacía que era su cuerpo mientras suplicaba y lloraba por su regreso, aún podía sentir entre sus brazos su cuerpo perdiendo su magia y su calor mientras ella rogaba a cada dios y deidad que conocía por algo de piedad. Se aferró a su cáscara vacía, pero él ya no estaba allí con ella.
"No sé lo que nos depara el futuro, Camelia, Todo esto es muy incierto ahora... Pero pase lo que pase, mantente con vida, mi amor."
Después de todo ese tiempo, aún no podía creer que estuviera muerto.
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Editado: 23.04.2024